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Columna
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El buen vigía

Doney Ramírez afronta con paciencia la misión que corresponde a todo superhéroe: salvar el mundo. Doney no se desenvuelve en celuloide, tebeo o novela pulp, sino en la vida real, y se ha librado de la capa y el antifaz para fotografiarse en unas ocasiones con el mono azul y el casco amarillo de los albañiles, otras veces con una sencilla gorra de tela, vaqueros y un jersey. Muchos modos y actitudes diferencian a Doney de sus compañeros de míticas fatigas: frente a la lujosa vida de Bruce Wayne, que golpea como Batman cada noche, o Britt Reid, que ante los malos se viste de Green Hornet, Doney Ramírez duerme en una tienda de campaña. Entre horas descansa también en esa tienda de campaña, y allí se cambia su traje de persona normal -no se trata de la cabina de Clark Kent para llamarse Superman, pero sirve- por el de hombre en el que recaen todas nuestras esperanzas, y en la misma tienda de campaña le imagino protegiéndose del sol, el frío, la nieve y la lluvia, pues no existe superhéroe sin un punto débil. Para unos, la criptonita; para él, las consecuencias de la altura desde la que piensa en cómo vencer a sus enemigos. Así, Doney Ramírez se enfrenta a las condiciones atmosféricas con las mismas armas que utiliza contra los villanos de esta historia: valentía y sacrificio.

El Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón opta por el silencio y se lava las manos

Sin mamporros, sin explosiones: no hay bang que valga y ni siquiera un escudero fiel que le despeje el camino, por mucho que su patrón le visite cada día para brindarle ánimos y almuerzo. Porque Doney lucha contra un mal en forma de constructoras con mucho poder y liquidez inexistente: Doney trabaja para Estructuras Jigar, subcontratada por una empresa -Ploder Uicesa- afectada no solo por la crisis, sino también por algunas maniobras vinculadas a tramas no demasiado claras. Ploder construye todavía, por encargo del Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, un aparcamiento y un edificio para albergar la casa de la cultura; y Ploder se ahoga hoy en un concurso voluntario de acreedores, pese a que la obra de Pozuelo -no la única- se pagó con una generosidad que no convenció ni a la interventora municipal ni a la oposición. Y Ploder, ya imaginan, no paga: la subcontrata se asfixia y tampoco logra afrontar sueldos, o lo consigue con dificultad innecesaria. Por eso Doney, nuestro héroe, subió a la grúa junto con otros dos compañeros que no han aguantado, y por eso Doney Ramírez camina hacia los 300 días de protesta para que Ploder asuma que los castillos -por mucho que se construyan en ese aire que ya debe de saberse de memoria- no pueden erigirse sin cimientos.

Doney calla y observa. Explica que le duelen las rodillas, que las piernas le tiemblan al incorporarse; apuesta por los gestos y no por las palabras, habla con la decisión de no bajar. Mientras tanto, y al contrario que nuestro superhéroe -lógico: imaginen a un justiciero con chaqueta, corbata y acta de concejal-, el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón opta por el silencio y se lava las manos, enjabonándose en el argumento más fácil: ellos han cumplido con el trato, desembolsando su parte de la obra, y por tanto no es asunto suyo si la constructora no paga. Hablamos de millones de euros de presupuesto -se explicó en estas páginas el martes-, y hablamos también de una deuda de 150.000 euros con Jigar, una cantidad que se interpreta según: calderilla para las cifras que siempre ha manejado Ploder, balón de oxígeno para la subcontrata.

Mientras nadie actúe y lo remedie, ahí continuará Doney Ramírez: recordándonos con su coraje que, mientras otros callan, él ignora el vértigo y se sube a lo que cree justo. "Las estrellas para quien las trabaja", escribió Juan Carlos Mestre en un poema; Doney Ramírez añadiría que también las grúas, y las recompensas, y adivina de noche esas estrellas, cada día el ajetreo de Pozuelo de Alarcón, el ir y el venir, el ver y el oír y el no mover un dedo ajeno. En tiempos difíciles, más que nunca, necesitamos superhéroes: gente con la que nos cruzaríamos una mañana en el supermercado, y que por la tarde se marcaría una proeza sobrenatural, qué sé yo, arrestar a un corrupto, dar su merecido a los estafadores, o a quienes apagan la luz frente a maniobras oscuras.

Por eso existe gente como Doney Ramírez, y por eso se alejan de sus familias, y suben a las grúas con pancartas sin importar cuántos días tardarán en pisar de nuevo el suelo de Madrid: para que no olvidemos agarrar fuerte la toalla, no vayan a tirárnosla. Podrían bautizarle como El Luchador Tranquilo, pero yo prefiero El Buen Vigía: y pensar que, mientras las ciudades duermen, superhéroes vestidos de personas buenas y sencillas -como Doney Ramírez- cuidan de nosotros.

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