Dos enormes vacas sagradas
Son dos de las grandes vacas sagradas de la vanguardia literaria del siglo XX, dos personajes que entraron hace tiempo en la leyenda de la cultura más radical, que estimularon desde su propia obra y vida nuevas formas de entender el mundo. Amigos y cómplices, Burroughs (1914-1997) y Kerouac (1922-1969), con otros más -desde Neal Cassady a Allen Ginsgberg- conmocionaron lo establecido con dos obras: En el camino (1957), el primero, y El almuerzo desnudo (1959), el segundo. Dos personalidades muy distintas pero, también, complementarias.
Para Kerouac la clave es lo espontáneo: viajes interminables, movimiento continuo, experimentación multidimensional, jazz y alucinógenos. La búsqueda y la huida. Neal Cassady fue su gran ejemplo. Ken Kesey, unos años más tarde, lo sería de la gran crónica de Tom Wolfe Gaseosa de ácido eléctrico. Hunter S. Thompson, con su Miedo y asco en Las Vegas, podría cerrar una trinidad poco santa pero indispensable para entender la segunda mitad del pasado siglo con banda sonora de, por ejemplo, Charlie Parker.
Burroughs es mucho más reflexivo. Construye un mundo propio desde el que luchar contra la tiranía del lenguaje que con sus normas gramaticales y sintácticas encubre lo que en realidad es: un virus que ha elegido la mente para desarrollarse y desde la que aplasta nuestra naturaleza real y crea un universo en el que existe el tiempo, la muerte y prácticamente todos nuestros males. No hay paraísos, la metáfora del viaje no lleva a ninguna parte. Pero los dos comparten, como señaló James Cambell en su libro Loca sabiduría, lo que ya había preconizado Baudelaire: "Siempre hay que emborracharse, con vino, con poesía, con la virtud, como se quiera, pero hay que emborracharse".
Hasta que ellos no llegaron no se consolidó la figura del creador delincuente, aquel que manifiesta con su vida y con su obra su profundo desprecio hacia el sistema. Naturalmente, el orden establecido no se cruzó de brazos. En 1965 se celebró un juicio contra El almuerzo desnudo. Previamente se habían celebrado otros contra el Ulises, de Joyce (en 1933), contra Aullido, de Ginsberg (en 1957), contra El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence (en 1960) o contra Trópico de Cáncer, de Henry Miller (en 1961). Sin duda se podría elaborar una selección de las mejores obras literarias del siglo XX desde los legajos judiciales.
Y qué mejor para acabar que seleccionar unas líneas de la Plegaria del Día de Acción de Gracias del maestro Burroughs, una muestra de su clarividencia sobre "el tiempo, la muerte y todos nuestros males": "Gracias por un sueño americano para poder vulgarizar y falsificar hasta que la mentira desnuda brille al trasluz. Gracias por el Ku Klux Klan, y los sheriffs que hacen una muesca en sus armas por cada negro muerto. Por las decentes y devotas señoras, con sus rostros mezquinos, tensos, amargos, malvados. Gracias por las pegatinas 'Mate un puto en nombre de Cristo'. Gracias por el sida de laboratorio. Gracias por la Ley Seca y la guerra contra las drogas. Gracias por un país donde a nadie lo dejan vivir su propia vida".
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