"No me gusta la palabra reconciliación"
Poco queda de Argentaria, la Ciudad de Plata bautizada así por los romanos por su riqueza minera. Hoy se llama Srebrenica y su pasado ha sido borrado por el genocidio perpetrado por las tropas serbobosnias del general Ratko Mladic, en el que 8.000 varones musulmanes bosnios, ancianos y adolescentes incluidos, fueron asesinados en una limpieza étnica con cadáveres aún por enterrar.
Hasan Nuhanovic perdió a los 27 años a sus padres y a su hermano menor. Ya en la cuarentena, y con la obligación de "vivir por mi esposa e hija en lugar de seguir muriendo por dentro", recuerda el mes de julio de 1995 en que fallecieron. Sobre el arresto de Radovan Karadzic no puede ser más claro. "Está muy bien, pero no debe tapar que aún permanecen huidos cientos de criminales de guerra de menor rango".
Su relato es más revelador porque él era el intérprete de los cascos azules holandeses destinados por Naciones Unidas para proteger una zona declarada segura para los civiles. Un enclave sitiado por unos soldados serbios muy superiores en número.
Cuando el asalto era inminente, Hasan Nuhanovic llevó a los suyos a la base holandesa de la ONU. Pidió protección para ellos hasta que su hermano, de 20 años, le dijo que prefería marcharse a seguir humillándose. Fueron expulsados y asesinados, y él ha acabado por demandar a Holanda por abandono.
"No saque de contexto lo que le diré, pero en aquellos momentos, los soldados holandeses eran para mí iguales que los serbios. Está claro que los cascos azules no tuvieron toda la culpa porque les dejaron solos. Pero entregaron a los míos sabiendo que morirían, algo que luego han admitido. Nos abandonaron, y eso no había ocurrido nunca con Naciones Unidas", dice por teléfono desde su nuevo hogar, en Sarajevo. Allí reside con su mujer e hija y aunque habla sin reparos, por un momento deja entrever cierto recelo. ¿Se siente amenazado, quizá? Su respuesta resulta estremecedora. "Nunca se sabe. Una vez recibí un mensaje de medios serbios donde me advertían que la próxima vez no se equivocarían".
Ingeniero mecánico y todavía intérprete, su condición de varón superviviente le ha llevado a forjar un estrecho lazo con las Madres de Srebrenica, que siguen buscando a sus muertos. "En Bosnia hay muchas aldeas donde los asesinos conviven con los allegados de sus víctimas. Por eso no me gusta la palabra reconciliación. En la República Srpska [entidad serbia de Bosnia], evitan hablar de genocidio para Srebrenica. Empezará a haber reconciliación cuando lo hagan. Hasta entonces, prefiero hablar de normalización", advierte al despedirse.
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