Un rumbo peligroso
En Bolivia al Gobierno de Evo Morales se lo ama o se lo odia, no hay puntos intermedios, pues la polarización política es tal que el juicio equilibrado ha desaparecido en los actores políticos y en la población.
Gobierno auténticamente popular que nace de abajo, pero que emerge de las urnas. Si algo hizo Morales fue cambiar totalmente la élite política y generar una fuerte inclusión política de sectores populares. Su Plan de Desarrollo, que todavía no se puede implementar, mira ante todo la pobreza rural; de manera controvertida o no, ha generado una política de transferencias directas en favor de los niños hasta el octavo nivel de primaria, y a favor de quienes tienen más de 60 años. En la economía tuvo el acierto de cambiar los contratos petroleros que condujeron a una mayor tributación de las empresas, con lo cual las finanzas públicas están en un nivel de superávit que nunca antes se conocieron. En política tuvo el mérito de convocar simultáneamente a una Asamblea Constituyente que pedían los sectores populares y, a un referéndum autonómico que solicitaban las regiones del país.
Dos años de mandato, marcados por un fuerte discurso de confrontación del Gobierno que generó una polarización política extrema, años en que el respeto del Estado de derecho y de la separación de poderes no estuvieron presentes. Tiempo en que el discurso indigenista ha creado conflictos políticos y culturales más intensos. El tirón económico junto a la ausencia de una política concreta de desarrollo.
Años de intento de generar un régimen hegemónico que valora más el mantenimiento del poder que la creación del desarrollo con equidad; tiempo de impulso de un proyecto de Constitución marcado por la ilegitimidad y la ilegalidad política que dibuja un futuro en el que la democracia representativa estaría en entredicho. Vacas gordas en la economía por los precios de hidrocarburos y de minerales, pero junto a una disminución de la inversión generada por la ausencia de seguridad jurídica.
Dos años en que el régimen se puede definir como una democracia delegada o plebiscitaria, en la cual importa más el papel del caudillo que el de las instituciones que se van debilitando poco a poco, todo en un marco de una injerencia política venezolana que no le favorece al Gobierno de Morales en tiempos en que todavía los sectores populares creen que hay espacios para revoluciones inéditas.
Carlos Toranzo Roca es investigador de la Fundación Friedrich Ebert en Bolivia.
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