¿Hay armarios sin esqueletos?
Festival de Cannes, 1979. Se exhibían dos películas generadas por The Who, Quadrophenia y The kids are alright; sus productores lo celebraron con una fiesta en un palacete. Nada parecido a una bacanal: música tenue, los invitados charlando en la pradera. Exiliados fiscales y VIP de paso, desde Roger Waters, arrogante cabecilla de Pink Floyd, al más famoso prófugo del momento, Roman Polanski.
Un año antes, el director había burlado a la justicia estadounidense. Aquella noche, se mostraba locuaz pero le acompañaba un hombre silencioso, quizás un guardaespaldas. Decían que Polanski tomaba precauciones respecto a la gente del cine, que por esas fechas pululaba por la Costa Azul. No era muy popular en Hollywood: se deploraba que no hubiera tenido suficiente fe en la capacidad de los abogados para resolver los más embarazosos desaguisados. Podían disculpar su lolitismo, pero no que cometiera su delito en casa ajena, la de Jack Nicholson. El actor prolongó sus vacaciones, alejado de California mientras zumbaban las requisitorias de la policía, que -excitada por la posibilidad de una doble captura- quería comprobar si eran suyas las huellas aparecidas en una caja con hachís. Nicholson tardó en someterse a las pruebas dactiloscópicas: no hubo coincidencia. Susurraban que alguien hizo un trabajito, manipulando las evidencias.
Hollywood lamenta la insensatez de Roman Polanski y su desafío a las leyes californianas
Los detalles rezumaban una espantosa sordidez. La estratagema de seducir a una muchachita de 13 años con la promesa de convertirla en modelo para Vogue. Los barbitúricos para debilitar su resistencia. Luego, el encendido del ventilador de la difamación, punzantes sugerencias de que la víctima y su madre eran cazafortunas, dispuestas a exprimir a Polanski. Pero éste explicaba que le querían hacer pagar por pecados propios y ajenos. Al establishment, recordaba, se le había escapado otro realizador (supuestamente) judío con inclinación por las menores, Charlie Chaplin.
Treinta años después, sus defensores insisten en la perversidad estadounidense, que si Abu Ghraib o las ejecuciones de Tejas, para relativizar la culpabilidad de Polanski. Puedo entender sus argumentos pero intento imaginar cuál habría sido nuestra reacción si, en 2009, unos generales europeos hubieran protestado por la detención de un "milico" argentino, acusado de violación cuando combatía a los montoneros.
Funcionamos con automatismos que nos empujan a excusar y proteger a los colegas, a nuestros héroes. Supimos recientemente de otra historia miserable, que afecta a un antiguo amigo de Polanski, el músico John Phillips. En su autobiografía, la actriz Mackenzie Phillips alega que su padre se acostó con ella cuando tenía 18 años, precisamente la víspera de su boda; también se usaron drogas -cocaína, heroína- para superar el tabú. La relación se prolongó hasta que Mackenzie tuvo que abortar.
También yo me sentí indignado: muerto en 2001, el genio de The Mamas & The Papas no puede responder. Mackenzie ha compartido su "infierno" mediante una aparición en televisión, confesándose ante la madre superiora de las conciencias estadounidenses, Oprah Winfrey. ¿No se había agotado el filón de las revelaciones de añejos abusos sexuales? Luego, negaciones y confirmaciones: las ex esposas de John no pueden creerlo, las hermanastras de Mackenzie aseguran estar al tanto de la historia. Para ensuciarlo más, el publicista del patrimonio del difunto compositor de California dreamin' -herencia de la que se benefician las implicadas- difunde She's just 14, donde John cantaba a una adolescente sexualmente activa, posiblemente la propia Mackenzie. Como banda de acompañamiento, los Rolling Stones: ¿se necesitan más "sospechosos habituales"?
Entramos en el territorio de las guerras culturales. El caso de los Phillips, nos aleccionan, es producto de la degeneración moral propiciada por los años sesenta. Tienes que reírte: ¿no hay incesto en la Biblia? Pero termino repasando las memorias de Phillips, Papa John. Obviamente, no menciona nada de esto pero impresiona su autorretrato del adicto, un desastre con patas, a veces rescatado por Mick Jagger y otros valientes. De repente, un escalofrío: sí, pudo ser. En su estado, todo era posible.
Babelia
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