El valle de los deseos
Vilcabamba, el mítico pueblo ecuatoriano de los ancianos centenarios, atrae a turistas de todo el mundo
"¿Cuántos años tengo? Eh... bastantes", responde desde el asiento de un locutorio telefónico María Saca, una anciana gentil y de ojos nebulosos. Dice que no se acuerda, pero que tiene muchos años. Son casi las once de la mañana en la Plaza Central de Vilcabamba, pueblo de la provincia ecuatoriana de Loja que alcanzó en los años setenta, gracias entre otros a la revista National Geographic, la categoría de mito por la longevidad de su población. La fama atrajo el turismo, a famosos en busca del secreto de la vida eterna, a los hippies, y ahora es un foco turístico.
A la iglesia principal acaba de entrar, solo y sin bastón alguno, Víctor Burneo, un casi centenario muy vital. Sus 92 años no se rastrean fácilmente en su piel blanquísima, en su caminar lento pero bien acompasado. Sobre la edad real de los vilcabambinos siempre ha habido dudas. En el pueblo, situado en una hondonada andina a 1.565 metros de altura, se habla de José David Toledo, que habría muerto a los 140 años, o de Miguel Carpio, a los 136.
Todos ellos habrían vivido hasta la década de los sesenta, justo antes de que estallara la fama mundial del lugar. "Yo he vivido un siglo", asegura José Medina, que dice tener 102 años. En cualquier caso, médicos y científicos han investigado en las últimas cuatro décadas las condiciones que pueden causar esa longevidad en el pueblo. El japonés Kokichi Otani puso su atención en el agua del lugar, muy rica en 22 minerales. Proveniente de varios pequeños ríos (Yambala, Capamaco y Chamba) y del subsuelo, alberga potasio, calcio, hierro, sodio y, sobre todo magnesio, cuya presencia es vital contra la arterioesclerosis. Éste parece ser uno de los secretos de la longevidad. Otros son la dieta, escasa en carnes -el plato típico de la zona es el repe, una sopa de leche con frijoles, plátano y otros vegetales-, la actividad física permanente en la agricultura y, fundamentalmente, el clima: disfruta de una temperatura constante y feliz (entre 18 y 24 grados centígrados todo el año) y no padece grandes lluvias ni heladas.
Las investigaciones científicas comenzaron a cambiar la vida del pueblo -se cuenta en el lugar la historia de una científica alemana que llegó a tener sexo con Manuel Pardo, de 95 años, como parte de su experimento- hasta el punto de que, desde hace unos 10 años, Vilcabamba ha cambiado su biorritmo cultural.
No es una invasión -hay unos 200 extranjeros entre sus 3.200 habitantes-, pero sí se ha convertido en un foco turístico. Por sus calles, y en las afueras, se ven hoteles, hostales, restaurantes de menú diverso y, por supuesto, cabinas de Internet.
A Víctor Burneo, el nonagenario que entraba a la iglesia, no le molesta la presencia de extranjeros, la mayoría, norteamericanos, pero también alemanes, italianos, neozelandeses, mexicanos y franceses. Y un solo español. Aunque sí ha habido algún brote xenófobo, de corta vida, eso sí, asegura Christian Mansilla, cordobés de Argentina que trabaja en la hostería Madre Tierra.
Hay un par de discotecas -una de ellas anuncia, en medio de la plaza, un próximo jolgorio-, New Age, hippies, y, en general, mucha bulla. Pero mientras penetra la modernidad va habiendo menos lugareños de más de 100 años.
"De pronto, vino una racha y se fueron varios", asegura un taxista. Aunque sí se ve por el pueblo mucha gente de 80 y 90 años que está en respetable forma. Víctor Burneo es uno de ellos, y su amigo Agustín Jaramillo (96), y su hermana, de 85 años.
No parece algo tan curioso, finalmente. En Vilcabamba, a pesar de la carga de la civilización y los negocios, el tiempo corre pero no empuja.Pero no todo lo que llega es bienvenido. Por ejemplo, el año pasado se opusieron a la concesión de una mina de oro en mitad del cerro que gobierna el pueblo. Tiene una extraña forma y lo llaman Mandango, que es un "dios acostado", según los vilcabambinos.
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