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ESCALERA INTERIOR
Columna
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La nostalgia de Pável

Almudena Grandes

No entiende nada. Por un lado, es como un sueño del que no quiere despertarse, pero tampoco está seguro de que no termine siendo una pesadilla enmascarada. Hace ya cinco años que vive en España, y jamás se habría atrevido a imaginar nada semejante.

La culpa fue de sus compañeros de trabajo, dos rumanos, un ecuatoriano, un polaco y dos marroquíes, con los que reforma casas a las órdenes de un croata que trabaja a su vez para un contratista gallego que vive en Aravaca. Tú cantas muy bien, le dijeron, ¿por qué no te presentas? La primera vez se negó a oír hablar de aquel concurso de televisión para inmigrantes. Me da vergüenza, estuvo a punto de confesar y no dijo ni eso, sólo que no, no, y que se callaran ya. Luego, a solas, se atrevió a pensarlo y se puso colorado, pero ya no era exactamente vergüenza, sino tristeza, y tampoco era exactamente tristeza, sino nostalgia, y no del pasado, sino de aquella época de su pasado en la que él había tenido todo un futuro por delante. No se puede tener nostalgia de un futuro que nunca ha empezado, que nunca llegará, se dijo entonces, pero eso era lo que sentía, y tristeza, y vergüenza de aquel niño que había visto sonreír a su profesor, y le había dicho a su madre que en el colegio querían hablar con ella sin saber muy bien lo que iban a decirle. Al salir de aquella entrevista, su madre también sonreía, y sonrió luego su padre, sonrieron sus abuelos, sus hermanos, y sus tíos, y sus primos, mientras él se probaba chaquetas que le quedaban grandes, o pequeñas, camisas blancas, corbatas oscuras… Tienes que estar muy elegante, le dijeron todos, y entre todos lo lograron, le pusieron elegante de ropa limpia y prestada, y luego cogió con su padre aquel tren hasta una ciudad desconocida, y se perdieron juntos un par de veces hasta dar con un edificio muy grande donde les esperaban unos señores serios, de aspecto venerable, y aquella chica joven vestida de negro, el pelo recogido, que se sentó al piano después de preguntarle, ¿qué quieres cantar, Pável?

"Sentía tristeza de aquella época de su pasado en la que él había tenido un futuro por delante"

¿Qué quieres cantar, Pável?, le preguntó también otra chica joven, con el ombligo al aire, la nariz perforada y el pelo teñido a rayas de colores, cuando llegó al hotel donde hacían las pruebas para el programa. Y él creyó que no iba a poder hablar, porque contempló de golpe toda una colección de sonrisas eslavas, en su pequeño pueblo, en la capital de su región, en el mismísimo Moscú. Allí, quienes le oían cantar sonreían, habían sonreído a su futuro dorado, al inmaculado tesoro de su voz. ¿Qué quieres cantar, Pável?, volvió a preguntarle esa chica, y estuvo a punto de salir corriendo, pero se quedó. ¿Qué ha sucedido, Pável?, se preguntó a sí mismo, ¿qué haces aquí, qué te ha pasado? Entonces sonrió él también. Fue una sonrisa triste, pero ella no se dio cuenta mientras anotaba en su libreta el título de una canción de David Bisbal. Luego le acompañó a maquillaje y le dejó solo con el resto de su historia, el desplome de aquel futuro que había terminado antes de comenzar, porque en su región, que enseguida se convirtió en un país independiente, de repente se acabó el dinero para la música, el dinero para las orquestas, el dinero para los teatros, el dinero. Se ha acabado el dinero, le dijo su primera y última profesora de canto, no te van a renovar la beca, lo siento mucho, Pável. Luego añadió que tampoco es que se hubiera acabado el mundo, que podría intentarlo aquí, allá, buscar otras becas en el extranjero, ayudas públicas, privadas, fundaciones… Y lo intentó. Lo intentó aquí, allá, en su país, en el extranjero, pero no era demasiado bueno, o no tuvo demasiada suerte, o no se había formado demasiado tiempo, o…

Ahora se ha hecho famoso. En el bar de Pascual es todo un ídolo. Hace más de un mes que no paga nada, mientras ve cómo crece la porra de su éxito, el triunfo final por el que apuesta ya todo el barrio. Es normal, se dice, en el mundo no puede haber muchos albañiles ucranianos que sean capaces de cantar ópera. Y sabe que con un poco de suerte, esa que nunca ha tenido hasta ahora, ya no tendrá que volver al tajo, que como mínimo encontrará trabajo como cantante en una orquesta ambulante, o un puesto de pianista en un club nocturno, esos empleos que buscó en vano al llegar aquí, antes de resignarse a trabajar poniendo azulejos. Pero a veces, mientras es él quien sonríe a los demás, sigue teniendo ganas de llorar por lo que ya nunca tendrá remedio.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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