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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El flanco afgano

España carece de margen diplomático para plantearse la retirada de Afganistán

El presidente del Gobierno parece haber extraído lecciones diplomáticas de las retiradas de Irak y Kosovo que ahora aplica en Afganistán. A pesar de la insistencia de algunos grupos parlamentarios en su comparecencia del pasado miércoles, Zapatero ha rechazado fijar una fecha precisa para la salida de las tropas españolas, vinculando su permanencia al cumplimiento de los objetivos para los que fue establecida la misión en la que participan. Si en Irak y Kosovo primaron las consideraciones de política interna, hasta el extremo de sacrificar la obligada coordinación con los aliados a sendos golpes de efecto, en Afganistán han prevalecido los requerimientos de la política exterior.

En una reciente visita a Madrid, el secretario general de la OTAN advirtió a Zapatero de los riesgos de una desbandada, tras la próxima retirada de los contingentes holandés y canadiense. Por otra parte, el Gobierno es consciente de que las buenas relaciones con la Administración de Barack Obama reposan, en buena proporción, sobre la participación española en Afganistán. A ello habría que sumar el elevado coste internacional que tendría para España una nueva retirada unilateral.

Reconocer que España carece de margen diplomático para plantearse la retirada de Afganistán, y actuar en consecuencia, no debería llevar a engaño, sin embargo, acerca de la situación que se vive sobre el terreno. Sobre todo si, finalmente, el Partido Popular renuncia de una vez a la estéril polémica sobre si las tropas españolas han sido enviadas o no a luchar en una guerra. La coexistencia de una misión destinada a estabilizar y reconstruir el país centroasiático con otra establecida para combatir a los talibanes es uno de los flancos del despliegue internacional por el que se está pagando un alto precio.

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España, al igual que otros países, se encuentra atrapada en ese flanco, puesto que los talibanes contabilizarían como victoria en el campo de batalla una eventual retirada solo referida a la estabilización y la reconstrucción. Sobre todo si adquiere el aspecto de una desbandada de las tropas internacionales. Lo que sería especialmente grave en el delicado contexto de las elecciones a la Cámara Baja del Parlamento, a las que están convocados hoy los afganos.

La retórica que presenta el despliegue en Afganistán como parte de la guerra contra el terrorismo oculta lo que de verdad está en juego. La presencia internacional no puede ser indefinida, entre otras razones porque el tiempo juega a favor de los talibanes. Por eso no tiene sentido hablar de victoria o derrota, sino de escoger bien el momento de la retirada. Se habrá hecho con acierto si se minimiza el riesgo de que los talibanes regresen al poder, y erróneamente si estos se imponen al incipiente Estado que el despliegue internacional ha intentado levantar durante estos nueve años.

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