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Una cierta mirada sobre la amistad entre árabes e israelíes

El israelí Eran Kolirin (Tel Aviv 1973) ha trabajado cuatro años para alumbrar una historia sencilla, entrañable, que provoca carcajadas no buscadas a base de diálogos escuetos y de silencios. Y muchas miradas. "El cine es observar. No todo tiene que escucharse. Puedes mirar los silencios", incide el director. La banda nos visita, primer largo de Kolirin, narra la peripecia de la Orquesta de la Policía de Alejandría, recién llegada a Israel, donde nadie les recibe. Su embajada se desentiende de ellos. Los músicos equivocan la ciudad en la que debían tener su instante de gloria, durante la inauguración de un centro cultural árabe. Y acaban siendo acogidos por vecinos de Beit Hatikva, un pueblo del desierto del Negev. "Con el filme no quería enviar ningún mensaje concreto. Habla de la soledad, de los sueños, de llegar a acuerdos contigo mismo, de lo que sucede en Israel, de su modernización, de la nostalgia", explica el artista en un café de su ciudad.

El filmees como su autor. Nada de aires de grandeza. Premiada en la Seminci de Valladolid y en el Festival de Cannes, Kolirin perdió la ocasión de representar a Israel en los Oscar porque los personajes hablan, sobre todo, en inglés; por eso, la Academia de Hollywood les eliminó.

Los protagonistas son israelíes -directos hasta parecer hoscos- y egipcios -obsesionados con las formas y la amabilidad- en estado puro. Su ópera prima es "una película sobre las cosas pequeñas". "Hay", afirma, "esperanza en las cosas pequeñas". En las grandes, el gran juego político en Oriente Medio, esa esperanza se desvanece. "Creo que todo va a ir a peor y que va a haber un gran derramamiento de sangre". Un punto de fatalismo que también se aprecia en los protagonistas, casi atormentados por una realidad lúgubre. Juega Kolirin con el arrepentimiento y el remordimiento, dos sentimientos casi ausentes en las sociedades israelíes y árabes. "No lo sienten ninguno de ellos".

El eterno conflicto, no obstante, no se vislumbra en la película. En los personajes, tanto egipcios como israelíes, no existe recelo alguno. Se entienden. Tal vez sea hoy una fantasía, aunque hubo una época en que así fue. "Soy un nostálgico", admite Kolirin. Recuerda cuando podía ver sus adoradas películas egipcias y escuchar música árabe en el único canal de la televisión israelí. "Se está produciendo una desconexión de Oriente. No creo que Israel jugara nunca el papel de nexo entre Oriente y Occidente, pero en su código genético estaba esa posibilidad. Quiero que se recuerde lo que se perdió".

El Israel actual, ése del que casi nunca se habla, el de la periferia, es retratado con fidelidad. ¿Y qué es hoy Israel? "Un país joven cuya identidad nunca se estableció firmemente, y que no se entiende a sí mismo. La globalización debilita las identidades en todo el mundo", precisa el director, ciudadano de Tel Aviv de pura cepa, el gran reducto de la modernidad en este país. "Pobre de ti", espeta a final Kolirin a su interlocutor, residente en Jerusalén.

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