Las virtudes de lo público
Desde el Lawrence Berkeley Laboratory se divisa la bahía de San Francisco. Allí tuvo una de sus etapas el viaje que el entonces presidente de la Generalitat realizó a Estados Unidos, en enero de 2002. A Jordi Pujol le llamó poderosamente la atención la nanotecnología, aunque tenía especial interés por el sincrotrón. Precisamente él había negociado con el Gobierno central la ubicación de un acelerador de partículas de tercera generación en Cataluña. El presidente de la Generalitat comentó a los periodistas que admiraba la agilidad del sector privado de Estados Unidos frente a la paquidermia administrativista de España. Ciertamente, era envidiable constatar el desarrollo en investigación de la sexta economía mundial en términos de PIB: en pocos kilómetros, los sincrotrones de Berkeley y Stanford rodeando el corazón de Silicon Valley.
Excepto dos centros tecnológicos pagados por La Caixa, el resto del proyecto científico Alba descansa sobre dinero público
La solemnidad de esas catedrales de la investigación no impedía la tierna informalidad de unos científicos-promesa acarreando los cochecitos de sus hijos arriba y abajo bajo el manto protector de las grandes corporaciones, que echaban mano del talonario para incentivarlos. Ante ese fresco noucentista de futuro prometedor, la dureza de la escasez: California se desperezaba de haber vivido la gran crisis de aprovisionamiento energético en los años 2000 y 2001. La privatización y el incremento de la demanda eléctrica derivaron en célebres apagones, que obligaron a la intervención del Gobierno federal. Hubo pérdidas millonarias y una longeva crisis, coronada con una multa de más 3.000 millones de dólares para el sector. Junto al poderío investigador del sincrotrón, Pujol constató sobre el terreno la precariedad de la red eléctrica. Al lado de los aceleradores de partículas, el cableado era sostenido por añejos postes de madera. El mercado daba agilidad a la investigación y al tiempo le quitaba el suministro eléctrico. Y es que todo sector privado que se precie necesita del garante de un excelente sector público. En el caso californiano, el apetito desordenado por el beneficio condujo a la desinversión.
Siete años después de aquella excursión tecnológica, en Cataluña se dan los últimos toques al proyecto Alba. En 2011, Cerdanyola del Vallès contará con el primer sincrotrón de España. Sobre Ramon Pascual -otro de los asistentes a la expedición científica de Pujol a EE UU- descansaba ya entonces y ahora la dirección del proyecto. A veces en este país con lentitud de paquidermo las cosas se hacen bien. Entre el laboratorio de nanotecnología de la Universidad Autónoma y el campus de ESADE en Sant Cugat se levantará el parque Alba, con 3.600 viviendas alrededor de ese sincrotrón. Excepto dos centros tecnológicos pagados íntegramente por la Caixa, el resto del proyecto científico descansa sobre el dinero público: el 100% del acelerador de partículas ha sido pagado en encomiable hermandad a partes iguales por la Generalitat y el Gobierno central.
La que aspira ser ciudad tecnológica va a tener el sincrotrón ocupado en más del 90% por encargos públicos. ¿Qué sucede con el sector privado? Está desaparecido. Cierto es que son estos tiempos de crisis, pero también lo es que la realidad es testaruda y acaba por destruir mitos nacionales. Esta misma semana, la patronal Pimec constaba que Cataluña ha sido la comunidad que más ha especulado con el ladrillo. En el periodo 2000-2008, previo por tanto a la crisis, el 46,2% de las sociedades creadas en la comunidad pertenecían al sector inmobiliario, porcentaje que en el conjunto de España quedaba en un 38,5%. Pero lo más inquietante es la desaparición del otrora legendario tejido industrial: la destrucción neta de empresas ha sido del 0,3% en Cataluña, mientras que en el conjunto de España el tejido industrial ha crecido el 4,8%, justo en ese periodo.
El cambio de modelo productivo al que debe encaminarse España, tal como fue anunciado por el presidente Zapatero en el debate sobre el estado de la nación, no pasa por el momento del mundo de los ectoplasmas: ni el Gobierno lo concreta, ni gran parte de los empresarios están ahora por la labor, obsesionados por el abaratamiento del despido. Pero la ambición no debe perdernos. Para empezar no estaría mal una mayor implicación privada en ese 18º acelerador de partículas de Europa, primero al sur de los Alpes.
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