Impotencia
La anterior semana negra de la crisis, que concluyó el pasado 10 de octubre con la mayor caída anual de las bolsas mundiales, provocó una reacción política de respuesta en forma de ingentes planes de rescate estatal. Semejante intervencionismo público pareció calmar por algún tiempo el pánico bajista de los mercados, hasta el punto de que muchos analistas llegaron a pensar que la crisis podría haber tocado fondo. Pero el alivio estatal se ha disipado en dos semanas justas, pues el viernes pasado, cuando se cumplían 79 años del crack de 1929, se ha cerrado otra semana fatídica que ha vuelto a llevar los índices bursátiles a un nuevo mínimo anual, todavía más bajo que el anterior. Así se da una nueva vuelta de tuerca en el descenso por la escalera de caracol que conduce al fondo del infierno financiero, sin que podamos saber a qué profundidad de la ruina global se hallará el suelo de esta crisis interminable.
De la reunión del 15-N no saldrán más que gestos grandilocuentes, buenas intenciones y poco más
Si hace dos semanas todavía parecía posible que los Estados fueran capaces de controlar el pánico de los desbocados mercados, hoy ya no podemos ser tan crédulos, pues ahora los poderes públicos ya no tienen mucho más que hacer. Es verdad que el 15 de noviembre, con la participación de España o sin ella, se reunirá el G-20 para replantear una nueva regulación del capitalismo global. Y también es verdad que, para entonces, ya contaremos con un nuevo presidente de EE UU, bastante más esperanzador que el actual. Pero tampoco cabe esperar demasiados milagros del mesías Obama, cuya Administración no tomará las riendas hasta enero próximo. Y en consecuencia, de la reunión del 15-N no saldrán más que gestos grandilocuentes, buenas intenciones a coro y muy poco más. Es la impotencia global, que nos deja a todos inermes y entregados con aciago fatalismo a lo que pueda pasar.
En suma, la economía ha entrado en un imprevisible proceso de caída libre que escapa por entero fuera de todo control, sin que quepa descartar el inicio de un largo ciclo de parálisis, desempleo y deflación análogo al que se vivió durante la gran depresión de los años 30, que alumbró una agitada era de crisis social, fanatismo ideológico y cruentos conflictos bélicos. Y mientras tanto, ¿qué hace la política? ¿Cómo reaccionan nuestros gobernantes electos ante la patente constatación de su impotencia para controlar los acontecimientos? Se diría que el común denominador de sus performances escénicas es el hiperactivismo acuñado por Sarkozy: un febril estado de agitación permanente que les lleva sin parar de una reunión a otra con sonoras declaraciones ante las cámaras donde anuncian con mayestático arbitrismo nuevos ensayos tan improvisados como contradictorios de intervención en la economía. En suma, gesticulación y palabrería para ocultar su estéril incapacidad.
Y éste es también el nuevo personaje que interpreta el presidente Zapatero en el escenario español: un remedo celtibérico, una copia a la española, del hiperactivismo á la Sarkozy. Se recordará que, durante su anterior legislatura, al presidente Zapatero no le gustaba para nada la política exterior, en la que se sentía tan inseguro como desplazado, y por eso rehuía tanto como podía asistir a las cumbres internacionales. Pues bien, en esta legislatura está sucediendo justo al contrario. Tras caerse del caballo camino de Damasco, y descubrir con ello el fatal advenimiento de la crisis económica, el presidente Zapatero se ha convertido en un cruzado de la causa exterior, a cuya arena internacional acude una y otra vez como un quijotesco caballero dispuesto a entablar combate contra los molinos de la crisis. Es como si quisiera compensar su retirada de la guerra contra el terror que Bush declaró, participando ahora en primera línea de batalla en esta guerra contra la crisis. Y por eso llama a todas las puertas (menos a las de la Casa Blanca), porfiando por ser invitado a la magna cumbre del 15-N, donde, al no poder decidirse el destino del mundo, se discutirá a cambio el sexo de la crisis.
Y mientras Zapatero se entretiene paseando de una a otra cumbre internacional, entretanto la política española discurre a su aire, carente de suficiente liderazgo. Es verdad que el Gobierno puede permitírselo, pues la aprobación de los Presupuestos del año que viene a cambio de las oportunas tajadas otorgadas a vascos y gallegos le ha permitido comprar un seguro de vida hasta el curso próximo, además de garantizarle unas mejores perspectivas de cara a las próximas elecciones autonómicas gallegas y vascas, donde se pondrá en juego el menguante crédito de Rajoy. Pero aparte de eso y de apuntarse algunos tantos más (como el creciente divorcio navarro entre UPN y PP), lo cierto es que nuestros graves problemas de fondo (financiación autonómica y Tribunal Constitucional, además de la crisis de la economía real) continúan sin resolver, mientras se abren otros problemas nuevos (rebelión de los juzgados, inquisición de Garzón) que no parecen menores.
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