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Francisco Goldman destaca en el arte de combinar la novela y el periodismo
Francisco Goldman (Boston, Massachusetts, 1954) es, con Junot Díaz, el narrador de mayor peso entre los escritores latinos de EE UU, autores de origen hispano que escriben en inglés, y cuyas obras reciben atención en un país en el que los latinos constituyen el 15% de la población. Goldman es autor de tres novelas de gran envergadura que examinan desde múltiples ángulos las complejas relaciones de EE UU con Centroamérica, La larga noche de los pollos blancos (1992), Marinero raso (1997), y El esposo divino (2004). Antes, en los ochenta, escribió una serie de reportajes memorables sobre la guerra de Guatemala, publicados en The New York Times. Su última obra, El arte del asesinato político (2007) es un escalofriante ejercicio de periodismo en el que Goldman desvela las claves del turbio asesinato de monseñor Juan José Gerardi, director de la oficina de derechos humanos del arzobispado de Guatemala, perpetrado en 1998.
"Al final todo se reduce a una sola obligación: escribir bien"
Pregunta. Se acaba de traducir al español El esposo divino (Anagrama). ¿Es muy distinta de las dos anteriores?
Respuesta. Es más íntima, la escribí en un periodo muy solitario de mi vida. El punto de partida es un poema de José Martí en el que habla de una mujer joven con la que tuvo un episodio amoroso cuando fue a Guatemala.
P. ¿Qué le interesó de Martí?
R. Todo el mundo sabe que es uno de los escritores latinoamericanos más importantes de todos los tiempos, además de un revolucionario. El que a mí me interesa es el Martí íntimo, un genio, sí, pero lleno de dudas, virtudes y defectos. Pocos entendieron tan bien como él las dos mitades del continente americano, la anglosajona y la hispana.
P. La novela presta atención a la larga estancia del escritor cubano en Nueva York.
R. Pasó aquí nada menos que 16 años, y desde aquí escribió sus célebres crónicas en las que despliega una prosa sin rival en castellano. Sus escritos sobre Nueva York son extraordinarios. Ningún escritor americano de la época llegó a conocer esta ciudad tan íntimamente como él, ni siquiera Henry James, porque estaba limitado por sus prejuicios de clase y se movía en círculos muy restringidos. La mirada de Martí es mucho más penetrante. Captó como nadie el espíritu de lugares como Chinatown o los barrios italianos. Sus semblanzas de grandes personajes, como Walt Whitman, son más incisivas que las que escribían los propios anglosajones, que jamás se hubieran atrevido a rozar el tema de su homosexualidad, como hace Martí.
P. El esposo divino es una novela, y sus protagonistas son criaturas de ficción, salvo Martí. ¿Le planteó muchos problemas, siendo un personaje histórico de tanto relieve?
R. Es ahí precisamente donde se manifiestan las posibilidades de la novela como género, porque la verdad sobre Martí está sepultada por una gruesa capa de mentiras que oscilan entre la hagiografía y el sentimentalismo. La ficción me ofrecía la posibilidad de subvertir la versión oficial a fin de restaurar en la medida de lo posible la verdad. La novela es un instrumento sumamente ágil y elástico que nos permite atrapar el sentido de la existencia, ahondando en lo que tiene de misteriosa. Fíjese lo distinta que es la manera de entender el género de escritores como Orhan Pamuk, Kazuo Ishiguro, César Aira, Haruki Murakami o Roberto Bolaño.
P. Su último libro, El arte del asesinato político, sería casi el caso contrario. Se trata de un riguroso ejercicio de investigación periodística. Sin embargo, se lee como si fuera una novela.
R. Aprendí los oficios de novelista y de periodista a la vez. Empecé publicando cuentos en Esquire, pero sus editores me enviaron enseguida a Centroamérica, donde hice mis primeros reportajes sobre la guerra. En los ochenta seguí haciéndolos para The New York Times. Son muchos los escritores que han ejercido el periodismo. Dos de mis modelos son V. S. Naipaul y Gabriel García Márquez. A la hora de la verdad, todo se reduce a una sola obligación: escribir bien. La experiencia de escribir El arte del asesinato político fue muy parecida a la de escribir una novela. Había que despejar enigmas a cada paso, como en un thriller. Pero con una diferencia esencial: se trataba de esclarecer las circunstancias de un crimen repugnante. El asesinato del obispo Gerardi en Guatemala se disfrazó haciendo que pareciera un crimen de pasión homosexual, cuando el verdadero motivo es que Gerardi había estado detrás de un importante informe sobre violaciones de derechos humanos que incriminaban a gente importante. Por eso lo mataron. Como escritor entrañaba una dimensión nueva para mí: me enfrentaba a otro tipo de lectores, ya no se trataba de si mi libro gustaba o no, se trataba de ver cómo reaccionaban al desvelamiento de un crimen particularmente odioso.
P. Usted es muy amigo de Junot Díaz. ¿Qué significa que hayan dado el Pulitzer a alguien como él?
R. Me recuerda cuando se lo dieron a Philip Roth por primera vez. Como Roth entonces, Díaz es un escritor irreverente, incómodo, que dice cosas que la gente prefiere no oír. Felicito al jurado por atreverse a dar un paso así.
P. ¿Se puede hablar de una tradición de literatura latina en Estados Unidos?
R. Yo no diría eso. La literatura de calidad escrita por los latinos de este país forma parte de la literatura norteamericana. Lo que sí hay es una explosión demográfica. Cada vez hay más latinos en este país.
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