De los Beatles al desamparo
José Luis Pardo parte del 'Sgt. Pepper's' de los Beatles para reflexionar sobre la cultura de masas y la sociedad del bienestar
Lo que ha hecho José Luis Pardo en su último libro, Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas, es sacar a pasear a algunos personajes de la portada del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de The Beatles, para que lo ayuden a diagnosticar los males de nuestro tiempo. Y al mismo tiempo lo ha escrito al hilo de las canciones del Abbey Road, también de The Beatles. "No he hecho un libro de filosofía de la música. Sólo he querido producir con la escritura un efecto análogo al que produce la música", explica.
Ahí están pues, paseando por las páginas del libro, el disparatado escultor Simon Rodia, Bob Dylan, el boxeador Sonny Liston, las chicas que dibujó Vargas, los escritores Oscar Wilde, Bernard Shaw o William Burroughs, los cómicos Stan Laurel y Oliver Hardy, la actriz Mae West y el filósofo Karl Marx, entre otros. Algunos aparecen un instante, otros se quedan más tiempo. José Luis Pardo (Madrid, 1954) comenta que igual ahora al ver aquella portada es fácil decir que "de aquellos polvos vinieron estos lodos" y lo que se piensa es en una sociedad que desprecia la autoridad, que rinde culto a la juventud, en la que todo vale. "Cuando apareció el álbum, sin embargo, lo que se tenía en la cabeza eran otras cosas", dice. "Había allí personajes con historias increíbles y también muchos artistas vinculados al music hall, y actrices de cine y miembros de la Sociedad Fabiana, precursora de lo que fue el Partido Laborista, uno de los impulsores de la sociedad del bienestar".
"Elvis Presley se olvidó de que era blanco y cantó como un negro"
"Habitamos una época donde reinan la exclusión y el privilegio"
"En un bar, la clase trabajadora pidió la felicidad que le habían negado"
Eran otros tiempos. Y lo que hace Pardo en Esto no es música (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) es recrear, a través de múltiples historias que se entrecruzan, aquel viejo impulso que hizo posible que la cultura popular conquistara su espacio, tuviera visibilidad, se afirmara con rotundidad. O lo que es lo mismo: lo que cuenta es el camino que tomaron las gentes de las clases más desfavorecidas para hacer oír su voz. El largo viaje que va del tugurio a la celebridad.
"No creo que tenga importancia alguna ponerse a discutir hoy sobre las diferencias entre alta cultura y cultura popular", comenta Pardo. "La diferencia entre ambas esferas es sólo un trasunto de la división de clases, y no dice nada. Importa más ver cómo se fueron difuminando las fronteras entre una y otra. En el mismo momento, por ejemplo, en que Elvis Presley grababa That's all right, mama, el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaraba inconstitucional la educación separada de negros y blancos en las escuelas. Lo importante es darse cuenta, ahora cuando las identidades de cada grupo se afirman por encima de todo, que Elvis se olvidó entonces de que era un joven blanco y se puso a cantar como un negro. Importa entender que también a los Beatles se les olvidó que eran unos muchachos británicos y que por eso pudieron abrazar los ritmos que en sus orígenes habían inventado los esclavos de unas plantaciones".
Lo que Pardo ha perseguido en realidad es acercarse al estado de malestar de nuestro tiempo. Dice: "Esa nueva pobreza que se nos ha venido encima al mismo tiempo que se desarrolla vertiginosamente la técnica, ese sufrimiento sordo al que es cada vez más difícil darle voz". Y que es el inevitable correlato de la erosión del Estado de bienestar. "Las instituciones sociales han dejado de luchar contra las desigualdades. Habitamos una época donde reinan la exclusión y el privilegio. Las batallas por la igualdad están ahora desprestigiadas".
Cuando se habla de cultura popular, comenta José Luis Pardo, no se está hablando de folclor. Es algo esencialmente urbano y propio de la gran sociedad industrial. Los primeros cambios se produjeron en el siglo XIX, gracias al folletín y a los primeros antros de music hall. "Un día un tabernero inglés obtuvo permiso para habilitar al lado de la barra un escenario. Y allí se fueron subiendo los artistas de las clases trabajadoras y, en medio del bullicio, reclamaron la felicidad que les había sido negada".
Más adelante, ya en el siglo XX, llegó el cine con las peripecias y el humor de sus cómicos, tipos medio desarrapados como Charlot, a los que también saca Pardo de paseo en su libro. Las audiencias crecen. Con la música, el gran salto se produce en los cincuenta. Los programas de radio llegan a todas partes y, a finales de la década, explota el rock and roll. "De buena mañana / te avisé: / no me pises mis zapatos de ante azul, / aserrín, aserrán, / voy a tocar el violín: / no tengo nada que perder", cantaba Chuck Berry en Roll over Beethoven.
"Ahí está una canción como She's leaving home", recuerda Pardo. "A McCartney a veces se le iba la mano con la cursilería, pero luego incorporaba un elemento y la canción daba un vuelco radical. Está la chica que se va de casa y los padres que no lo comprenden. Se lo han dado todo, dispone de todas las oportunidades, y sin embargo se va. ¿Qué diablos quiere? ¡Diversión! Nada más que diversión. Y es que hubo un tiempo en que había para un joven otro destino que no fuera salir en busca del éxito".
Todo eso habría sido imposible si detrás no hubiera habido una sociedad que luchó por el Estado de bienestar, insiste Pardo, y vuelve sobre la importancia de "ese único ratito" en que las cosas marchaban porque la gente luchó para que las instituciones funcionaran.
¿Y la filosofía? "Platón y Aristóteles hablaron de la aspiración del hombre a dar sentido a lo que hace, y lo llamaron poesía, pero constataron que las cosas suceden sin sentido alguno, y a eso lo llamaron historia. Hegel quiso que la poesía se convirtiera en historia: justificar cuanto ha ocurrido en función de un final feliz. Nietzsche quiso hacer lo contrario porque sabía de las barbaridades que se cometen cuando la historia se convierte en una gran cruzada. Así que reclamó la felicidad ¡ya! y mostró que el sufrimiento no es una inversión rentable. Nietzsche, por cierto, amó un género tan popular como la zarzuela".
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