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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un recital en todo su esplendor

Un recital en las varias acepciones de la palabra. Un recital de voces, de muy buenas voces. Si el Liceo tenía que jugársela con Il trovatore, el reparto no podía fallar, eso lo tenía muy claro la dirección artística. Y no falló individualmente, aunque podría ponerse algún reparo sobre la homogeneidad del conjunto.

Hubo una triunfadora clara, digámoslo enseguida: Fiorenza Cedolins en el papel de Leonora. Empezó algo precavida con Tacea la notte placida, aria con cabaleta trapera que Verdi le coloca a la soprano nada más dejar las bambalinas. Pero Cedolins fue a más, y al inicio del cuarto acto puso toda la carne en el asador. La suya es una Leonor apasionada sin dejar de ser sutil. Engancha. Muy bella fue también la Azucena de Luciana d'Intino. Contenida, nada habitual. Este papel requiere voces grandes y suele jugarse sobre la fuerza, a menudo con algunos daños colaterales sobre la línea de canto. No fue el caso de D'Intino.

IL TROVATORE

IL TROVATORE, de G. Verdi y S. Cammarano. Principales intérpretes: Vittorio Vitelli, Fiorenza Cedolins, Luciana d'Intino, Marco Berti. Dirección escénica: Gilbert Deflo. Orquesta y coro del Liceo dirigidos por Marco Armiliato. Liceo, Barcelona, 2 de diciembre.

El reparto masculino no brilló al mismo nivel, pero también fue meritorio. Marco Berti (Manrico) es un tenor gladiador, corajudo, fuerte. Y con el punto añadido de hacer sufrir en algún pasaje, lo cual siempre es emocionante. Acaso la más verdiana de todas las voces escuchadas ayer fuera la de Vittorio Vitelli (Conde de Luna). En los registros agudo y central tiene de manera natural ese timbre oscurecido que tan bien le sienta al barítono verdiano. Cumplió bien el resto del reparto. Y muy especialmente el coro, que en esta ópera es un personaje más. Experimentado, vivísimo en los tiempos, estuvo el director Marco Armiliato. ¿Y qué decir de la puesta en escena de Gilbert Deflo? Pues lo mismo que al principio: fue más un recital de canto que una ópera. Su propuesta, basada en telones de seda que se descuelgan repetidamente, acabó cansando.

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