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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Amor y jardinería

He adoptado un árbol. Un cedro del Líbano. Pagué sólo 100 dólares a la fundación que se encargará de plantarlo dentro de unos años, cuando haya crecido lo suficiente para resistir lo mucho en contra que le traerá la vida. Llevará mi nombre. Con suerte, será milenario. Sin suerte, desaparecerá, como casi todo. Pero quiero creer que aguantará y que alguien del futuro irá a hablarle de mí.

Dicen que el amor y el dinero no se pueden disimular. Pero al financiero mexicano-libanés Alfredo Harp Helú y a su esposa, la investigadora cultural y antropológica María Isabel Grañén Purrúa, el dinero no se les ve porque son muy sencillos -en mangas de camisa, él; huipile oaxaqueño y zapatos cómodos, ella-, y el amor que se tienen va del uno al otro, y se trenza con su pequeño hijo Santiago, enlazándoles incluso cuando les separa una multitud de moscardones libaneses dispuestos a deshacerse en pleitesías. La ocasión: una visita de Harp Helú (primo de Carlos Slim, el hombre más rico del mundo; multimillonario él, a su vez) a la tierra de sus abuelos para tomar parte en una ceremonia que señala sus actividades filantrópicas en el país de sus antepasados.

Ésta es una historia ejemplar, con más noticias buenas que malas y con bello final, que merece ser contada. De acá para atrás, mejor. Primer cuadro, la pareja recorre Becharre y su montaña hace un par de sábados. Becharre es un pueblo precioso, cogollito cristiano maronita. Después de visitar el patriarcado y el Ayuntamiento -y de recibir la llave de oro de la ciudad- se inspeccionan los viveros y se procede a un recorrido por parte de las 130 hectáreas que han sido replantadas con 40.000 cedros, cantidad que se elevará a 60.000 unidades en el futuro. Coste: 750.000 dólares, aportados por la pareja. Muy cerca se encuentran los apenas doscientos cedros milenarios que quedan, cuya silueta se estampa en las banderas y otros símbolos nacionales de este país en el que casi nadie se siente nacional, sólo tribal, y gracias. Los cedritos -una ternura verles tan pequeños- crecerán contra viento y marea si ningún viento y ninguna marea humana, sea en forma de guerra o de inmobiliaria ilegal, los arrasa. Tres millones de estos árboles había antes en el Líbano.

Segunda estampa, dos años atrás. En el verano de 2006, el matrimonio se encontraba en estas meras alturas cuando Israel empezó a descargar sus bombas, y desde entonces no dejaron de pensar qué podrían hacer por Líbano. En su Oaxaca natal, ambos desarrollan una labor de recuperación cultural muy destacada. María Isabel preside fundaciones, escribe, entre otras cosas, libros infantiles -su padre era el mítico dueño de la no menos memorable librería Grañén Porrúa, de la capital federal-, ha propiciado el Museo del Textil: faltaba hacer algo por Líbano y, muy sensatamente, ellos, que no están a favor ni de sectas ni de religiones, pensaron en replantar cedros. No resulta fácil, hay que esperar tres o cuatro años a que los árboles hoy en embrión hayan sobrevivido a las cabras, a los insectos, los incendios, las guerras, los hombres. El cedro crece muy poco a poco, como la esperanza en las tierras que ya han sido demasiado baqueteadas por sus propios errores y por los de la historia y la geopolítica.

El cuadro anterior al que me remonto tiene lugar en 1996. Dos años antes, Alfredo Harp Helú -ya convertido en un gran maestro de las finanzas- sufre una tragedia: unos delincuentes le secuestran durante más de cien días y le sueltan previo pago de una millonada. Cambiaron muchas cosas por entonces, aunque no él, que siempre había sido un enriquecido raro, tirando a interesarse por los demás. En ese 1996 conoce a María Isabel, la mujer de su vida, que está investigando la cultura oaxaqueña. En cierto modo, Líbano renace en la conciencia del hombre gracias a este interés de la muchacha. Se enamoran, y ella escribe cuentos en los que Harp Helú es "el señor Habibi", el hombre que hace posibles los sueños de los demás.

El amor es bien raro. Florece hasta entre millonarios y propone legar cedros como el mío.

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