Romeo y Julieta entre hamburguesas
En la avenida de la fama de Los Ángeles, donde cada celebridad tiene una baldosa estrellada, todas las semanas hay estrenos. El mítico Chinese Theatre hierve: focos, flashes, actores famosos. Apenas a cien metros, en el Kodak Theatre, donde se celebra anualmente la ceremonia de los Oscar, también hay noche de gala. Sin embargo, no se ven focos ni alfombra roja. Por no haber, no hay ni gente. Este teatro de 3.400 butacas, pensado más para las cámaras que para la realidad, anuncia su première con un simple cartel de un metro por un metro. La pompa es innecesaria. El espectáculo que se presenta ha rodado ya por otras ciudades de Estados Unidos (Denver, Atlanta o Chicago, donde Michelle Obama acudió con sus hijos), y gran parte de las entradas para sus dos únicas semanas en la ciudad están vendidas. La versión para el escenario de High School Musical, el último fenómeno de la factoría Disney, ha funcionado por sí misma desde el principio.
Como muchas de las grandes ideas, surgió de la manera más tonta. El productor, periodista y guionista Peter Barsocchini lo escribió como regalo para su hija Gabrielle, de 13 años. Utilizó sus recuerdos de estudiante, los contrastó con las experiencias de su retoño y creó una serie de personajes idealizados: Troy Bolton, el capitán del equipo de baloncesto, y su amigo negro Chad; Gabriella Montez, la bella niña latina, jefa de los empollones, o Sharpey y su hermano Ryan, unos competitivos jovencitos wasp. Como era para su hija, los situó a todos en un ambiente amable, en claro contraste con esas estadísticas que denuncian unos 628.000 crímenes violentos el pasado año en los institutos reales de Estados Unidos. La trama, sencilla: Troy y Gabriella se conocen unas navidades cantando en un karaoke, algo que espontáneamente realizan a la perfección. Pasadas las fiestas vuelven a encontrarse en el instituto, donde Gabriella es novata. Allí deciden probar suerte presentándose a las pruebas de la función escolar, un musical compuesto por una estudiante casi sociópata de puro tímida. Todos decidirán separar a la incipiente pareja. Es decir, una versión ingenua y exenta de dramatismo del Romeo y Julieta shakesperiano.
Disney lo estudió y decidió hacer una modesta producción para su canal de cable que no le comprometiera financieramente. Se la encargó al coreógrafo y director Kenny Ortega, en gran medida responsable de la exitosa Dirty Dancing. A principios de los noventa, los musicales con actores reales de Disney naufragaron consecutivamente. Títulos como La pandilla (Newsies, 1992), precisamente dirigido por Ortega, recibieron malas críticas y audiencias mediocres, y la productora decidió cancelarlos y concentrarse en los infinitamente más rentables que habían reflotado a la compañía desde el estreno de La sirenita, en 1989. "Creo que cuando se decidió su producción, se asumió como un proyecto arriesgado", comenta Steve Fickinger, ejecutivo de Disney. Pero una vez terminada, la gente de Disney Channel se dio cuenta de que tenían entre manos algo muy especial.
El 20 de enero de 2006, el canal emitió por primera vez la película. Y se convirtió en el programa más visto por los niños. Dos años después, sus imágenes han desfilado ya ante los ojos de 42 millones de estadounidenses y de casi 100 millones de personas en todo el mundo. Cuenta con una secuela, High School Musical II y hasta con una tercera parte actualmente en rodaje y que se estrenará este año en pantalla grande. Además, la banda sonora fue número uno de ventas en Estados Unidos en 2006 (en España es doble disco de platino, con 150.000 copias vendidas), y el fenómeno ha generado también un best seller novelado y tres montajes en vivo: una gira de conciertos nacional con los protagonistas, un espectáculo de patinaje sobre hielo y esta última versión al estilo Broadway, franquiciada para varios países como el Reino Unido o España. "No podemos dar una cifra exacta de los beneficios que ha supuesto, pero sí ha sido un enorme negocio", reconoce Fickinger.
¿Pero cómo se produjo la inmediata escalada de esta comedia musical a fenómeno no ya audiovisual, sino sociológico? Los agentes de esta pulida joya del negocio del espectáculo desgranan las claves de su éxito. Primero, la eficacia del mensaje: la historia de unos chicos que quieren ser ellos mismos y no someterse a los prejuicios de los demás. "Yo también tuve que elegir", comenta el protagonista del musical americano, el actor John Jeffrey Martin. "Como Troy, me debatí entre el baloncesto y el teatro, y el último salió ganando". Este paralelismo entre personaje e intérprete no es un fenómeno aislado. El casting español del musical (al que su director artístico, Ariel del Mastro, ha añadido un factor de realismo puro: los actores son chavales entre los 15 y los 19 años, muchos de ellos no profesionales) incluye a un madrileño de origen angoleño, Ricardo Kosi Kiala, que hasta esta oferta jugaba en un club juvenil de baloncesto, el CDV vallecano. "Es un mensaje muy positivo y optimista para los niños", comenta el joven Kiala, "aunque también resulta muy inocente. No creo que se parezca del todo a los institutos españoles".
Otro factor decisivo es la interculturalidad, y la vinculación de la película a una realidad social más o menos actual. Los ritmos en High School Musical forman un catálogo de la música que hoy escuchan los jóvenes: rock, pop, salsa, hip hop, samba, baladas... Como declaraba una de las actrices del filme, Monique Coleman, "todos deseamos tener un musical acerca de nosotros mismos". La radical novedad, como subrayaba el protagonista, Zac Efron, es que "en esta película rompemos con los grupos: al final todos se mezclan". Pero no sólo eso: la relación sentimental interracial parece avanzada en una compañía antaño conservadora. Incluso el reciente escándalo por la aparición en Internet de unos desnudos de Vanessa Anne Hudgens (Gabriella), supuestamente un regalo de cumpleaños para su novio en la vida real, el propio Efron, ha sido minimizado por la actriz y la compañía.
"¿Ves más osado el espectáculo porque la pareja aquí se besa y en la película no?", pregunta entre risas el director Jeff Calhoun, ganador de varios premios Tony (los Oscar del teatro norteamericano). "Tenemos que entretener también a los padres. De ahí que hayamos incorporado un humor más adulto", añade. Entre ellas, una pugna entre una profesora de teatro demócrata y un entrenador republicano, o la salida del armario, sutil pero evidente, de un personaje bastante más convencional en la pantalla: Ray, el hermano de Sharpey, algo enamorado ahora del musculoso protagonista.
Hablando con los niños y las niñas de Los Ángeles, incluso con sus padres, se obtienen respuestas más directas. A los chicos les gusta "el baloncesto"; a ellas, que las niñas "consigan todo lo que quieren". Todos coinciden en que las canciones son pegadizas, cantables y fáciles de bailar. Es muy difícil acudir a ver este musical y no emocionarse con su canto a la libertad individual o reírse con nostalgia de los tiempos juveniles pasados. E incluso es más complicado aún salir sin tatarear ninguna de sus reconocibles canciones, desde Bop to the top hasta We're all in this together, auténticos prodigios de la mú¬sica comercial de hoy.
La comparación con Grease resulta acertada. Incluso el director Calhoum fue responsable del éxito en Broadway de la adaptación musical de la película. "Además, en Grease, los personajes terminan adaptándose al medio, y aquí triunfa la voluntad de cada uno: este mensaje me parece más positivo y mucho menos aleccionador. Es incluso más progresista".
'High School Musical' se estrena el día 21 en Roquetas de Mar (Almería). El espectáculo estará de gira durante más de un año. www.highschoolmusical.stage.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.