Praga, más que una crisis
No es la primera vez que un país que preside por turno la UE sufre una crisis de Gobierno. Pero la de la República Checa, cuyo primer ministro centroderechista Mirek Topolanek ha sido tumbado por un voto de censura de la oposición socialdemócrata y de algunos diputados de su propio partido, coge a la UE en uno de sus momentos más críticos. Aunque los vencedores perdonan la vida al jefe del Ejecutivo, que seguirá representando a Europa hasta finales de junio, la crisis repercutirá en la inquietante somnolencia con que Praga desempeña su jefatura, más bien virtual, a la sombra del jefe del Estado Václav Klaus, un radical euroescéptico. Klaus designará sin límite de plazo un nuevo primer ministro o dará luz verde a elecciones anticipadas.
A diferencia de Letonia o, este mismo fin de semana, Hungría, otros Gobiernos de la UE arrastrados por la crudeza de la recesión, la caída cantada del frágil Gobierno checo es en buena medida ajena al vendaval. El enfrentamiento entre sus partidos y las rivalidades personales son tan superlativos que habían provocado ya cuatro mociones de censura en los dos últimos años.
Malo es que Obama se haga la foto a comienzos de abril, en la cumbre UE-EE UU, con un Topolanek que no pinta nada y que además ayer protagonizó una arenga nada diplomática contra los planes del nuevo presidente en la Eurocámara. O que Praga hable por la Unión ante el G-20. Pero más grave aún es que la zarandeada UE, dividida en sus esfuerzos por capear la crisis y por las dos intensidades con que ésta sacude a sus miembros, creía que el único escollo para la ratificación del Tratado de Lisboa era Irlanda, a la espera de un nuevo referéndum a finales de este año. El descalabro checo complica esta perspectiva. Con Klaus convertido en el hombre fuerte, es más que probable que Lisboa regrese al limbo. Los peores temores de la UE sobre la presidencia checa se han confirmado.
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