La lucha del Aeropirata
Se sacó con dificultad las dos granadas del pañal y las puso en la bolsa de mano. A continuación llamó a la azafata y le dijo, mostrándoselas: "Mire, mujer, llevo unas granadas, yo quiero hablar con el presidente Uribe, porque estoy desesperado y discapacitado en esta silla de ruedas, y quiero que venga y me escuche". "Solo se lo dije a ella, a ninguno de los otros 24 pasajeros del avión; todo era pacífico", cuenta Porfirio, más conocido como el aeropirata.
"Termina el secuestro del avión de la compañía Aires", titulaban los periódicos de Bogotá al día siguiente, 13 de septiembre de 2005. Porfirio Ramírez Aldana (Planadas, departamento de Tolima, 1955) había perdido su guerra, pero se convertía en lo que siempre quiso ser, un héroe en el departamento de Caquetá, esa zona selvática del suroeste del país, el epicentro del conflicto armado y de la guerra contra las drogas en Colombia, un sitio de constantes fuegos cruzados, un lugar dominado por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC) en los años noventa.
"Fue una mala información de la policía, querían que les dijéramos dónde estaba una mercancía"
"No era un secuestro, era una retención para que me escucharan, para que me ayudaran"
"Con el sueldo de la película he montado un local de 'pool', pero eso no da para nada, me colaboran mis hijos"
Pero Porfirio no es un héroe, es un campesino colombiano que ha vivido la pobreza, la riqueza y, sobre todo, la violencia de su país.
Playa Rica (departamento de Caquetá, Colombia), 2 de abril de 1991. Aquella madrugada, un grupo de policías armados y encapuchados entraron por la fuerza en la casa de Porfirio, tirando la puerta abajo. Según cuenta él, "fue una información mala que le dieron a la Policía Nacional. Primero entraron en la casa de mi hermano y le llevaron encañonado hasta la mía. A las 5.45, después de que yo cerrara mi taberna, entraron y nos echaron contra el piso. Querían que les dijéramos dónde estaba una mercancía. Yo reconocí a uno de ellos y ya sabía que nos iban a joder, así que me abalancé sobre él para agarrarle el arma y se montó la balasera [tiroteo]". La voz de Porfirio, al otro lado del teléfono, suena clara entre el jaleo del local de billar que ha montado recientemente en el barrio Ciudadela Siglo XXI de Florencia, capital de Caquetá. Allí, en esa pequeña ciudad (157.000 habitantes), florecida en gran parte con el dinero del narcotráfico, donde los principales bancos del mundo (incluidos los españoles) cuentan con sucursales, tiene él ahora su casa, casi desnuda y cubierta por un tejado de uralita. Allí fue desplazado (como lo han sido otros tres millones de colombianos) en 2004, como consecuencia de la lucha fratricida entre las guerrillas de las FARC y los paramilitares por hacerse con el control del mercado de droga en el territorio de Playa Rica, pocos kilómetros más al sur.
Aquella madrugada de abril, en esa balasera, dos proyectiles impactaron en su espalda, dejándole postrado en una silla de ruedas. Esa imagen de la espalda de Porfirio, con las cicatrices de los dos impactos, es hoy el cartel de la película que él mismo protagoniza y que lleva su nombre: Porfirio. La cinta recrea su vida en los días y horas previos al secuestro de ese avión y está dirigida por el joven ecuatoriano-colombiano Alejandro Landes (Cocalero) con coproducción española (Carmelita Films) y colombiana (Franja Nomo). Ha sido seleccionada para la Quincena de Realizadores de Cannes -la sección paralela a la oficial en la que se descubren nuevos talentos del cine-, donde se presentó el pasado 14 mayo.
Aquel turbio tiroteo no llegó a esclarecerse nunca. Sorprendentemente, nadie acusó a Porfirio de nada. Él salió del hospital de Nuestra Señora de Lourdes, en Florencia, con su silla de ruedas y dispuesto a emprender una batalla legal. Demandó al Estado por los daños causados y pidió una compensación económica. El Consejo de Estado resolvió en su contra. Su caso fue desestimado. Lo siguiente fue hacerse con dos granadas, colocárselas en el pañal, subirse en aquel avión en Florencia con destino Bogotá, junto a su hijo Businhauer Ramírez (menor de edad entonces), y secuestrarlo.
"Yo había visto películas", explica Porfirio. "No era un secuestro, era una retención para que me escucharan, para mostrar mi expediente y que me ayudaran. La idea mía no era hacer daño a nadie, yo quería entregarle las granadas al presidente y mostrarle la herida que me estaba matando para que tomara conciencia de mi situación", argumenta. Ahora, después de rodar su película como actor principal, sueña con que entre los vendedores de productos milagro que llegan hasta su puerta aparezca un productor internacional que haga famosos los corridos (canciones populares) que escribe y canta: "Esta es la historia, señores, de hombre muy conocido / al que todos ya conocen, y que se llama Porfirio. / Porfirio, el aeropirata, por todos muy conocido. / Nunca ha tenido problemas en lo que lleva de vida, / pero el 12 de septiembre se le complicó la vida. / Por reclamarle al Estado los derechos de su vida...".
Porfirio, el que fuera un campesino emprendedor y soñador que había huido de su pueblo natal a los 28 años "en busca de nuevos horizontes y fortuna". El tipo que llegó a la boyante y cocalera Playa Rica a finales de los ochenta y montó "una taberna, una discoteca, un billar, un hotel y una gasolinera". El "hombre de negocios" que fue capaz de ofrecerle a los narcos todo cuanto necesitaban (gasolina para moverse, locales con prostitutas y lugares donde dormir). Ese tipo paralizó su país durante las seis horas que duró el secuestro. Luego se supo que entre el pasaje del avión figuraban los congresistas Reynaldo Duque González y Luis Antonio Serrano Morales, además de dos ciudadanos norteamericanos, por lo que EE UU también pidió su extradición, sin que llegara nunca a efectuarse.
Según las informaciones publicadas los días posteriores al secuestro, el avión aterrizó en Bogotá, como reclamaron Porfirio y su hijo para iniciar las negociaciones, pero no lo hizo en el aeropuerto de El Dorado como ingenuamente creyeron los inexpertos secuestradores, sino en el aeropuerto militar de Catam. Padre e hijo fueron introducidos en un vehículo de bomberos, donde el Gobierno formó una comisión negociadora, encabezada por Eduardo Mesa, fiscal de derechos humanos. "Nos dijeron que Uribe estaba en Cali", cuenta Porfirio, que resume lo que ocurrió después cantando su corrido: "Dicen que el aeropirata, que portaba dos granadas / Pa entregarlas al Gobierno y que después lo ayudaran. / Le ofrecieron 100 millones y que se los consignaban. / Pero todo fue mentira, no le consignaron nada. / Ese cheque salió falso, como todos lo esperaban. / Engañaron a Porfirio como se les dio la gana. / Por estar yo de confiado, acepté las condiciones. / Sin comprender que en el Gobierno, la mayoría son faltones. / Después de que dan la palabra, se le arrugan los cojones...".
Porfirio fue condenado a ocho años de cárcel e ingresó en La Modelo, una cárcel en la que los internos van armados y los vigilantes no; donde las FARC y los paramilitares campan por sus respetos. A su hijo (de 17 años) le metieron en un correccional. Pero la herida de Porfirio, una enorme escara infectada en su pierna, le estaba matando y una comisión sanitaria de la prisión recomendó su arresto domiciliario.
Porfirio había sido ya despojado de todo. De su cuerpo, tras el tiroteo de 1991; de sus negocios, tras el desplazamiento obligado por el conflicto armado en 2004; y ahora también de su libertad, tras el secuestro del avión en 2005. Enganchado desde joven en el círculo de la violencia, volvía al punto cero, pero siendo ya otro: "Las granadas que llevaba don Porfirio Ramírez / Ellas fueron detonadas en el basurero doña Juana / Para evitar el peligro que ellas representaban / Me encerraron en la casa, me tomaron prisionero / y me sentenciaron a ocho años por haber tomado ese vuelo / y porque en esa aeronave viajaban dos extranjeros...".
Bolivia, finales de Septiembre de 2005. En aquellos días, Alejandro Landés seguía, junto al cámara Jorge Manrique, los pasos de Evo Morales. El primer presidente indígena boliviano estaba en plena campaña electoral para hacerse con la presidencia de su país. Aquel documental fue Cocalero. Pero en medio de ese rodaje sucedió algo. Un día, Evo Morales sospechó de Landés y de Manrique. "Pensó que éramos agentes de la CIA", recuerda este último. "Y no hay nada más difícil que demostrar que no eres agente de la CIA", añade. Evo les dio de lado (temporalmente). Pero Landés guardaba entre sus papeles una nota de L.A. Times sobre el secuestro de Porfirio: "Contaban la historia con ironía: el primer secuestrador de aviones minusválido solo podía ser colombiano, o algo así", recuerda el director, hijo de madre colombiana, "pero era una tremenda historia de violencia". Un día más tarde estaban en Florencia preguntando por "el aeropirata". Y así llegaron hasta el barrio de El Ventilador, donde Porfirio rabiaba con aquella escara infectada. Surgía un nuevo proyecto cinematográfico.
"Alejandro me consiguió las medicinas para curar la herida y me ofreció trabajo en la película", dice Porfirio. "Con ese sueldo he montado un pool (una sala de billares), pero eso no da para nada. Me colaboran mis hijos y mi nuera", cuenta. Landés contrató a Porfirio, a uno de sus hijos y a varios vecinos para la película. Pacho Aljure, el otro productor y un exbroker de Wall Street, se emocionó con el proyecto y lo dejó todo por la película. "No pudimos obtener los permisos para llevar a Porfirio a Cannes", dice. Pero su voz, entonando su corrido, sigue sonando desde Florencia cuando se proyecta su película: "Solo me resta decirles que todavía estoy vivo / con un corazón muy grande, pa brindárselo a los gringos / que querían extraditarme a los Estados Unidos".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.