Casanova, a caballo y sin bandera
Un estudio desmonta tópicos de la iconografía clásica del Onze de Setembre
Aquel día, en su gran hora, el conseller en cap Rafael Casanova, que no tenía nada que ver con la Generalitat sino que era el equivalente del alcalde de Barcelona, no iba a pie, sino a caballo, y no enarbolaba la bandera de Santa Eulàlia, que además era un pendón -la insignia, no la santa-. Casanova no vestía toga y pesados ropajes seudomedievales, sino pleno atavío de coronel, en correspondencia con su rango militar, con tricornio y casaca de galones dorados: tenía un aspecto global así como a lo Barry Lyndon, para entendernos. Por supuesto, no esgrimía una cimitarra, sino la preceptiva espada ropera de guarda ornamentada. Nada que ver, por tanto, según nuevos estudios, con la iconografía romántica, esencializada en la emblemática estatua de 1888 de Rossend Nobas frente a la que se hace la tradicional ofrenda y en el famoso cuadro de Antoni Estruch de 1909, las dos grandes representaciones de Rafael Casanova en el momento álgido del Onze de Setembre, cuando, hacia las siete de la mañana, el conseller en cap al frente de sus tropas, la milicia ciudadana barcelonesa vinculada a los gremios conocida como la Coronela, se lanza en audaz contraataque en los sectores de los baluartes de Sant Pere y el Portal Nou contra los asaltantes borbónicos.
La milicia urbana, la Coronela, vestía uniformes imponentes
El contraataque en las murallas, aunque fiero, fracasa y Casanova cae. La imagen romántica lo muestra en el momento de recibir un balazo, llevándose la mano al pecho (en realidad, como es sabido, fue herido en la pierna y sobrevivió a la jornada para morir de viejo a los 83 años). Es una recreación del mito eterno del héroe que muere ante un enemigo numeroso empuñando el sable y aferrando la bandera. Salvando las distancias, la estampa no es muy distinta de la del general Custer en Little Big Horn, e igual de inexacta. "Por testimonios de la época sabemos que Casanova va a caballo", señalan Francesc Riart y Xavier Hernández, especialistas en la historia militar de la época y autores de La Coronela de Barcelona, 1705-1714, un pormenorizado y exhaustivo estudio de la unidad que mandaba Casanova y que aparecerá próximamente en Rafael Dalmau Editores. "Casanova es coronel y el rígido protocolo militar de su tiempo exige que vaya montado y asistido de palafrenero. El jefe de la tropa debía ser bien visible. El coronel, por supuesto, nunca iba delante. El que fuera montado explica, además, la herida en la pierna, imposible si vas a pie y delante tienes a tus tropas bien apretadas como en un contraataque". Pero ¿iría el conseller en cap a caballo por las murallas? "Hay que entender la disposición de las murallas de la época: estaban ensanchadas y tenían plataformas y rampas para subir la artillería". En cuanto a la bandera, "el coronel de un regimiento nunca la llevaba él, no era su función actuar de abanderado; hay una fuente directa que indica que la portaba el conseller segon y alférez Salvador Feliu de la Penya". La bandera misma de Santa Eulàlia, invicta patrona, era una insignia bastante especial. "Sabemos que había dos banderas de Santa Eulàlia, la procesional, enorme y que no se llevaría a la batalla, y el pendón de guerra de la ciudad. Había una gran veneración por esa insignia, que se consideraba salvífica, un revulsivo extremo capaz de salvar milagrosamente la situación, un poco como el arca perdida de los israelitas".
Para los dos estudiosos, la imaginería romántica es absolutamente inventada y nos ha dejado un montón de clichés. "En el cuadro de Estruch, los miembros de la Coronela visten de paisano, cuando sabemos que iban uniformados de manera imponente, igual o superior a la de la tropa regular. El propio jefe enemigo, el duque de Berwick, quedó muy sorprendido al verlos por su magnífico aspecto". Los estudiosos recalcan que Casanova y la Coronela, pese a que eran una tropa que daba gusto verla -costaban una pasta a los gremios-, contaban con armas modernas, mandos competentes y estupenda instrucción militar, no fueron en absoluto la columna vertebral de la defensa de Barcelona en el asedio de 1713-14, tarea de la que se encargaron las fuerzas regulares comandadas por Villarroel. Sin embargo, protagonizaron una página inolvidable en su contraataque del 11 de septiembre, que fue a la vez su gran momento y, ¡ay!, su canto del cisne. Con Casanova cargaron seis compañías del sexto batallón, entre ellas las de taberneros, sastres, merceros y caldereros. Embistieron contra lo mejorcito de Felipe V, guardias españoles y guardias valones, y no vencieron pero convencieron. Según Riart y Hernández, el miedo a que quedaran más tropas frescas como aquellas de la Coronela contribuyó a que Berwick, gran soldado profesional, prefiriera no arriesgarse a tener demasiadas bajas y aceptara tratar la capitulación sin someter la ciudad a saqueo. De alguna manera, pues, la Coronela y Casanova salvaron Barcelona. No es la única aportación de la milicia urbana barcelonesa: fue un precedente del pueblo en armas de la Revolución Francesa y -una hipótesis muy sugerente- pudo influir, a través de Lafayette, en el ejército de Georges Washington.
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