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Goyas en medio de la polémica
Columna
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Todo es irreprochable en 'Pa negre'

Carlos Boyero

Veo la abrumadoramente larga gala de los Goya en la casa de unos amigos españoles en Berlín. No son especialmente cinéfilos ni pierden el sueño por los esplendores, desdichas y crisis del cine español, pero tienen tal sentido de la cortesía y la generosidad que logran piratear la señal de Internet para que yo pueda observar de forma difusa en la pantalla de un ordenador lo que acontece en el Teatro Real y pueda cumplir con mi obligación. También me hacen heroica compañía en esa fiesta interminable que dura más de tres horas . Calculo que si existiesen todavía los espacios publicitarios en la televisión pública lo más probable es que hubiéramos llegado al amanecer.

Las imágenes que vislumbro a través de esa pantalla me quitan para siempre los deseos de aprender a ser corsario en Internet. Ver de esta forma películas, programas de televisión, series y partidos de fútbol no entra en mis anhelos masoquistas. Seguiré comprando DVD y discos al precio que me exijan los enfurecidos y estafados creadores. Nunca atentaré contra los sagrados derechos de autor. Jamás dejaré que me laven el cerebro los internautas ni que se apodere de mí el síndrome de Estocolmo, como aseguran los escandalizados sabios que le ha ocurrido a Alex de la Iglesia, ese chico que era tan querido y admirado por sus colegas hasta hace poco y que sufrirá el destierro de su hogar ancestral por traidor, por haber enloquecido repentinamente, por plantearse que la Ley de esa ministra tan lúcida a lo peor tampoco sirve para que el desagradecido público se enamore de nuevo del cine español (¿lo ha estado alguna vez?) y retorne a las depauperadas salas que le dan cobijo.

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Escucho el ardoroso y emotivo discurso con el que se despide de la presidencia de la Academia el hijo pródigo y me parece que es sincero en su furia y en su tristeza, que está convencido de que o su familia artística cambia de rollo ante las exigencias de una revolución imparable o el negocio común se irá al infierno. Hay aplausos tibiamente educados para el apóstata. No le lanzan flechas ni tomates. Pero sospecho que Alex de la Iglesia va a quedarse muy solito a partir de ahora, que se acabaron las risas a sus gracias, las palmaditas en la espalda, el baboseo, el respeto fingido o real hacia su imaginativo cine y su desbordante personalidad.

La ceremonia empezó bien, con un numerito cantor y danzarín acaudillado por Luis Tosar que tenía bastante gracia. También con la habitual comicidad, inteligencia e ingenio que desprende el impagable presentador Andreu Buenafuente. Pero la cosa fue decayendo, yo al menos precisé una notable paciencia para aguantar hasta el final las expectativas, derrotadas por las inacabables dedicatorias de la mayoría de los premiados, por sketches que se empeñaban vanamente en despertar la carcajada.

Las cuatro películas que competían eran muy atractivas. Este año no se había colado ninguna mediocridad arropada por la capacidad de adhesión que generan las productoras que ofrecen continuo trabajo a sus encantados votantes. Que haya ganado Pa negre , ese veraz, complejo, hondo, violento, estético y sombrío retrato de las barbaries que pueden ocurrir en la posguerra, los abusos de los ganadores y la aterrorizada supervivencia de los vencidos, de la mezcla de luces y sombras que existen en las relaciones de poder, es irreprochable. Es la película más sólida y emotiva que ha rodado ese director siempre inquietante llamado Agustí Villaronga . El trabajo de Nora Navas, Laia Marull, Marina Comas y Francesc Colomer es impecable. También gratamente sorprendente en el caso de esos niños tan espontáneos y creíbles.

Biutiful, una película que a ratos me irrita, posee un imán muy poderoso y es la admirable interpretación, entregado en cuerpo y alma, de Javier Bardem.

Cuentan que el guión que escribió Chris Sparling en Buried dio infinitas vueltas por las productoras norteamericanas antes de que Rodrigo Cortés se obstinara en hacer una película apasionante sin salir de un atáud. Lo que le ocurre dentro de ese espacio claustrofóbico a una persona horrorizada está poderosamente descrito en su escritura. La idea es tan original como el desarrollo. Hubiera sido demasiado mezquino negar algunos incontestables medios técnicos a Balada triste de trompeta. Y entiendo la expresión desencantada de Iciar Bollain al ver que También la lluvia, dotada de razones para ser la favorita, tuviera que conformarse con premios menores, incluido uno bastante merecido a la breve y rotunda interpretación de Karra Elejalde, actor con cuyo histriónico arte casi nunca he logrado conectar. No puedo opinar todavía de Chico y Rita, pero es de esas películas que tengo inaplazables ganas de ver. Disfruté con la elaborada frescura, la atmósfera y las descripciones sentimentales que crea David Pinillos en Bon apetit.

Sospecho que vamos a echar de menos a Alex de la Iglesia al frente de esa cosa tan tortuosa llamada Academia de Cine. Al menos, debería de convencer a Buenafuente para que siguiera presentando los Goya.

Javier Bardem, a su llegada al Teatro Real para asistir a la ceremonia de los XXV premios Goya.
Javier Bardem, a su llegada al Teatro Real para asistir a la ceremonia de los XXV premios Goya.AFP

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