El Ejército egipcio toma el poder
Los militares destituyen al Gobierno del expresidente y disuelven el Parlamento - Las Fuerzas Armadas prometen levantar el estado de excepción vigente desde 1981
Egipto empezó a caminar hacia un futuro lleno de esperanzas. No podía esperar un camino fácil, pero el primer paso constituyó un momento casi aéreo de orgullo y euforia. Los egipcios demostraron en 18 jornadas extraordinarias que la unión entre las nuevas redes sociales y las viejas manifestaciones podía derribar cualquier muro. La libertad se abrió ante ellos dulce, enorme, casi inabarcable. Fueron pacientes, constantes y pacíficos ante los últimos zarpazos de la tiranía, y triunfaron: Hosni Mubarak, dictador durante 30 años, dimitió y huyó hacia su mansión de Sharm el Sheij, en el mar Rojo. Con el colofón de que Suiza congeló pocas horas después buena parte de su fortuna, estimada en varios miles de millones de euros.
El Ejército asumió temporalmente el poder, con la promesa de una "transición pacífica" hacia "una sociedad democrática". La caída del rais, celebrada por Estados Unidos y Europa, abre también una nueva etapa en Oriente Próximo. Mientras Israel y Arabia Saudí expresaron su inquietud por el cambio, los islamistas de Gaza, Irán y Líbano lo vieron como una oportunidad.
Tras las revoluciones de Túnez y Egipto, millones de ciudadanos árabes y norteafricanos constataron que podían elegir su propio destino.
Los grandes momentos históricos, y el de ayer lo fue sin duda, se resumen en pocas palabras. Como la breve declaración de Omar Suleimán, el vicepresidente que intentó heredar un régimen y fue engullido por los acontecimientos: "En las difíciles circunstancias que atraviesa el país, el presidente Hosni Mubarak ha decidido abandonar su cargo. Ha encargado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que dirija los asuntos del Estado". Eso fue todo. Segundos después, como si 80 millones de egipcios hubieran estado escuchando el mensaje televisado, el país entero estalló en júbilo.
El tono desafiante que Mubarak y el propio Suleimán habían utilizado la víspera, la inmensa decepción y rabia que habían provocado en la multitud, quedaron lejos en un instante. Probablemente ambos sabían, cuando aparecieron en televisión el jueves por la noche, que el poder se les escurría de las manos. Mubarak habló esa noche con un amigo personal, el ministro israelí Benjamín Ben-Eliezer, y le confesó que había llegado el final de su era. "Solo aspiraba a marcharse con dignidad", comentó Ben-Eliezer. Ni eso consiguió. En el último momento, solo pudo huir en helicóptero de un palacio rodeado por manifestantes. Con el colofón habitual en estos casos: la congelación de su fortuna, estimada en muchos miles de millones de euros, por parte de los bancos suizos.
Aún no se conocía bien el desarrollo de los momentos finales. Parecía claro, en cualquier caso, que los mandos militares hicieron saber a Mubarak, en algún momento del jueves, que su resistencia ya era inútil. Los generales, sin embargo, no querían empujar hasta la calle al que había sido su héroe y seguía siendo un amigo y un jefe respetado. Eso explicaría los confusos comunicados del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, el incomprensible discurso de Mubarak, mezcla de arrogancia, sentimentalismo y minucias constitucionales, y la confusión que dominó la jornada. "Hubo un pulso oculto entre el Ejército y el dúo Mubarak-Suleimán", explicó a la edición digital de Al Ahram el general Safwat el-Zayat, exdirigente de los servicios secretos egipcios.
Ante Egipto se abrían enormes esperanzas. También grandes incógnitas. El nuevo máximo dirigente, el general Mohamed Tantaui, se dirigió anoche a la nación para decir que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas estudiaba la situación y sus próximas medidas, para homenajear a los jóvenes "mártires" de la revuelta y para rendir tributo a Hosni Mubarak por "sus sacrificios en tiempos de paz y de guerra". De Tantaui se esperaba una tutela temporal en la transición hacia la democracia. Eso era lo que había prometido en un anterior comunicado: conducir pacíficamente a los egipcios a una sociedad democrática. El Ejército ya había prometido levantar el estado de excepción cuando la gente levantara el campamento de la plaza de la Liberación.
Sus primeras órdenes, no confirmadas oficialmente, consistieron en la destitución del Gobierno y en la disolución del Parlamento. En cualquier otra situación, esas decisiones serían interpretadas como el inicio de una dictadura de los espadones. En Egipto pusieron fin a un sistema tiránico, cruel y corrupto hasta la médula. El hecho de que el general Tantaui no mencionara siquiera a Suleimán se interpretó como una ruptura seca con el poder caído. No hubo el menor intento de simular alguna continuidad constitucional con el pasado.
Convenía recordar, en cualquier caso, que Tantaui era amigo de Mubarak y le había sido fiel hasta el final. Y que los generales de mayor rango, Tantaui y el resto de los miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, fueron parte esencial de la dictadura y se beneficiaron de la corrupción. El Ejército se había negado a disparar contra la multitud en los momentos más críticos de la revuelta y eso, además de acrecentar su prestigio entre la población, permitió que la caída del régimen no conllevara un baño de sangre. No existía indicio alguno, sin embargo, de que los generales fueran fervientes demócratas, ni de que estuvieran dispuestos a renunciar a su poder y privilegios. Cabía suponer más bien lo contrario. La evolución de Egipto hacia un sistema de libertad y justicia no había hecho más que empezar.
La mayor potencia del mundo árabe disponía, al menos, de una nueva generación de políticos. No eran los ancianos Mohamed el Baradei o Amr Musa, que desde el inicio de la revuelta se postularon como posibles futuros presidentes de un Egipto democrático, sino los 20 o 30 jóvenes profesionales que organizaron a través de Facebook y el correo electrónico una revolución inspirada en la de Túnez, pero de volumen y consecuencias mucho mayores. El líder de ese grupo, Wael Ghoneim, ejecutivo comercial de Google en la región, casado con una estadounidense e ideológicamente liberal, representaba mejor que nadie tanto el rostro como el impulso de una generación egipcia que deseaba libertad política, económica, social y religiosa, en un sistema capaz de integrar con igual comodidad a los Hermanos Musulmanes, a los profesionales laicos y al Egipto profundo, rural y analfabeto.
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