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Reportaje:

Un ciclón ruso al rescate de La Scala

La era Vazieev se inaugura en el revuelto ballet con un 'Coppélia' heredado

Solapada bajo la gran capa hagiográfica y mediática que circula en torno a Stéphane Lissner, sobreintendente y director artístico del Teatro alla Scala de Milán, el otro gran dramma (y para muchos el más sangrante y difícil de resolver) es el corpo di ballo, la compañía de ballet de la casa milanesa, que no acaba de levantar cabeza ni de estabilizarse, inmersa en cambios erráticos de director, repertorio inadecuado y luchas intestinas que abarcan lo sindicalista y lo estrictamente artístico.

El ballet de La Scala pareció tener su momento de alzar vuelo hace un lustro, cuando, con Frederic Olivieri al frente, viajaron a la Ópera de París Garnier por primera vez en su historia con Excelsior, y triunfaron en casa y en Tokio con Sueño de una noche de verano de Balanchine. Pero fue un espejismo. Olivieri fue fulminado por la maquinaria burocrática, lo mismo que su sucesora, la bailarina italiana Elisabetta Terabust, que ahora ha sido sustituida por el ruso Majar Vaziev (Osetia del Sur, 1961), ex primer bailarín del Kirov-Marinski de San Petersburgo. Vaziev tiene fama de mano dura, de saber lo que quiere y de haber llevado a Balanchine, Van Manen, Neumeier y Forsythe al repertorio de la gran casa petersburguesa, para muchos el Vaticano del ballet a nivel global. Ahora aterriza en La Scala como un ciclón silencioso.

No se le ha visto ni una sola vez en su palco en este flamante estreno de Coppélia, programación que heredó de Terabusch y de la que no se siente parte. En los pasillos y en las salas de ensayos, rumores por lo bajo y cautela. Se sabe de antiguo que a Lissner no le interesa en absoluto el ballet, que para él representa una carga, una cruz de la que no se puede desprender y que debe sobrellevar. Al llegar Vaziev a Milán hubo una audición interna en el ballet para cubrir 12 nuevas plazas fijas en la compañía, pero el ruso sólo admitió a dos hombres y una mujer, una decisión sin precedentes que ya puso en pie de guerra a los sindicatos. Un miembro del ballet dice: "Coppélia era una oportunidad de volver a montar los grandes clásicos de manera correcta y actualizada, pero no se ha podido, se ha perdido la ocasión. Si no estuviéramos en medio del trauma del cambio de director, la obra habría salido mejor".

El ciclo de funciones inaugurales se cerraba esta semana con la última intervención de la argentina Paloma Herrera (33 años, primera bailarina del American Ballet Theatre de Nueva York) y Friedemann Vogel (Stuttgart, 1980), primer bailarín de la Ópera de su ciudad natal. Extraña pareja y extrañísima selección que ha desconcertado a todos. Hay quien observa en la indiferencia de Majar Vaziev ante esta Coppélia un signo de lo que vendrá en el Ballet de La Scala. El ruso traerá repertorio académico, mucho Balanchine (al que adora) y bastante Forsythe (al que conoce en profundidad). "Será un revulsivo y hay que esperar", comenta una discreta maestra ensayadora. "Se hablará ruso en La Scala después de más de medio siglo", concluye.

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