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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Llámame Barack

Lula aspira a convertirse en interlocutor de EE UU en representación de América Latina

Se conocieron por teléfono cuando Barack Obama acababa de ser elegido presidente de EE UU y cuentan que en la conversación, que duró 25 minutos, decidieron apearse el tratamiento. Yo, Barack, tú Lula. Y el pasado fin de semana el presidente brasileño era el primer líder latinoamericano recibido en la Casa Blanca por un presidente en ejercicio, en medio de jubilosas y mutuas declaraciones sobre alianza estratégica entre los dos colosos del continente americano.

Llegar de los primeros a una cita con un presidente de EE UU que debuta es como una condecoración. Para mantener equilibrios, sin embargo, el presidente mexicano Felipe Calderón se había, en cierto modo, anticipado a Lula, al visitar a Obama cuando éste aún no había asumido el cargo; y el primer ministro británico Gordon Brown no habría soportado no ser el primer europeo en cumplimentar al líder demócrata, como parece que manda la reiterada "relación especial" de Washington y Londres.

Y, sí, entre los EE UU de Obama y el Brasil de Lula pueden establecerse los cimientos de una alianza estratégica, pero no porque falten escollos a sortear. Lula ya tenía buena relación con el antecesor de Obama, el republicano conservador George W. Bush, basada en que el moderado izquierdismo del brasileño contrastaba positivamente con el modelo del venezolano Hugo Chávez. Pero ése era el límite. El gran proyecto de Brasilia, la construcción de una América Latina sin Estados Unidos como poder tutelar, y en la que el primus inter pares fuera ella misma, no puede dejar indiferente a ningún titular del despacho oval.

Y en ese proceso Lula precisa que Washington deponga al menos en parte su oposición a Chávez y al presidente boliviano Evo Morales, a lo que ambos es cierto que podrían contribuir haciendo uso más prudente de la palabra; pero, sobre todo, que Obama admita el pleno reingreso de Cuba en los asuntos públicos y diplomáticos del hemisferio. Obama ha sido muy cauto, adelantando que habría diálogo y suavización del embargo, pero se trata de la absoluta normalización política con el régimen castrista.

Y el mundo no puede sino congratularse por todo ello. Cuba es asunto que compete a los cubanos, y la tensión generada por la guerra de Bush contra el terror antes estimulaba que aplacaba la violencia. Obama apunta a cosa muy distinta.

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