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Columna
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China antes que Marte

Francisco G. Basterra

Lástima que la Luna, objeto de deseo en las noches estrelladas del verano, esté estos días apagada, justo cuando el lunes se cumplirán 40 años de la llegada del hombre al planeta más próximo a bordo del Apollo 11. Las gentes con más de 50 años recordarán pasado mañana dónde estaban, y con quién, la madrugada del 21 de julio de 1969 cuando Jesús Hermida contaba en la única televisión de España, en blanco y negro, el alunizaje y el primer paseo lunar. Ahora hemos sabido que Armstrong lo primero que hizo fue coger la primera piedra que vio y guardársela por si algo salía mal y tenía que regresar precipitadamente al Eagle, el módulo del alunizaje. Los astronautas estadounidenses llegaron a la Luna con combustible para sólo 17 segundos más de vuelo, mientras en la Tierra, William Safire había preparado para el presidente Nixon una bella elegía por si no podían regresar. El legendario periodista norteamericano Walter Cronkite dijo, al describir los primeros pasos de Neil Armstrong en el Mar de la Tranquilidad, que, a partir de entonces, cualquier acontecimiento sería un mero asterisco de la historia. Como todas las frases redondas en su momento, la de Cronkite resultó incumplida. El 1969 fue también el año del concierto de Woodstock y de Easy Rider. Y en España, Franco decidía también ese julio que el joven príncipe Juan Carlos fuera el próximo rey. Desde entonces han pasado cosas terribles, el 11-S; magníficas, la consolidación de la democracia en España; sorprendentes, la llegada a la Casa Blanca construida por esclavos negros de un presidente afroamericano. No, la historia no ha acabado como predijo Fukuyama en otra sentencia efímera.

El acercamiento entre EE UU y China exige cuanto antes la presencia de Obama en Pekín

En este mundo instantáneo que vivimos nada dura más allá de un par de telediarios. Ya no hay grandes relatos épicos. Por eso resulta recomendable en estas vacaciones el libro que acaba de publicar Buzz Aldrin, el segundo astronauta que pisó la Luna hace cuatro décadas tras Armstrong, Magnificent Desolation (Harmony), en el que defiende que EE UU tiene que volver al espacio, directamente a Marte, con vuelos tripulados sin el trampolín lunar. ¿Una colonia estadounidense en un mundo nuevo? Pero no parece que esté el presupuesto norteamericano para un gasto público sideral. La NASA vive una deriva tecnológica, se ha quedado sin cohetes propulsores y sin objetivos. Hay que recordar que la genialidad de John Kennedy prometiendo poner a un estadounidense en la Luna antes de finales de la década de los sesenta del siglo XX estaba basada en la competición con la Unión Soviética en plena guerra fría. Tras el asesinato de JFK, su sucesor, Lyndon Johnson, reconoció que el dinero empleado en el proyecto Apollo fue rentable, realmente una ganga: nos permitió mediante el espionaje desde el espacio, dijo, saber el número de armas nucleares con las que contaba Moscú y resultó que eran muchas menos que las que calculábamos. "Estábamos fabricando misiles que no necesitábamos".

Barack Obama no está pensando en el espacio, mucho menos en Marte. Antes tiene que viajar a China. Pekín debiera haber sido el primer destino lógico del nuevo presidente. Pero antes ha definido su visión del mundo en Praga (el sueño de un planeta desnuclearizado), Turquía (la mano tendida a los musulmanes), El Cairo (EE UU no está en guerra con el islam), Moscú (el difícil intento de entenderse con la petrocracia de Putin y su deseo de mantener su antigua esfera de influencia). Y su última escala, por ahora, en África, en Ghana, donde pidió al continente negro que ejerza su autorresponsabilidad y no se esconda tras la excusa del colonialismo para justificar sus guerras y su retraso económico. Ahora toca ya Pekín, la capital del reino de en medio, la otra superpotencia. El poder mundial está pasando de Occidente a Oriente, aunque sea una noticia bomba aún prematura el fin del dominio de Occidente y la llegada de un siglo XXI asiático o sólo chino. Pero ahí está Chimérica, esa entidad virtual bautizada por el historiador Niall Ferguson, que suma el 25% de la población mundial y más del 30% del PIB del planeta. Éste es el auténtico G-2. Goldman Sachs, el banco estadounidense resucitado, prevé que la economía china superará en tamaño a la de EE UU antes de 2027. Sin embargo, debido a su enorme población, al ritmo actual de crecimiento, un chino necesitaría 47 años para alcanzar el nivel de vida que disfruta hoy el estadounidense medio. La necesaria acomodación, competitiva sí, benigna o no, entre Estados Unidos y China, está pidiendo cuanto antes la presencia de Obama en la Ciudad Prohibida de Pekín. El otro viaje, a Marte, queda para más adelante. Sin duda, lo realizarán nuestros hijos. fgbasterra@gmail.com

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