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Columna
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Chantaje demócrata a Colombia

Hamlet provocó el suicidio de la dulce Ofelia con aquella, aparentemente despectiva, frase de words, words, words (palabras, palabras, palabras). El príncipe de Dinamarca ya había decidido que su venganza frente a su tío y su adúltera madre privaría sobre cualquier otro sentimiento. La pasada semana, el Capitolio de Washington se convirtió en un Elsinor moderno, y Nancy Pelosi, la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, en un acto más de irresponsabilidad política a los que nos tiene acostumbrados, decidió ceder al chantaje de parte de los sindicatos y de los dos candidatos de la nominación presidencial de su partido, Hillary Clinton y Barack Obama, y aplazó indefinidamente la discusión del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia, pendiente de ratificación por el Congreso desde su firma en noviembre de 2006. Con "excusas, excusas, excusas", que no resisten el más mínimo análisis serio, madam speaker (la señora presidenta), de hecho, suicidó un acuerdo, que sólo un milagro podría salvar en este periodo de sesiones. ¿Los perdedores? El pueblo colombiano y los agricultores estadounidenses, en el plano económico. Y las relaciones de Washington con Colombia, su más firme aliado en América Latina, y el resto de los países de la zona, en el político. ¿Quién se va a arriesgar en el continente a firmar acuerdos con Estados Unidos -algo tradicionalmente polémico en las relaciones interamericanas- que, luego, son rechazados, sólo por motivos partidistas, en su trámite constitucional de ratificación parlamentaria? Hugo Chávez y su cohorte de revolucionarios bolivarianos deben de estar frotándose las manos. ¡Cosas veredes, Sancho amigo, que farán fablar a las piedras!

El Tratado de Libre Comercio se ha convertido en víctima de la campaña presidencial

George Bush y su Administración tienen esta vez toda la razón al denunciar la decisión de Pelosi como "contraria al interés nacional" y calificarla de "chantaje político". En realidad, Colombia se ha convertido en víctima involuntaria de la campaña presidencial americana y en moneda de cambio en la lucha, agria y permanente, entre un ejecutivo republicano y un legislativo en manos demócratas. Bajo el título de Hipocresía y libre comercio, el director de la revista Foreign Policy y colaborador de este periódico, Moisés Naím, denunciaba el pasado domingo el sinsentido de la decisión de Pelosi y la falacia de sus argumentos. Y lo que es más grave: el sometimiento de los candidatos Clinton y Obama al dictado de una parte del movimiento sindical, precisamente el que representa a los trabajadores del sector industrial, que achacan, erróneamente, la destrucción de sus puestos de trabajo a la potenciación y desarrollo del libre comercio en el mundo, una premisa no compartida por ningún economista serio en el mundo, incluido, como recuerda Moisés Naím, el prestigioso profesor de Economía de la Universidad de Chicago, Austan Goolsbee. Y, ¿por qué Naím destaca el nombre del profesor Goolsbee entre los economistas de talla mundial que no comparten las tesis sindicales? Sencillamente, porque, además de dedicarse a la docencia en la alma máter de Obama, Goolsbee es el principal asesor económico del candidato afro-americano a la nominación presidencial. En cuanto a la excusa dada por Hillary por su repentina oposición al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, en sus siglas en inglés) entre Estados Unidos, México y Canadá, que promovió y sacó adelante su marido y que ha creado cientos de miles de puestos de trabajo al sur del Río Grande, parece más una boutade de Homer Simpson que el resultado de una sesuda reflexión de la senadora por Nueva York. No habló entonces, dice, para no causar problemas a su marido y entonces presidente, Bill Clinton. ¡Qué casualidad que su conversión haya coincidido con la celebración de las primarias en Ohio, antes, y en Pensilvania e Indiana, ahora, todos Estados afectados por la pérdida de puestos de trabajo en el sector industrial! En todo caso, la deriva de los candidatos demócratas hacia un neoproteccionismo, incompatible con la hasta ahora tradición internacionalista del partido a favor del libre comercio, comienza a preocupar a nivel mundial, no sólo por lo que pueda afectar a los tratados bilaterales y regionales existentes o por ratificar, sino por su influencia en las negociaciones de la Ronda de Doha, que afectan a la totalidad del comercio mundial. Los gobiernos mexicano y canadiense ya han hecho llegar su preocupación a los candidatos por su postura sobre el NAFTA y han advertido que no tienen la más mínima intención de facilitar la renegociación del acuerdo. Ya se sabe que todos cambian en la Casa Blanca. Pero, entretanto, Colombia no debe pagar los platos rotos de las desavenencias demócratas.

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