El espejo de la Historia
No sólo a nosotros, habitantes de la antigua Yugoslavia, nos ha convulsionado el acontecimiento. El mundo vuelve a mirar hacia esta región, con la esperanza de que por fin se lleve a cabo lo que hace tiempo que debía haberse hecho. Y que no se hizo.
Repito desde hace tiempo que cada uno de nosotros debería mirarse en el espejo de la Historia, de la Historia más remota y de la más actual. Deberíamos preguntarnos qué les hemos hecho a los demás y qué nos han hecho los demás a nosotros. De qué somos culpables nosotros y de qué son culpables los demás. Deberíamos tener presente el ejemplo que, después de la II Guerra Mundial y no sin gran esfuerzo, nos ha dado Alemania, país en el que el crimen consiguió ahogar su profunda y significativa cultura. La vecina Italia no ha tenido su Tribunal de Nuremberg, y ésta es probablemente una de las razones por las que recientemente hemos vuelto a ver en las plazas de Roma las camisas negras y los saludos romanos. En una Alemania democratizada, por comportamientos similares que vemos frecuentemente en la ex Yugoslavia, la justicia habría intervenido sin miedo a la memoria.
Aquí en los Balcanes no es así. Todos recuerdan los crímenes de los demás y tratan de borrar los propios.
La detención de Radovan Karadzic tiene lugar en un momento muy delicado para Serbia, en el que el Gobierno relativamente positivo de Tadic busca, con grandes dificultades, una mínima estabilidad para constituirse y actuar. Trata de evitar que vuelva a escena el tipo de nacionalismo ortodoxo de Kostunica, indigno de una sociedad moderna. Sabemos bien que para tales acontecimientos no hay momentos fáciles. Los nacionalistas están dispuestos a todo para justificar a un criminal. Dios sabe cuántas veces repetirán que también los demás han cometido crímenes contra los serbios, como si un crimen pudiera justificarse con otro. Los secuaces de Milosevic, capaces de inclinar el fiel de la balanza del Gobierno, deberían recordar que también el propio Milosevic se justificó declarando que Karadzic y Mladic hicieron muchas cosas a su manera, por iniciativa propia, y que así lo comprometieron como cabecilla de Serbia y de la serbidad.
En esta ocasión, con todas sus dificultades, Serbia tiene también una oportunidad histórica: demostrar ante Europa lo madura que está. O si está más madura que los demás e incluso que ella misma.
Predrag Matvejevic es escritor croata y profesor de Estudios Eslavos en la Universidad de Roma. Traducción de News Clips.
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