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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Viene un otoño más caliente

Más conflictos, por la falta de pacto salarial y las desiguales secuelas sociales de la crisis

Xavier Vidal-Folch
Íñigo de la Serna, ministro de Fomento, este jueves en la comisión de Fomento del Congreso.
Íñigo de la Serna, ministro de Fomento, este jueves en la comisión de Fomento del Congreso.ULY MARTÍN

Aunque sindicatos y Fomento establecieran este jueves un compás de espera para el conflicto de Aena, no se ha reconducido. Y tampoco se despeja la probabilidad de un otoño general, si no caliente, más caldeado.

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Una conjunción de factores juega a favor de incrementar la tensión laboral. El primero es el augurio del pasado más reciente. En el primer semestre las horas de trabajo perdidas por huelga se incrementaron en la mitad (respecto a igual período de 2016), un 52,97%. Y el número de trabajadores en huelga se duplicó largamente, hasta 179.349, según datos de la patronal. Es una tendencia ascendente, ya iniciada el año pasado.

Esta presión obedece sobre todo a la aspiración de los trabajadores a compensar la peor salida de sus retribuciones registrada tras la Gran Recesión, respecto a cualquier baremo, sea el crecimiento del PIB, los beneficios del Ibex o la fiscalidad empresarial. Aunque en términos absolutos el salario medio haya aumentado en los últimos diez años, en términos relativos ha disminuido su peso en el PIB en torno a un punto porcentual.

Opera aquí la lógica de que “ya toca” que la recuperación alcance a todos de forma más equilibrada. Aumentada por la evidencia del incremento de la desigualdad social, el aumento de la pobreza y de la peor distribución de la riqueza. No es tanto que la salida de la crisis haya beneficiado a algunos, es que ha perjudicado a muchos.

Ese movimiento de fondo encuentra apoyo en los últimos datos: en el segundo trimestre —cuando se airean las mejores perspectivas de las compañías—, la remuneración media por asalariado se redujo una décima, tras cuatro trimestres de (tímidos) avances.

La aspiración al reequilibrio se refuerza al fracasar el pacto salarial CEOE-sindicatos, que habría contenido la protesta. Se comprende que la patronal rechazase la indexación de los salarios a la inflación; y que los sindicatos la buscasen. ¿No había una salida intermedia que conjugase productividad y compensación por el alza de precios?

Otro empujón a un otoño más caldeado es la necesidad de los sindicatos de recuperar protagonismo y visibilidad (y evitar ser desbordados), tras una reforma laboral que en parte los arrinconó al primar los convenios de empresa sobre los sectoriales, donde son más fuertes. Su retorno demuestra que las desventajas de la rigidez corporativa quizá no sean más graves que la anomia y desarticulación social.

Que los conflictos del primer semestre se hayan concentrado en empresas públicas (donde la externalización para reducir costes laborales fue abusiva), en sectores estratégicos (transportes y comunicaciones) y en grandes ciudades como Madrid y Barcelona matizará la pretensión de un otoño caliente generalizado, pero difícilmente ahuyentará la probabilidad de un otoño más caldeado.

Y es que con la recuperación, amén de aumentar el agravio comparativo por la asimetría de su impacto social, remite el terror a perder el empleo (sobre todo si es un empleo basura, tan extendido) y reverbera la percepción de que el conflicto pueda ser un mecanismo útil para mejorar la propia situación.

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