"Més arregladet"
Jorge Guillén, con quien se inauguraron los Cervantes en 1976, dejó dicho, después de una tarde extrañamente feliz, que el mundo estaba bien hecho. Es curioso: Juan Marsé desprende esa sensación: le lees, le ves, y sientes que el mundo está bien hecho.
Él desprende, en persona, en la literatura, un acomodo especial, como si su escritura lo ordenara todo, incluso el desastre; se pueden derrumbar familias y amores, puede haber rastros de la vida rota, y sin embargo uno entra y sale de Marsé como si hubiera visitado un templo perfecto.
Serio, profundo, fiable. Ése es el personaje que ayer congregó, en su discurso y en la realidad, a amigos suyos de la infancia, o de la juventud, a sus parientes, a los que le ayudaron, a sus editores, a Carmen Balcells, "aquí y en el más allá"... No era un discurso: Marsé siente así, él es la consecuencia humana de un modo de concebir la vida como un ejercicio de amistad. El paraninfo de Alcalá era el reflejo de esa mirada de amigo que le ha convertido en un tipo especial.
Cuando incrustó a Azcona entre los nombres de sus cineastas inolvidables, o cuando habló de Carlos Barral y de sus poetas, cuando se refirió a los chicos del barrio con los que empezó a contar cuentos había en Marsé mucho de aquel personaje de pandilla a quien la vida le echó años pero no le quitó la mirada ceñuda de un adolescente que las ve venir como Clint Eastwood y lleva siempre una zamarra.
Hasta ayer. Ayer se tuvo que vestir de pingüino. El discurso le costó, porque es un maniático de la exigencia; pero le costó más acostumbrarse a ponerse ese traje. En noviembre, cuando supo que era Cervantes, se puso a especular con su nieto Guille (nueve años, como Jan, el otro nieto; la nieta, Nadia, tiene once) cómo iban a vestirse para una ocasión como la de ayer. En un momento de la conversación le dijo a Guille: "¿Y si fueras de marinerito?". El nieto le replicó: "¿Y por qué no vas tú de marinerito?"
La preocupación por el traje tiene antecedentes. Hace 31 años le dieron el Planeta, y llegó al fallo vestido con una zamarra roja. El presidente Tarradellas le miró de reojo, desaprobando; otro día le vio con corbata. Y entonces el legendario president le dijo al oído: "Ja veig que ara està vosté més arregladet". El Rey no le diría ayer nada de eso, pero los que le veían sabían que Marsé también llevaba al mediodía una zamarra roja, pero invisible, o bien iba vestido de marinerito.
Babelia
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