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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Obama y la "guerra contra el terror"

Bush mezcló dos tipos de islamistas. Con los 'yihadistas' globales, como Al Qaeda, no hay nada que hablar. Sin embargo, el nuevo presidente debería favorecer la negociación con nacionalistas como los talibanes y Hamás

Olivier Roy

De Gaza a Kandahar, la nueva Administración estadounidense de Barack Obama se enfrenta a dos tipos de movimientos islamistas: los que tienen un programa a escala mundial (Al Qaeda y sus filiales locales) y los que tienen prioridades territoriales y nacionales (los talibanes, Hamás, la mayor parte de los insurgentes iraquíes...). Con los yihadistas mundiales no hay nada que negociar, pero a los movimientos islamistas con base nacionalista no se les puede ignorar o eliminar por las buenas.

Hamás, para empezar, no es más que el tradicional nacionalismo palestino con ropajes islamistas. Los talibanes, por su parte, son la expresión de una identidad pashtún, no un movimiento global. En cuanto a las facciones iraquíes, no compiten por Irán o Arabia Saudí, sino por compartir (o monopolizar) el poder en su propio país, Irak.

En buena medida, los talibanes son un movimiento identitario de los 'pashtunes' afganos
Hamás es, en realidad, el tradicional nacionalismo palestino vestido con ropajes islamistas

La llamada "guerra contra el terror" llevada a cabo durante los años de Bush difuminó esta distinción fundamental porque fundió a todos los opositores a los gobiernos apoyados por Estados Unidos bajo la etiqueta de terroristas. El concepto mismo de "guerra contra el terror" impidió cualquier enfoque político de los conflictos en favor de una victoria militar que ha resultado difícil de alcanzar.

Pero cuando se ha intentado una estrategia política, ha funcionado. El éxito relativo del refuerzo en Irak se basó en el rechazo implícito a la doctrina oficial de la "guerra contra el terror". Se reconoció a los insurgentes armados locales como actores políticos con un programa más o menos legítimo, con lo que se les separó de los militantes extranjeros de movimientos mundiales a los que no les importaban nada los intereses nacionales iraquíes.

¿Se podría utilizar el mismo método con los talibanes y Hamás? El nombramiento del general David Petraeus como responsable del Comando Central, CENTCOM, permite pensar que eso es lo que se pretende hacer en Afganistán. En cuanto a Hamás, la cuestión está en manos de las autoridades israelíes, no de las de Washington (olvidémonos de las presiones de Estados Unidos sobre Israel; esas presiones pueden quizá imponer un acuerdo provisional, pero no una solución a largo plazo).

No obstante, tanto en el caso de Afganistán como en el de Palestina, la cuestión es la misma: si la dimensión nacionalista prevalece sobre la yihad mundial -como, en mi opinión, sucede-, ¿cómo se puede encontrar una solución basada en el reconocimiento de la legitimidad de las aspiraciones nacionalistas?

Para Palestina, el acuerdo de Oslo definió el marco que aún rige la política común de Occidente: la solución de dos Estados. Un efecto secundario y positivo de esa solución, que la hace todavía más deseable desde el punto de vista de Washington, sería que podría abrir paso a un nuevo alineamiento estratégico contra Irán. Para todos los Estados árabes, excepto Siria, la mayor amenaza actual no procede de Israel, sino de Irán.

El problema es la realidad política sobre el terreno. Ningún Estado árabe puede imponer un cambio estratégico tan claro a su pueblo mientras no haya un acuerdo entre Israel y los palestinos. Pero a corto plazo, la solución de los dos Estados es impracticable, aunque siga figurando en la agenda diplomática.

Aparte de esa realidad, la ampliación de los asentamientos y las exigencias de seguridad de Israel significan que nunca será viable un Estado palestino. Al exigir que la seguridad sea una condición previa para cualquier medida política, Israel perjudica a sus posibles aliados, Mahmud Abbas y Al Fatah (que carecen de los medios para cumplir esa condición) y favorece a los radicales, que consideran las negociaciones inútiles.

Al dilema contribuye además el hecho de que Israel y Occidente han tratado de imponer a los palestinos unas elecciones y también el resultado de esas elecciones. En opinión de Occidente, el pueblo palestino no debería haber elegido democráticamente a Hamás sino a la Autoridad Palestina (AP), pese a que a la AP se le han ido quitando sistemáticamente los medios concretos para gobernar. La opción de negociar con Hamás no se ha tomado nunca verdaderamente en serio. Pero ha llegado la hora de considerar esa última opción.

Sea cual sea la justificación de las recientes operaciones militares israelíes en Gaza (para castigar a los habitantes por su apoyo a Hamás o para liberarlos de su control), éstas no van a servir de nada. El desmantelamiento de la capacidad militar de Hamás puede ayudar a ganar tiempo, pero no a resolver el problema.

De acuerdo con la lógica de la situación militar actual, o habrá que reinstaurar a la Autoridad Palestina en Gaza -donde tendrá que enfrentarse a una guerra de guerrillas política y militar con Hamás- o las Fuerzas de Defensa Israelíes deberán conservar el control, quizá con la participación de tropas extranjeras. En cualquier caso, la "solución" militar impedirá el nacimiento de un Estado palestino.

Es decir, Palestina está condenada, en el mejor de los casos, a vivir bajo una ocupación israelí permanente o bajo algún tipo de mandato internacional. La sugerencia de entregar Gaza a Egipto y lo que queda de Cisjordania a Jordania no servirá más que para extender el conflicto. Una situación así dejaría nulo el único resultado positivo de las negociaciones de Oslo de los años noventa, que es haber transformado un conflicto árabe-israelí en un conflicto palestino-israelí.

También es complicado el asunto de los talibanes. Los talibanes no encarnan el nacionalismo "afgano", sino la identidad pashtún. Es significativo que casi no haya talibanes en el centro y el norte de Afganistán. Durante los últimos 40 años, la identidad pashtún se ha expresado a través de movimientos ideológicos no nacionalistas (la facción Jalq del Partido Comunista Afgano, los numerosos movimientos muyahidines y ahora los talibanes).

En resumen, si el Gobierno de Obama tiene verdaderamente intención de cambiar la ecuación en Oriente Próximo y Afganistán, debe reconocer los verdaderos motivos y aspiraciones -no los imaginarios- que impulsan a grupos como Hamás y los talibanes. De esa forma, Estados Unidos podría hablar con los talibanes en Afganistán para buscar una solución política, en vez de militar, que responda a las legítimas aspiraciones pashtunes. Y de esa forma quizá dejaría de apoyar el espejismo israelí de que puede eliminar a Hamás por la fuerza mientras impide la existencia del Estado palestino.

Cerrar Guantánamo, como ha prometido hacer Obama en cuanto tome posesión, es un poderoso acto simbólico que indica un cambio de rumbo en Estados Unidos. Pero un nuevo cambio que deje atrás el modo de pensar que equivocadamente une a Hamás y los talibanes con el fenómeno completamente distinto de Al Qaeda en la "guerra contra el terror" contribuiría mucho más a mejorar la seguridad de Estados Unidos y la paz y la estabilidad en la región que se extiende desde Gaza hasta Kandahar.

© 2009 Global Viewpoint

Distributed by Tribune Media Services

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Olivier Roy es director de investigación en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y profesor en la Escuela de Estudios Avanzados de Ciencias Sociales. Es autor de El islam mundializado: los musulmanes en la era de la globalización.

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