Austeridad y crecimiento, evidencia empírica
El reto es lograr un equilibrio entre contracción fiscal, reformas estructurales y que los Estados que crecen no sean austeros
Qué aporta la evidencia empírica disponible al debate actual sobre austeridad y crecimiento?
- Primero, a largo plazo, no puede existir crecimiento estable si el nivel de deuda pública alcanza un nivel porcentual del PIB que no pueda ser financiado en los mercados a un coste razonable. Existe una ley de oro de sostenibilidad de la deuda a largo plazo que establece: si la tasa promedio de crecimiento anual nominal/real de un país es inferior al tipo de interés nominal/real promedio del coste anual de refinanciar su deuda, esta llegará a ser insostenible y dejarán de refinanciarla sus inversores. Solo podrá revertirse esta situación si el país consigue mantener, de forma sostenida, un superávit fiscal primario anual (descontado el coste anual del servicio de la deuda) que permita ir reduciendo dicho nivel hasta conseguir que los inversores vuelvan a refinanciarla.
- Segundo, a corto plazo, existe otra regla fiscal que establece: cuando los efectos multiplicadores de la política fiscal sobre el crecimiento son muy elevados, lo que tiende a ocurrir en las recesiones (es decir, si por cada punto porcentual del PIB se reducen los gastos o se aumentan los ingresos fiscales, la tasa de crecimiento anual cae un punto porcentual o más), aplicar una fuerte contracción fiscal para reducir el déficit y la deuda suele reducir el crecimiento o aumentar la recesión, reduciendo a su vez los ingresos netos fiscales y logrando, paradójicamente, que el déficit y la deuda crezcan en porcentaje del PIB. Los inversores suelen comprender que, a corto plazo y siempre que exista espacio fiscal de maniobra, el crecimiento puede ser más eficaz para pagar la deuda que una excesiva y rápida contracción fiscal y prefieren que la consolidación fiscal se haga más lentamente.
- Tercero, las contracciones fiscales basadas en reducciones del gasto público, especialmente el corriente, suelen reducir menos el crecimiento o ser menos recesivas que las basadas en aumentos de impuestos, ya que suelen producir una reducción de los tipos de interés a largo plazo por ser las que realmente permiten una consolidación permanente del presupuesto, generando una mayor confianza entre los inversores. Las basadas en subidas de impuestos, por el contrario, suelen generar caídas de la confianza y del crecimiento, especialmente en aquellos Estados miembros del área euro cuyos ingresos fiscales totales son ya muy elevados. Además, suelen ser más recesivas las basadas en subidas de impuestos sobre la renta que las basadas en subidas del IVA, especialmente si estas se utilizan para hacer una devaluación interna al financiar una reducción de los impuestos sobre el trabajo.
- Cuarto, si las contracciones fiscales del gasto van acompañadas de importantes reformas estructurales que aumentan el crecimiento potencial a medio plazo, liberalizando los mercados laborales y los de bienes y servicios, su credibilidad será mayor y sus efectos negativos sobre el crecimiento serán mucho menores.
- Quinto, algunas contracciones fiscales han logrado aumentar la tasa de crecimiento, especialmente en países pequeños muy abiertos al exterior cuando realizan simultáneamente reformas y cuando su efecto negativo sobre el crecimiento es compensado por una expansión monetaria por parte de su banco central, produciendo una depreciación de su tipo de cambio frente al resto del mundo y estimulando su crecimiento a través de mayores exportaciones y menores importaciones.
- Sexto, las fuertes contracciones fiscales que está aplicando España y otros Estados miembros del área euro pueden llegar a resultar más negativas para el crecimiento de lo normal por las siguientes razones:
Primera: están basadas en el cumplimiento de unos objetivos de déficit computados en términos nominales en lugar de estructurales (es decir, según la posición de cada Estado miembro en el ciclo), como exige el nuevo pacto fiscal recientemente aprobado. En 2010, España acordó cumplir un déficit fiscal del 6% del PIB en 2011, del 4,4% en 2012 y del 3% en 2013, basados en unas tasas de crecimiento del 1,3% en 2011, 2,3% en 2012 y 2,4% en 2013. Sin embargo, en 2011, su crecimiento ha sido del 0,7%, 0,6 puntos porcentuales menor, y según la Comisión Europea, en 2012 puede ser de -1,8%, 4,1 puntos porcentuales menor, y en 2013 de -0,3%, 2,7 puntos menor.
Es decir, es imposible cumplir los objetivos de déficit nominal establecidos en 2010 con tasas de crecimiento negativas. Alcanzar el déficit del 4,4% en 2012 significaba un récord histórico: reducir el déficit en 5,1 puntos porcentuales del PIB en un solo año. Conseguir el 5,3% actual será también muy difícil aunque hay un compromiso claro de cumplirlo.
Javier Andrés y Rafael Doménech (VoxEu, 20 de abril de 2012) han estimado el crecimiento potencial, el output gap y de ahí el déficit estructural para España, mostrando que si se cumpliese el déficit nominal en 2013 del 3%, con una tasa de crecimiento del 0,6%, el déficit estructural español en dicho año sería cero, consiguiéndose siete años antes de lo previsto por la Ley de Estabilidad Presupuestaria. Calculando un déficit estructural del 5,5% del PIB para 2012, proponen alcanzar una reducción del déficit estructural de 3,5 puntos porcentuales en 2012, de 1,5 puntos en 2013 y de 0,5 puntos en 2014 para llegar a cero.
Segunda: cada uno de los Estados miembros del área euro emite deuda en una moneda que no controla, ya que el BCE no es prestamista de última instancia de los Tesoros nacionales. Por esa razón (entre otras) Reino Unido, con una deuda pública muy superior a la española, es triple A y España es triple B. Bastaría con que el nuevo Mecanismo de Estabilidad Europeo tomase dicho papel, con respaldo del BCE, para calmar a los inversores.
Tercera: los Estados del área euro están reduciendo su déficit fiscal sin ayuda alguna del presupuesto Europeo y sin que todavía aquellos Estados que cumplen el déficit, como Alemania, gasten más. Asimismo, los Estados que tienen superávit corriente, como Alemania, no aumentan aún su demanda interna para ayudar a la exportación de los que tienen déficit corriente.
Cuarta: en EE UU, sus Estados pueden incurrir en déficit durante dos años, siempre que haya sido exclusivamente debido a un aumento de su inversión. Bastaría con que la inversión pública realizada (y contrastada por la Comisión Europea) no contase como déficit para ayudar al crecimiento.
Quinta: en Reino Unido, mientras hace su contracción fiscal, el Banco de Inglaterra mantiene una política monetaria expansiva, aumentando su demanda interna y depreciando la libra frente al euro, ayudando así a aumentar su exportación y su crecimiento. En el área euro, el BCE sigue sin bajar tipos al 0%, a pesar de que las expectativas de inflación están muy debajo del 2% y además no tiene objetivo de desempleo, como en EE UU.
Sexta: el euro continúa apreciado frente al dólar, no ayudando a exportar a aquellos Estados que no crecen, ya que la moneda única solo cae cuando los inversores estiman mayores probabilidades de que desaparezca. Hasta ahora, aquellos inversores que vendían deuda soberana de España e Italia se han mantenido en euros, al ser un seguro natural de cambio frente al dólar, invirtiendo en bonos alemanes.
En España los sectores público y privado han vivido muchos años creciendo por encima de su potencial y endeudándose en exceso, y ahora tienen que des-apalancarse. No se trata ahora de elegir entre austeridad y crecimiento, sino de conseguir una mezcla óptima entre el tamaño, composición y velocidad de la contracción fiscal, de implantación de las reformas estructurales y de que los Estados miembros que crecen no sean austeros. Todavía no se ha conseguido.
Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR).
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