Política doméstica y sus límites
Al final nuestro Gobierno no ha tenido más remedio que imponer las decisiones que le reclamaban los mercados y el Eurogrupo. No han sido unas medidas adoptadas por gusto, claro está. Tal y como estaba la situación no había más remedio. Se discutirá si son o no las adecuadas, si van a dar resultado, si ha sido demasiado tarde o si falta por resolver lo fundamental, el combate al desempleo. A bote pronto, sin embargo, lo que a uno le deja un amargo sabor no son los sacrificios en sí. Después de tanta espera casi hasta se agradece que lograra prevalecer una acción decidida y sin ambages. Lo que duele es que haya tenido que ser por exigencia de otros; la heteronomía, el ver objetivada de una forma tan plástica los límites de la política nacional. El verificar nuevamente que aquello que más nos afecta se escapa a nuestro control político interno.
El error de los más débiles fue creer que nos podíamos medir a los grandes
Se dirá que aún queda un importante contingente de asuntos sobre los que se extiende nuestra soberanía política. Sin duda. Pero los principales, aquellos que afectan a la política económica, hace tiempo ya que han emigrado hacia otra esfera, la de las organizaciones supranacionales como la UE o el orden económico global. En la primera todavía cabe un margen de acción política por parte de cada uno de los Estados que la integran; en el segundo, por el contrario, impera el estado de naturaleza previo al establecimiento de un verdadero sistema de organización de lo político. Lo curioso, y esto es lo que explica tanta vacilación a la hora de resolver la crisis griega o la nuestra, es que la democracia está sintonizada para satisfacer exclusivamente los intereses políticos nacionales.
Las dudas de Alemania a la hora de acudir al rescate de Grecia, lo sabemos bien, obedecían a un cálculo electoral. No a los intereses del Eurogrupo, sino a los intereses electorales de la señora Merkel. Y si esto es así es porque los gobernantes sólo son responsables políticamente ante sus propios ciudadanos, no ante los ciudadanos de la zona Euro como un todo. A su vez, los ciudadanos les enjuician por lo que hagan por su propio país, no por otros. Ignoran hasta qué punto somos interdependientes y cómo las decisiones de unos se imbrican a las de otros. No hay que esperar ciudadanos más cosmopolitas, sin embargo, si no se les hace ver cuáles son los contornos de la nueva realidad. Si el discurso de la política más allá del Estado-nación no toca las emociones, algo que es evidente, sí puede ser eficaz traducido al lenguaje de los intereses. ¿Conocen a algún político europeo con mando en plaza que se haya dignado a enhebrar un relato coherente en esta línea?
Hay un punto, sin embargo, que es preciso no perder de vista cuando nos lamentamos de que otros decidan por nosotros. En este estadio de la integración económica europea, nuestro gran error, el de los países del sur o de las economías más débiles, ha sido el de creernos que podíamos medirnos a los grandes; el no haber tomado conciencia de nuestra propia estatura. Con la moneda única nos blindaron con una protección monetaria que no se correspondía con nuestro nivel de desarrollo. Los bajos tipos de interés proporcionados por el Banco Central Europeo nos permitieron acceder a dinero barato que sirvió para endeudarnos y para facilitar que viviéramos por encima de nuestras posibilidades. Visto desde hoy, puede que ahí estuviera la causa de todo. Y eso no es imputable ya a las fuerzas del mercado, a las agencias de calificación o a otros socios continentales. Podíamos haberlo evitado con políticas nacionales. La acción correcta sí estaba en nuestras manos. España en menor medida que otros, pero todos actuamos como el gorrón que se beneficia del paraguas que sostiene el más fuerte.
Basta ya de quejas. Ahora que hemos decidido remangarnos y coger el toro por los cuernos lo importante es acertar en el diagnóstico. Y éste hace imperativo que tengamos claro cuáles son las posibilidades de las políticas nacionales y cuándo y cómo hemos de pelear en otros escenarios para superar sus límites. En los últimos años nos ha faltado ambición europea y nos ha sobrado autocomplacencia. Lo que más se ha echado en falta, sin embargo, ha sido un tipo de liderazgo menos parroquial; menos interesado en la política de las broncas y las decisiones cotidianas y más propenso a actuar sobre los nuevos desafíos de la política. Hoy con la política pequeña ya no se resuelven los problemas grandes.
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