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Columna
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La gotita

Si lo he entendido bien -este periódico lo contaba ayer-, científicos entregados a la cosa del genoma han descubierto que una simple gotita de sangre, convenientemente investigada, puede delatar de dónde somos sin necesidad de que te miren los papeles, ni siquiera de cantar jotas. El informe es demoledor porque significa que en todos estos millones de años no nos hemos mezclado lo suficiente, a pesar de las migraciones, a pesar de los movimientos masivos, a pesar de las hambrunas, a pesar de los exilios. Nos elegimos para la reproducción entre nosotros, las más de las veces. Imagino que lo mismo ocurre cuando nos entregamos a la no prolongación de la especie, al mero placercillo; y si no fuera así, daría lo mismo, pues tal reprobable actitud no conduce a parte genética alguna.

No obstante -preciso es resaltar los aspectos positivos, en tiempos tan agónicos como los que nos sacuden-, se trata de una excelente noticia para los patrioteros. Ya podemos otros ir presumiendo por ahí de que nuestra patria es el mundo, o aún mejor, la humanidad. Y una leche. Aquí esta prenda va a ser de donde es, y se acabaron las veleidades internacionalistas. El ruin gen nos lo advierte. Si durante la interminable retahíla de centurias en que no sabíamos de su existencia hemos sido capaces de trazar y multiplicar fronteras, de organizar pogromos y matanzas, de enzarzarnos en terribles guerras; si todavía ahora enarbolamos la diferencia como un estandarte a favor de cada tribu... Imaginen qué no podremos perpetrar con la gotita en ristre. Sería ideal que en las aduanas nos pusieran en una u otra fila -ahora lo hacen por el pasaporte y, desde luego, el aspecto: hay polis europeos cuyo corazón se vuelve de piedra cuando ven un rostro oscuro-, después de habernos hecho extender las manos con los estigmas patrios.

Falta que hallen el gen del crucifijo. Ah, el progreso.

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