El mal del observatorio

Las autoridades españolas llevan decenios sufriendo el llamado síndrome del observatorio. Los síntomas del mal consisten en observar de lejos cómo suben los precios, quejarse amargamente de las subidas y no hacer nada. Se llega al refinamiento de organizar departamentos de seguimiento -como la NASA- de los precios, llamados pomposamente observatorios -de ahí el nombre del síndrome-, que apenas sirven para facilitar munición numérica al Ministerio de Economía o al Instituto Nacional de Estadística. He aquí las últimas estadísticas sobre los precios hechas públicas ayer: en 12 meses, el precio del aceite ha subido el 47%; el de la harina, un 31,3%; el de la leche, casi el 22%; el arroz, en torno al 14%, y las naranjas, más del 15%. No parecen productos exóticos, sino de inmediata necesidad, de esos que componen la cesta de la compra de cualquier familia española. Tampoco han subido por sorpresa, sin apenas darnos cuenta, puesto que su encarecimiento se vigila -desde el citado observatorio- hace muchos años.

Cualquier economista en prácticas dictaminaría sin pestañear que las subidas de los alimentos en España se explican en (gran) parte por la especulación. Por supuesto que suben los precios del trigo y del arroz en los mercados internacionales y que algunas cosechas han ido mal. Pero, además, las redes de distribución en España aprovechan la percepción de carestía para subir un poco más los precios. Algunas organizaciones agrarias denuncian que los márgenes comerciales -no el precio de mercado, sino el margen de beneficio- entre el precio de un producto agrícola en origen y el de destino han subido más del 10%.

Así que la cuestión palpitante es si las autoridades están dispuestas a cortar los abusos en el mercado; si están en disposición de abrir expedientes por prácticas abusivas en la distribución alimentaria e imponer sanciones disuasorias. Por el momento parece que no, o al menos no se tiene noticias de ello, así que el aceite, el pan, la leche y el arroz seguirán subiendo un poco o un mucho más de lo que determina el mercado. Con observar de lejos los precios, los Gobiernos se dan por satisfechos. Lo dicho, es el llamado mal del observatorio.