"El héroe es el niño, por vivir"
Los héroes son aquellas personas hechas de otra pasta que cuando todo el mundo sale despavorido del horror, ellos entran en él con todas sus consecuencias. Son esos seres que se quedan cuando la mayoría huye, o quienes acuden al rescate en mitad del caos. Es precisamente lo que hacen Óscar Vega y Félix del Amo, los dos bomberos que salvaron entre los escombros de una muerte segura a Redjeson Hausteen Claude, el niño de dos años que sobrevivió milagrosamente al terremoto de Haití, gracias a ese azar de los derrumbes y a un equipo español que se empeñó en ello. "Ése es nuestro trabajo: salvar gente".
Para eso creen que han nacido. Desde que de niños veían pasar los camiones rojos con las sirenas. "Lo nuestro es vocacional", aseguran. Si no, es mejor no meterse. Ellos no se lo pensaron. Les avisaron a las nueve de la mañana y a las cuatro estaban junto a otros voluntarios y dos perros de su unidad, montando en un avión que salía de la base de Torrejón de Ardoz rumbo a la catástrofe. El viaje ha cambiado sus vidas. Salieron de Valladolid una mañana como bomberos voluntarios y han regresado como héroes. Todo el mundo quiere hacerse la foto con ellos después de que su cara diera la vuelta al mundo con Reggie, aquel niño alucinado en brazos, a quien simplemente Óscar dijo para sacarle del agujero: "¡Te vienes conmigo, cariño!". Fue la luz de una experiencia que les ha marcado y que tuvo también sus sombras. Cuando se vieron obligados a dejar morir a una adolescente porque nadie garantizaba su seguridad. Su mirada, dicen hoy, de vuelta a casa, todavía les persigue. "En este trabajo estamos preparados para encontrar la vida o la muerte, pero no para abandonar a nadie", comenta Félix del Amo con los ojos perdidos.
Óscar Vega: "La emoción de rescatar al niño me hizo temblar todo el cuerpo"
Félix del Amo: "Nunca había dejado a nadie ahí. Nunca había dejado una cara que te mira y te pregunta: '¿Pero adónde vas?"
¿Cómo se forma uno para este trabajo? ¿Cómo se prepara? Félix del Amo. Es un trabajo ante todo vocacional. Que uno sienta que este oficio es lo que tiene que hacer en la vida. Luego, la experiencia te hace ver muchas cosas, sentir muchas cosas y superar situaciones. La formación es continua, con cursos, nuevos aprendizajes que enseñan a ayudar y a prepararte para lo que no puedes salvar también. Nuestro trabajo consiste en entrar donde todo el mundo sale corriendo.
La dureza psicológica debe ser tan firme como la física, supongo. F. A. Muchos compañeros me dicen, Félix, yo me he metido aquí para salvar vidas y últimamente no estoy sacando más que cadáveres. Los bomberos, hoy en día, actuamos en todo. Somos el último eslabón. Si los bomberos decimos que no, ¿quién llega detrás? Para eso no hay forma de prepararte, lo vas asimilando. Siempre hay una situación que te puede superar. Quizá, en el momento, no. Pero después, al llegar a casa
Óscar Vega. En este caso, al volver de Haití, la mejor psicología ha sido poner el pie en tierra, en España. Veníamos de bajón.
F. A. Vas preparado para todo. Cuando acudes a cualquier siniestro piensas que puedes encontrarte lo peor.
¿Y en Haití ? Ó. V. En Haití, todo lo que nos podíamos temer era así, pero multiplicado. Lo más fuerte es el primer contacto. La gente iba con la vista perdida, sin saber qué hacer. Habían pasado 24 horas desde el terremoto y estaban en la calle, sin agua, sin comida, plagado de muertos a los que nadie prestaba atención.
Su prioridad, en cambio, era buscar vidas. ¿Por dónde se empieza a hacer este trabajo? F. A. Una agencia organizaba dónde debíamos ir cada uno. Se priorizan los lugares donde había gran aglomeración de personas en el momento del terremoto. Supermercados, escuelas, universidades.
Ó. V. Nos asignaron la Agencia de Cooperación Internacional y nos proporcionaban medio de transporte y escolta. Era obligatorio por la seguridad.
Una vez que empiezan a buscar, ¿cómo se guían? ¿Por sonidos, intuición? F. A. Llevamos perros especializados en búsqueda de personas. Si el perro detecta algo, empiezas a buscar. Si no, miras otros indicios.
Debía despedir ya todo un olor profundo. Ó. V. A muerte, en toda esa zona, según andabas por las calles. La gente se ponía mondas de naranja o hierbas aromáticas para despistar el olor. Era muy intenso, se te metía en la ropa. Es una peste que se me ha grabado y me he traído para España.
De la universidad, ¿hacia dónde fueron? F. A. A las casas siguientes. Ahí fue donde nos sentimos rodeados.
Ó. V. Te agarran, te quieren llevar a sus casas, donde tienen a los suyos.
F. A. Había dos edificios. Una escuela y otro en el que decían que había mucha gente. Un grupo quería que fuéramos a uno, y los demás, al otro.
Se estaría haciendo tarde a esas alturas. F. A. Sí, iba siendo hora de retirarse al campamento. Pero entonces se acercó una señora diciéndonos que en un edificio había un niño, que lo oían respirar. Como nos íbamos de esa zona, la gente estaba muy alterada. Lloraban. Puro desconsuelo. Nos acercamos antes de retirarnos.
¿En este caso sí se dejaron llevar por un instinto? F. A. Tú notas a una persona destrozada, que te está diciendo la verdad. La señora lloraba y gritaba porque nos íbamos. Lo notas. Eran las seis largas y había que retirarse al aeropuerto. Por seguridad.
Pero algo les detuvo. Ó. V. Por cómo se comportaba la gente estaba claro. Se iban apelotonando alrededor. Llegamos, pedimos silencio y oímos como a un gatín. Gritábamos su nombre: "¡Reggie! ¡Reggie!". Y el aullido subía. Era un niño de dos años, lo raro era que entendiera y respondiera así.
F. A. Empezamos a trabajar. Había unas losas de forjado apoyadas sobre pilares de piedra que hacían un pequeño túnel. Por ahí creíamos que se podía acceder y nos metimos lo máximo que pudimos. Le llamábamos y contestaba, daba señal. Era un buen camino.
Ó. V. Quitamos piedras con cuidado, era muy precario, una vivienda de dos plantas que se había venido abajo.
F. A. Fuimos por debajo del forjado y nos topamos con unas verjas de hierro que nos impedían seguir. Decidimos cortar piedra para sacar la verja. Hacíamos relevos entre ocho personas dentro. Fuera estaba gente de la Comunidad de Madrid, Guardia Civil, Policía Nacional. Llegamos hasta él y pudimos darle agua. Una bolsita, no había hueco para botellas, era un agujero muy pequeñito.
¿Cómo estaba el niño? F. A. Ufff. Como si se le apareciera Dios Le vi yo primero. Estaba sentado y atrapado. No se podía desplazar, pero abría los ojos y me estiraba los brazos para que me lo llevara. Fui a cogerlo y no podía.
Ó. V. Tenía una pierna estirada, la otra cruzada, y luego tenía un travesaño de una mesa delante. Aparte, el abuelo lo tenía cogido en brazos. Como si cuando ocurrió el terremoto le hubiese cogido y se hubiesen tirado debajo de la mesa.
F. A. El forjado estaba sujeto por una silla, una mesa de una pata que había quedado perfecta y el cuerpo del abuelo. El niño estaba dentro de ese triángulo. Bebió agua, intenté tirar de él, pero no podía salir. Noté que no se quejaba y que estaba bien.
Ó. V. Apuntalamos con un gato y, mientras estábamos dentro, sentimos una réplica del terremoto. Fuera debió de ser poco, pero dentro retumbaba. Nos tranquilizamos y seguimos con la cadena.
Y entonces lo sacaron Ó. V. El problema era un travesaño. Le estiré las dos piernas. Creía que tenía la madera clavada, fui retirándole y, como no se quejaba, le saqué. Se inclinaba como viniéndose conmigo, le retiré el brazo del abuelo y les iba diciendo: ¡Que se viene conmigo! ¡Que se viene conmigo! Tenía los ojos como platos y estaba serio. Al cogerle, sonrió. Fuera había una algarabía. Yo a él le había dicho eso de: "¡Cariño, que te vienes conmigo!". Fue una emoción
¿Cómo de grande? Ó. V. Como un temblor. Se agarraba a mí como diciendo: "Me voy con éste como sea". No sabían si cantar, si llorar. Nos daban las gracias. Todo aquel miedo cuando nos sentimos rodeados eran después aplausos. Su madre se me agarraba y decía: "¡Mami, mami!". Luego, ya fuera, me desconcerté un poco.
F. A. Todos queríamos cogerle. Era nuestro trofeo, y el niño se dejaba, llevaba 50 horas sepultado y El gran héroe es él, por las ganas de vivir.
Ó. V. El niño es muy listo. Llamaba la atención que tan pequeño atendiese a todo con ese sentido común, ese instinto. Una persona mayor hubiese reaccionado peor.
Y al día siguiente, más F. A. Más trabajo. Nuestros compañeros rescataron a otro en un supermercado. Y nosotros, hasta que nos topamos con esa chica a la que tuvimos que abandonar.
¿Cómo fue aquello? F. A. Nos mandaron al sector 8, que estaba muy derruido, la verdad. Nos llevaron a un hotel y otra vez la población nos indicó que había una persona viva en una zona. Llamamos y escuchamos su voz. Cuando llegamos hasta ella la vimos en malas condiciones. Llevaba seis días atrapada, no había podido ni pestañear. Estaba atrapada debajo de una escalera.
¿Hablaba? F. A. Hablaba, sí. Pero tuvo mala suerte la mujer porque tenía una verja y una ventana al lado que se había roto y le había clavado los cristales por diferentes partes del cuerpo. Cuando llegamos tenía la cabeza apoyada sobre un muro de la escalera y un bloque de hormigón junto al cráneo. Los brazos atrapados por escombros, y las piernas, con el cuerpo de su madre encima.
¿Cuánto tiempo lo intentaron? F. A. Dos horas. Tratamos de apartar los escombros, le dimos agua, fuimos liberando el brazo y le hicimos un torniquete, tenía heridas en la clavícula con gusanos ya... Oímos disparos, tiros. Los escoltas nos dijeron que había que irse. Negociamos y conseguimos que nos dieran media hora. En una hora más la habríamos sacado, pero necesitábamos ganar tiempo. Nos metimos decididos a arrancarla de allí. No pasan dos minutos y nos dicen que había que irse ya, que si no, no garantizaban nuestra seguridad. Pero no podíamos salir de allí diciendo que vivía. Nos matan. Estaban pendientes de si la sacábamos o no. Les dijimos que se nos había ido, que estaba muerta.
Ó. V. Sólo pedíamos que no hiciera el más mínimo ruido, porque como se notara algo nos linchaban.
F. A. Nos fuimos replegando, insistimos en que había muerto, y al meternos en el camión, la escolta nos dijo que nos echáramos al suelo. No podían girar el camión. Los presos de la cárcel se habían fugado y la cosa estaba muy complicada.
Blanco y negro. Ó. V. Pues sí, de estar arriba del todo, a hundirte en la miseria.
F. A. Para eso sí que no íbamos preparados. Acudimos a salvar gente. Se nos han muerto en brazos, pero nunca hemos abandonado a nadie. O salvas a alguien o se te muere, pero nunca he dejado a nadie ahí, nunca había visto esa cara que te mira y te pregunta con el gesto: "¿Pero adónde vas?". Es lo único que jamás en mi vida pensé que me pasaría. Luego no dejas de pensar: y si hubiéramos tirado un poco más, y si hubiéramos aguantado, y si, y si
¿Y volver al día siguiente? F. A. No, porque habíamos metido un médico y nos dijo que estaba muy mal. Había muchas posibilidades de que no sobreviviera.
Ó. V. Es peor ir y verla ya muerta. Ese momento final fue terrible. Porque ella daba la sensación de entender que la estabas dejando. Fue muy duro, y eso nos ha quedado. Incluso hubo una falsa alarma después. Vinieron unos diciendo que otro equipo la había rescatado. Pero vimos la foto y no. No era ella.
F. A. Después nos tocó sacar muertos de los sitios. Muchos muertos. Pero esos no se cuentan. Sólo los vivos.
¿Volverían? F. A. y Ó. V. Mañana mismo. F. A. Yo, personalmente, no sirvo para otra cosa.
Y el heroísmo, ¿llevan bien que todo el mundo quiera hacerse fotos con ustedes? F. A. Ojalá hubiésemos vuelto como nos íbamos. No somos héroes. Es nuestro trabajo. Mañana haremos lo mismo. Si todo esto ayuda para que en otra ocasión nos pongan más medios o mejores condiciones, bienvenido sea; contagiar a más voluntarios, perfecto. También es de agradecer que reconozcan tu trabajo.
¿Y usted, Óscar? Ó. V. Yo preferiría que mi foto no hubiese salido.
No se preocupe, la fama son cinco minutos. Luego les olvidan. Ó. V. Pues lo estoy deseando, la verdad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.