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Covid-19, otra economía es deseable

El Estado debe invertir más en salud e investigación, con medidas redistributivas y sueldos dignos para caminar hacia una sociedad más justa, en la que tengan cabida las propuestas ecológicas y feministas

Un panel muestra la evolución del Ibex 35 en el Palacio de la Bolsa en Madrid. / J. LIZÓN (EFE)
Un panel muestra la evolución del Ibex 35 en el Palacio de la Bolsa en Madrid. / J. LIZÓN (EFE)J. Lizón (Efe)

La crisis económica derivada de la pandemia se ha producido cuando apenas se había salido de la que se originó en 2008. Una crisis tras otra sin apenas poder respirar hace que la que se está sufriendo actualmente adquiera una gravedad sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Además, la salida de la crisis anterior no supuso un cambio de paradigma ni de la política económica llevada a cabo desde la década de los ochenta del siglo pasado, y que fueron los causantes del estallido financiero que se trasladó a la economía real.

El modelo económico de las tres décadas anteriores a la crisis de 2008 se sustentó en dar prioridad al fundamentalismo de mercado y en la expansión de la globalización neoliberal hegemonizada por las finanzas. Una economía de casino, por usar el término de Keynes, que se imponía sobre la economía real. Esto dio lugar a un endeudamiento creciente de las empresas y de las economías domésticas, acompañado de una elevada especulación. La obtención de ganancias rápidas, cómodas y fáciles, caracterizaron a la economía. Todo ello dio alas a un sistema financiero que fue crecientemente desregulado. La fragilidad de este sistema quedó en evidencia cuando estallaron las burbujas financieras, inmobiliarias y bursátiles. No se aprendió nada de las lecciones que había expuesto Minsky en diferentes obras y artículos.

El endeudamiento privado se trasladó al público cuando hubo que rescatar a los bancos y afrontar las consecuencias del desempleo, conjuntamente con una bajada de los ingresos fiscales resultados de una menor actividad económica y del consumo. El creciente endeudamiento público se combatió con las políticas de austeridad, que suponían recortes en el gasto público. Estas políticas contribuían así a disminuir más la demanda efectiva, lo que alargó más la crisis, al tiempo que contribuyó a debilitar al Estado del bienestar. La economía comenzó a recuperarse, pero con una desigualdad de rentas y riquezas creciente en el interior de los países, y con un aumento del trabajo precario.

De modo, que la llegada de esta nueva crisis, motivada por una causa no estrictamente económica, ha cogido, sin embargo, a las estructuras económicas debilitadas, consecuencia del predominio del mercado y de la manera en la que se salió de la crisis anterior, donde una vez más se impusieron las teorías neoliberales que llevaron a la economía al borde del abismo. Por si fuera poco, se estaba produciendo una desaceleración del crecimiento económico en casi todos los países. Así que, al frenazo económico que ya es de por sí grave para la economía, hay que añadir el estado en el que la mayor parte de las economías se encontraban antes de la pandemia.

Esta vez las lecciones que se puedan extraer de esta experiencia espero que sirvan para ir sentando las bases de un modelo económico diferente, con el fin de no caer en los mismos errores. No es una tarea sencilla porque en economía no basta con tener buenas ideas, sino que estas se puedan llevar a la práctica, lo que depende no solamente de las intenciones de los gobiernos, sino de los grandes poderes económicos y financieros que han ido progresivamente reforzando su poder y que son reacios a cualquier cambio que pueda hacer disminuir sus abultados beneficios. Otra política económica diferente choca con los intereses establecidos y que en este caso gozan de una gran influencia en los órganos decisorios.

En la época en la que el neoliberalismo se ha convertido en el paradigma dominante ha habido voces discrepantes, voces además con gran prestigio académico, algunos de ellos premios Nobel, como es el caso de George Akerloff, Paul Krugman, Robert Schiller y Joseph Stiglitz. Otros que sin serlo también gozan de un gran predicamento en los círculos académicos como Mark Blyth, James Galbraith, Steve Kenn, Mariana Mazzucato, Thomas Piketty y Dani Rodrik, por citar algunos de los más conocidos en España. Con esto, lo que quiero señalar es que hay alternativas al dogma dominante, pero si no se llevan a la práctica sus ideas, que no son ni mucho menos radicales, es precisamente por las razones aducidas de que no son aceptadas por los poderes fácticos económicos, los organismos económicos internacionales impregnados de neoliberalismo y la mayor parte de los gobiernos.

Ahora bien, no son solamente estos poderes, sino que se han instalado estas ideas en gran parte de la academia, y que sirven de soporte teórico, consciente o inconscientemente, a un sistema que favorece fundamentalmente, aunque no solo, a los grupos económicos más poderosos. El poder de las ideas es grande, sobre todo cuando se tienen medios de comunicación que las difunden de una manera simple. Esta influencia ha penetrado también en pensadores y políticos de izquierda moderada que alaban las excelencias de la globalización y el mercado sin ningún tipo de matices.

Hay que estar alerta porque los neoliberales, que están fracasando y poniendo a la economía al pie de los caballos, tratarán de volver, como zombis

No obstante, estas apologías, conviene subrayar que la globalización financiera trajo la crisis de 2008 y ahora han quedado al descubierto los puntos débiles de la globalización comercial y de la productiva. Las insuficiencias de esta globalización se han podido contemplar en el suministro de mascarillas, respiradores y equipamiento de seguridad para el personal sanitario. Parece mentira, pero los países desarrollados no han tenido capacidad para fabricar estos materiales y ha habido que comprar todo ello en China. Se ha generado una gran demanda con todos los países en disputa, lo que ha encarecido los precios, y se han producido especulaciones y fraude en productos vendidos sin condiciones de seguridad.

Otro impedimento para el cambio es que el Estado, que es el agente necesario para vencer al virus, poner en marcha políticas de emergencia social y jugar un papel primordial para la reconstrucción, sale debilitado de esta crisis como consecuencia del endeudamiento creciente que tanto la pandemia como la crisis económica están provocando. Esto volverá a servir más adelante para introducir otra vez las políticas de austeridad. Hay que estar alerta porque los neoliberales, que están fracasando y poniendo a la economía al pie de los caballos, tratarán de volver, como zombis, tal como dice Krugman.

La única manera de contrarrestar esto es con una mejora de la cooperación internacional con acciones diferentes como las mantenidas hasta ahora. Una cooperación que debe ser eficaz para luchar contra el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, y regular la globalización. Así como fomentar el desarrollo económico de los países más pobres, combatir el hambre y la pobreza, y proteger a los emigrantes y refugiados.

De esta grave crisis no va a sacarnos el mercado, sino el Estado. Otra economía es deseable y hay que hacerla posible, pues si no se camina hacia el abismo. Hay que reformar el Estado para fortalecerlo. Un Estado que no debe desempeñar solamente un papel asistencial sino de emprendedor, tal como expone Mazuccato, lo que requiere llevar a cabo políticas industriales. Hay que invertir más en salud e investigación, favorecer la seguridad alimentaria, y poner en marcha medidas redistributivas, con políticas fiscales progresivas y salarios dignos. Menos privatizaciones y más empresas e instituciones públicas, sin olvidar la gran importancia de la economía de los cuidados. Una economía que camine hacia una sociedad más justa y equitativa y en la que tengan cabida las propuestas ecológicas y feministas.

* Carlos Berzosa, catedrático emérito de la Universidad Complutense y patrono de la Fundación Alternativas

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