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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los lastres de nuestra candidatura

La óptica personalista ha obviado las alianzas para lograr una cúpula del BCE de línea Draghi

Xavier Vidal-Folch
El ministro de Economía, Luis de Guindos, tras la conferencia de prensa en el ministerio que dirige, en Madrid.
El ministro de Economía, Luis de Guindos, tras la conferencia de prensa en el ministerio que dirige, en Madrid.SUSANA VERA (REUTERS)

A veces hay que encajar decisiones gubernamentales que a la larga puedan perfilarse como nocivas. Son los gajes del análisis duro e incómodo, pero nunca trabucaire, porque se plasma en un papel que ejerce como referencia internacional de este país.

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Así que quizá tan importante como el qué de la candidatura española a la vicepresidencia del BCE sea el cómo. ¿Vamos a aprender de nuestros errores de método? Ahí va una tentativa de radiografía.

El primer error es el personalismo con que se fraguó la candidatura. Como si no hubiese opciones alternativas.

La prospección se ha realizado desde esa óptica, desde la oportunidad que suponía para un determinado alto cargo (y por ende, claro, español). No desde el análisis del paquete de cinco puestos ejecutivos cuyo relevo se abre ahora, hasta otoño de 2019. Que es el (mejor) enfoque metodológico de los franceses.

La primera apuesta debiera haber sido qué tipo de perfil de presidente del BCE conviene más a Europa (y a España), porque es ese cargo el más importante, a una distancia abismal del resto. Y solo luego macerar hipótesis para otros, en cascada.

No se trataba de candidatar a ese puesto a un español. Sino de apoyar a quien mejor prolongue (creativamente) la estupenda línea seguida por Mario Draghi.

A saber, una política monetaria expansiva, favorable al rescate de la periferia vulnerable, a una plena unión monetaria, reclamando una política fiscal activa, e incentivando el crecimiento económico y el empleo.

Porque si al cabo quien sustituye a Draghi es un ordoliberal alemán (o sucedáneo), ontológicamente favorable a la política restrictiva y al rigor mortis (con una desmedida mayor factura de intereses para la abultada deuda pública de este Gobierno), apaga y vámonos, ¿para qué necesitamos a paisanos listos en puestos de relumbrón, pero más simbólicos que determinantes?

El Gobierno buscó la ocupación de poltronas que le vindique de humillaciones pasadas —explicable nacionalismo subyacente, pero nacionalismo al cabo—, que concordar los intereses españoles con los europeos, esa pasión del europeísmo abierto.

De ahí vienen los lastres que acompañan a la candidatura presentada este miércoles. Carente de consenso transpartidario previo, como en el pasado más digno; sobrada de politicismo, al tratarse de un ministro (en ejercicio aún hoy); escasa en garantías a la independencia del BCE, dada su trayectoria respecto al banco emisor local (ninguneo y desprecio al Banco de España en la crisis de las cajas).

Lecciones también para toda la eurozona. La singular peculiaridad política de nuestra candidatura debería inclinar al Eurogrupo a pasar de su siniestra opacidad a la máxima transparencia (al menos para los cargos que aún no van al bombo).

Ni un solo nombramiento más sin audiencia pública a todos los aspirantes, ninguna candidatura sin contraste previo, ningún acta sin detalles razonados. Y un compromiso de todos de aceptar como vinculantes los dictámenes —consultivos— del BCE y del Parlamento.

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