Los espías también se aman
Plumas de pollo. Se despluma al animal para la cena. Se tiran a la basura. ¿Y qué sucede? Que averiguas el paradero de Bin Laden. ¿Quiere saber por qué? Siga leyendo. Con este tipo de detalles, insignificantes para el común de los mortales, mucho entrenamiento en armas, defensa personal, geopolítica, observación, olfato e improvisación se cocina el trabajo de todo buen espía. Como lo eran Robert y Dayna Baer, norteamericanos, ex de la CIA para más señas, matrimonio ahora. Los agentes secretos famosos abundan; las parejas también. Especialmente de ficción. Desde los Mr. y Mrs. Smith hechos buena carne en Angelina Jolie y Brad Pitt (que, al igual que los Baer, se conocieron en acción y acabaron en capilla) hasta los clásicos (Bogart y cía., impresionantes) o James Bond con sus múltiples chicas. O hasta esa otra historia de vigilantes vigilados en La vida de los otros , en la ex-RDA comunista, donde el que no informaba del vecino no era nadie.
"Como le oí decir a uno de los tíos: si no puedes mantener una relación amorosa en secreto, no vales como agente"
"En algún momento me volví adicto a la agitación política: revoluciones, guerras civiles, golpes de Estado, ejércitos en marcha..."
Robert y Dayna Baer son espías verdaderos. Norteamericanos típicos. Como dictan las normas para entrar en la CIA: "Mantente extremadamente limpio; evita toda actividad delictiva; sé responsable, ético, fiable en el trabajo...; evita los juegos de azar; y sé fiel a tu pareja y a EE UU". De manual. Bien aseados por dentro y por fuera. Al menos para entrar. Al salir... El libro que han escrito, La vida en (la) compañía (editorial Crítica), es un emocionante cuaderno de operaciones, desplazamientos y viajes. Su vida de antaño como un puzle con piezas espía aquí espía allá, en el que sus carreras se forjan de distinto modo, se desarrollan paralelas y acaban unidas en la encrucijada de los Balcanes.
Un buen día se encuentran en un Sarajevo herido, la ciudad donde nadie habla, muchos lloran y un profesor desesperanzado les alquila su casa sin preguntar. Un equipo al mando de Robert instala allí su antena y vigila la mansión donde se aloja Hezbolá. ¿Con qué fin? "Vine a Sarajevo solo por una razón: para ofrecer a los iraníes y sus apoderados de Hezbolá mi disparo final, mi despedida antes de dejar la compañía", dice él, ya de vuelta de todo. Ella, aún de aprendizaje: "Eso fue lo primero que nos enseñaron: no hay que correr nunca jamás. Y aquí voy, despavorida...".
Los futuros Baer van cada uno a lo suyo. Él, un agente de altura, el mejor de Oriente Próximo, decían; bien conocido en el cuartel general de la CIA en Langley (Virginia). Dayna empezó en esa parte de la agencia funcionarial que es la más común y corriente: investigaba antecedentes de candidatos a espías, o mejor "los poco apetecibles líos de la vida de otros". Lo cuenta: "Las auténticas minas de oro son las exparejas: les encanta hablar de los secretos sucios de sus ex". Y hacía más: "Impedir que los espías extranjeros (topos) se infiltren". Hasta que le ofrecen adiestrarse como guardaespaldas y tiradora. "Seis meses de ejercicios extenuantes día y noche en manejo de armas, combate cuerpo a cuerpo, conducción a altas velocidades y cómo matar a alguien clavándole un lápiz a través del paladar". Ah, bien práctico.
Luego, ella será Riley para los colegas. Hay detalles que nunca se desvelan. A nadie. "Mi padre piensa que trabajo para el Ejército; mi madre, en una compañía de transporte internacional. Pero no puedo evitar preguntarme cuán reales somos todos nosotros. ¿No somos una especie de fantasmas?". Los colegas se despiden diciendo: "Hasta la próxima guerra".
Entre Bob y Riley no hay choque de trenes pasional al cruzarse (y si lo hay, aquí no lo cuentan), ni ráfagas de ametralladora sexual al estilo Smith. No. Todo es discreto. Ambos andan mal casados; ambos sin razón para seguir estándolo. Viven en peligro. Comparten muchas horas de coche. Hasta que consuman. Se hacen inseparables: "En el caos que es mi vida, Dayna es la única certeza", dice él. "Bob tiene una forma especial de abrir de par en par las ventanas y puertas de mi vida", dice ella. Las relaciones entre agentes son tabú en la CIA, pero se dan mucho. "Como he oído decir a uno de los tíos: si no puedes mantener una relación amorosa en secreto, no vales como agente. Pero algunas parejas ni siquiera se molestan en ocultarlo... No hay nada como un abrazo apasionado para esconder una cámara oculta", cuenta Dayna.
Él, Robert (Los Ángeles, 1952, camaleónico, habla árabe, francés, alemán, persa, ruso...) desde muy joven; ella (Corona de Mar), más tardía, eligieron la acción, el peligro, los viajes y la vida difusa. Una mochila y basta. Ella está entrenada en la invisibilidad: participa en equipos de agentes con "cobertura profunda": "Nuestro objetivo es evitar meternos en líos, no lo contrario. Nada de eso de los ninjas de la CIA que van de un polvorín a otro cometiendo asesinatos e impartiendo justicia. La realidad es más anodina. En el momento en que una pistola aparece, la misión queda comprometida...".
La versión y visión de Bob es otra. Él es workalcoholic, imposible cualquier relación familiar normal (casado, tres hijos que no ve). "Ingresé en la CIA en 1976, trabajé principalmente en Oriente Próximo y en algún momento me volví adicto a la agitación política: guerras civiles, revoluciones, golpes de Estado, ejércitos en marcha. Estuve en Damasco durante un fallido golpe de Estado a comienzos de los ochenta y, luego, en Jartum durante uno exitoso. Estuve en Líbano durante la guerra civil. No hay nada más fascinante que ver una casa derrumbarse y ser testigo de la lucha por su reconstrucción", escribe. "Un superespía en la frontera entre la realidad y la ficción" titulaba el NYT al hablar del modo en que él se dibuja en sus "memorias coloristas" See no Evil. Le critican por echarle imaginación, insistir en teorías paralelas sobre el 11-S y usar casos de colegas asesinados (O'Neill, muerto en los ataques del 11-S, o Buckley, en 1984 durante su secuestro) para ganar lectores.
Los Baer son seres terrenales sobre todo ahora, pasados los años, retirados (en Silverton, en Bekerley), maduros, dedicados a otros menesteres: Dayna se ha hecho abogada de Estado, y tienen una niña, Khyber, adoptada en Pakistán. Desandar el camino hacia una vida corriente es lo que intentan desde el inicio del siglo XXI (ver Christopher Ketcham, en el artículo The education of Bob Baer unlearning the CIA). Él se dedicó a la agencia de 1976 a 1997. "Tres lustros ya fuera y aún hoy, si alguien frena bruscamente su coche delante del nuestro, te pones en guardia esperando el ataque", dice Bob, ahora autor, realizador de documentales, columnista de Time. Los reflejos nunca mueren, se ve. Tampoco los mitos sobre su oficio. "Espiar es como llevar un libro de contabilidad gigante", confiesa Dayna en un momento en que anda tras los terroristas del 17-N que en 1975 mataron a Richard Welch, famoso agente. ¿Se enteran los espías de lo que están haciendo? "Pronto te acostumbras a vivir conociendo solo pequeños trozos de la verdad... Consigues un dato aquí, un nombre allá, pedazos... Cuando tienes bastantes... los juntas e intentas ordenarlos; si hay suerte, la recompensa es grande; si no... has de tener fe en que Washington sabe lo que hace".
Si ella la tiene o no, no lo dice. Él sí. Más de una vez. Exhibicionista, un tanto indignado tras ser investigado por intento de asesinato contra Sadam Husein en una operación de apoyo a generales golpistas iraquíes (luego retiraron la investigación y hasta recibió medalla), bromea hasta con venganzas jugosas ante la organización: "Al abordar el Falcon rumbo a Londres, le digo a Garth, mi jefe, que deberíamos haber invitado a las chicas a venir. Me gusta la idea de ser expulsado de la CIA por llevar a dos putas en el avión del director...". Bob se retira escéptico. Y tras intentar hacer negocios con el petróleo (oscuros como el oro negro, ahí está Syriana), se pone a trabajar para la ABC y a escribir sobre lo mucho vivido: tantas personas conocidas, tantos contactos, tantos desaparecidos... Como su amigo el jeque de la tribu Dulaym, Malik, que le ayuda a entrar en Irak con el equipo de la ABC antes que las tropas aliadas y acaba muerto junto a 16 miembros de su familia por seis misiles de crucero estadounidenses... Un dolor.
Los acontecimientos guerreros de los años ochenta y noventa desfilan: Balcanes, Siria, Tayiskistán, Líbano, Afganistán, Pakistán, Marruecos... En uno se trata de controlar las rutas del hachís; en otro, de frenar el fundamentalismo; más allá de vigilar a terroristas o de introducirse en el círculo de un presidente que interesa a la seguridad estadounidense. Muchas escenas. Una cualquiera: Bob en Siria, junto a Alí, exgeneral mutado en empresario rico que le desvela las claves del país de Asad y le ayuda a cruzar las montañas a Líbano para desmontar las ansias guerreras de un general maronita. "Es extraño. En este negocio todo el tiempo estamos mintiendo y viviendo bajo identidades falsas. Le chupamos el alma a nuestras fuentes, saqueamos a nuestros contactos. Todo arreglo tiene una vuelta de tuerca; todo favor lleva su pagaré. Pero al final todo se reduce a lo que Alí menciona: relaciones, lealtad, confianza. En el espionaje tienes que prestar atención al aspecto humano. Sin ello, no tienes nada", reflexiona.
Se aprende mucho a través de sus vidas. De geografía y políticas. De disciplina de espía. Y sobre todo, de la manera de hacer (y mandar hacer) de EE UU por el mundo. Siempre en el tono aquí estoy yo. Bob, digno representante. Aun así, no vieron las plumas. Lo cuenta él: "Antes de dejar Pakistán, le pregunto a nuestro intermediario pastún por qué somos incapaces de encontrar a Bin Laden. Es muy sencillo, me dice, nunca os molestáis en prestar atención a las plumas de pollo. Mi confusión le hace sonreír y se explica: los árabes de Al Qaeda comen pollo, mientras que sus anfitriones, los pastún, que viven en las montañas entre Afganistán y Pakistán, comen cordero. La cuestión, entonces, era recorrer esas montañas buscando plumas de pollo fuera de las casas. 'En una semana lo habríais encontrado', dijo". Y sí, con espías más atentos, la historia hoy sería otra.
UN GÉNERO ETERNO
Clásicos y modernos
Desde 'El expreso de Shanghái', de Sternberg, en 1932, con Marlene Dietrich dispuesta a derribar imperios, hasta 'Caza a la espía' (basada en la historia real de la espía Valerie Plume), con Naomi Watts y Sean Penn tras los secretos de la guerra de Irak; pasando por otras multigénero: 'Nikita', 'Duplicity', 'Misión imposible', 'Mr. y Mrs. Smith' o 'El Caso Bourne', el genero de espionaje es prolífico y se mantiene eternamente fresco. Y si es en pareja, más; aventura y romance se unen hasta incendiar la pantalla.
'Encadenados'
Dirigida por Alfred Hitchcock en 1946. Dos pesos pesados en el 'top ten' de los clásicos: Cary Grant e Ingrid Bergman dispuestos a desenmascarar el nazismo de posguerra oculto en Brasil.
'La casa Rusia'
Dirigida por Fred Schepisi en 1990. Sean Connery, un tranquilo editor, se ve implicadopor un agente de la CIA en una operación con una bella correo, Katya (Michelle Pfeiffer). Imagine.
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