Academia e imaginación
Claude Lévi-Strauss forma parte del reducido grupo de intelectuales que marcaron de manera decisiva el pensamiento del siglo XX. Los orígenes de su aportación hay que buscarlos, sin duda, en su dedicación a la antropología. Pero, lejos de circunscribir sus investigaciones a esta disciplina, acertó a transitar desde muy pronto entre el ámbito de las doctrinas científicas y las observaciones sobre el terreno, contribuyendo a enriquecer y a transformar unas y otras. Tomó de la lingüística estructural de Saussure la interpretación de la lengua como sistema, y la aplicó a la cultura de los llamados pueblos primitivos. Pero no fue la única fuente teórica de la que bebió: según su propia confesión, sus fundamentales trabajos antropológicos no hubieran sido lo que fueron sin la lectura de Marx y Freud.
Tal vez la trascendencia y la originalidad de la obra de Lévi-Strauss radique en que ilumina la realidad contemporánea en múltiples direcciones, con independencia de las distancias geográficas. Lo hace con respecto al conocimiento de los pueblos cuyas relaciones sociales y universos simbólicos estudia, como los nambikwara o los bororo. Pero lo hace, además, con respecto a la cultura de la que él mismo parte como investigador. Las fronteras entre el observador y lo observado, según muestra Lévi-Strauss, son menos concluyentes de lo que se pensó durante siglos, lo mismo que las que separan magia, mito y ciencia. Estudiar a los pueblos llamados primitivos no es sólo una vía para ampliar el conocimiento en abstracto, sino también un procedimiento para comprender mejor la propia realidad.
Talento literario
Lévi-Strauss abordó sus trabajos con el género de rigor que exige la academia, pero también, y sobre todo, con una imaginación capaz de poner en relación datos y experiencias en apariencia muy distantes. A ello unió un rasgo frecuentemente desatendido por sus comentaristas: un excepcional talento literario. Si la lectura de obras como Antropología estructural o Estructuras elementales del parentesco es una tarea ardua, libros como Tristes trópicos, El pensamiento salvaje o Raza e historia producen la rara satisfacción de entrar en contacto con fecundas hipótesis sobre las convenciones últimas sobre las que se funda la vida humana tal y como la conocemos.
Su obra constituye uno de los eslabones más indiscutibles de la mejor tradición del pensamiento universal, que retoma cuanto se produjo de valioso antes de él y lo pone a disposición del futuro. Su vida abarcó la totalidad del siglo XX, el mismo que, hoy, no puede ser cabalmente comprendido sin su trabajo.
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