Bahréin saca los tanques contra la protesta
El Ejército toma las calles de la capital del reino y prohíbe las manifestaciones - El desmantelamiento del campamento rebelde causa 3 muertos y 231 heridos
Alertado por lo sucedido en Túnez y Egipto, el rey Hamad de Bahréin no ha querido arriesgarse a que las protestas pidiendo reformas políticas llegaran demasiado lejos. En la madrugada de ayer, la policía desmanteló por la fuerza, y sin previo aviso, el campamento que los manifestantes habían instalado en el centro de Manama, a imagen del que los egipcios levantaron en la plaza de Tahrir de El Cairo. Su intervención en la plaza de la Perla dejó 3 muertos, 231 heridos y numerosos detenidos. Pocas horas después, el Ejército patrullaba las calles de la capital bahreiní y anunció por televisión que se prohibían las concentraciones. El estallido de violencia compromete la celebración del Gran Premio de Bahréin de Fórmula 1, en el circuito de Sakhir, el 13 de marzo.
El reino no vivía una violencia como la de ayer desde hace dos décadas
Aunque los chiíes lideran la revuelta, cada vez se suman más suníes
La inusual imagen de carros de combate y blindados circulando por las calles de Manama da una idea del nerviosismo que las demandas ciudadanas han despertado en la familia real. Este pequeño reino del golfo Pérsico no vivía una violencia de este calibre desde hace dos décadas, cuando la mayoría chií, sintiéndose discriminada, se levantó contra los gobernantes suníes. Ahora, aunque los chiíes lideran las protestas, hay indicaciones de que un creciente número de suníes las apoya para sorpresa del Gobierno.
La acampada en la plaza de la Perla, así como las manifestaciones de los últimos días, pretendía obligar a la familia real a renunciar a su control de todos los puestos de decisión y a tomar medidas para acabar con el malestar de los chiíes. Esta comunidad, estimada en dos tercios de los 750.000 nacionales, se queja de que el Estado favorece a los suníes en los servicios y empleos públicos, además de marginación económica y de falta de libertades políticas.
La respuesta, tal como podía verse por televisión, fue inesperada. A las tres de la mañana, un imponente despliegue policial utilizó cañones de agua, gases lacrimógenos, bastones y hasta salvas de perdigones contra centenares de hombres, mujeres y niños que se encontraban durmiendo en las tiendas. El hospital de Salmaniyah al que fueron trasladadas las víctimas (los tres muertos y 231 heridos, 36 de ellos de consideración, según el ministro de Sanidad) no daba abasto. La oposición denuncia que hay decenas de detenidos y unas 60 personas en paradero desconocido.
Tan drásticas medidas no solo corren el riesgo de enfervorizar aún más a los opositores, sino que cuestionan el carácter democrático de la monarquía bahreiní. Desde que empezaran las protestas el pasado lunes, todos los miembros de la familia real se han esforzado en recordar que el país es desde hace 10 años una monarquía constitucional. Entonces sus habitantes aprobaron en referéndum una Carta Nacional que restableció el Parlamento (disuelto en 1975), la creación de un Consejo Consultivo designado y la transformación del emirato en reino.
Recién llegado al poder tras la muerte de su padre en 1999, Hamad bin Isa al Khalifa ofreció un programa de reconciliación nacional para cerrar la brecha que habían abierto las protestas chiíes de unos años antes. Aunque el experimento democrático no ha tenido parangón en el resto de las monarquías petroleras de la zona, tanto la oposición tolerada como la que no está autorizada denuncian que carece de verdadero contenido. Se quejan de que el rey Hamad, de 61 años, no ha contado con los bahreiníes para redactar la Ley Fundamental y les ha dado un Parlamento sin verdadero poder, porque el Consejo Consultivo limita su capacidad de control del Ejecutivo.
No obstante, la existencia de esas instituciones abre la vía a una posible salida constitucional de la crisis. De momento, la oposición ha pedido que dimita el Gobierno en pleno y que el nuevo Gabinete investigue lo ocurrido en la plaza de la Perla. Wefaq, la principal asociación política (los partidos no están autorizados), se ha retirado del Parlamento, donde ocupaba 18 de los 40 escaños.
El malestar que ahora ha salido a la luz, alentado sin duda por las revueltas populares de Túnez y Egipto, llevaba varios meses a flor de piel. La oposición estuvo a punto de boicotear las últimas elecciones, en octubre del año pasado, debido a la detención dos meses antes de 23 figuras políticas y religiosas chiíes. Las autoridades les acusaron de intentar derrocar a la monarquía tras haberse reunido con miembros de la Cámara de los Lores británica para explicarles la marginación de que se sienten objeto. En las protestas hubo varios cientos de detenidos.
El factor sectario que las protestas de Bahréin añaden a la ecuación aumenta la preocupación internacional. Por un lado, este archipiélago de 750 kilómetros cuadrados alberga la base de la V Flota estadounidense, que Washington considera esencial para contrarrestar a Teherán. Por otro, tanto las autoridades de Manama como sus vecinos árabes interpretan el menor signo de malestar entre sus poblaciones chiíes como un intento del chií Irán de expandir su influencia. Prueba de lo arraigado de esta visión, muchos de los mensajes de presumibles simpatizantes del Gobierno que ayer circulaban por las redes sociales tachaban a los manifestantes de "traidores" y de "agentes iraníes".
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