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Reportaje:Feria del Libro de Guadalajara

El fervor popular como alternativa a lo solemne

El público se convierte en el gran protagonista de la cita mexicana

Juan Cruz

Por la feria de Guadalajara pasa ahora la literatura de Latinoamérica.

No era nada la FIL hace 21 años, y ahora la apapachan (la acarician) los editores, los escritores, el Estado mexicano, los países invitados, los medios de comunicación de Guadalajara y de México (y cada vez más los de todo el mundo); el vigor que ha alcanzado a veces se sustenta, erróneamente, en la creencia peligrosa de que todo lo que es enorme es bueno; es enorme, y cada vez es más enorme: el año pasado, cuando aquí fue invitada Andalucía, se superó el medio millón de visitantes, más de medio millar de actividades (este año, con la pujante literatura de Colombia hay 600 actos programados), cada vez más editores y agentes; pero esa feria de las cifras no es lo más importante de Guadalajara.

La gente no sólo compra libros, sino que interroga sin cesar a sus autores
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Lo trascendental de este evento es la actitud del público, cómo ha sido capaz de apoderarse del contenido de la feria, de su variedad y de su apuesta, con un entusiasmo que ya trasciende las propuestas: todos los actos tienen una increíble participación de la gente, que ha pagado su entrada (dos euros, más o menos, para el público adulto), que compra libros, los subraya, y que interroga sin freno a los que exponen. Interrogan e interpelan. Llevan sus papeles (a veces hacen aviones con ellos) y los lanzan desde el patio de butaca: quieren saber, es decir, comprender. Los escritores tienen que estar en guardia.

Gracias al público, la feria de Guadalajara ha conseguido vencer la solemnidad inherente al acontecimiento cultural, con sus presidiums y sus digresiones más o menos académicas, y se ha ofrecido como un lugar de debate en el que ya no son tan protagonistas los egos revueltos de los autores, o de algunos editores que también tienen su ego agigantado, sino la inquietud de los lectores por saber cómo son aquellos con los que se gastan los cuartos.

La FIL es una enseñanza que se ofrece gratis para otras ferias, como las nuestras de España, y singularmente la de Madrid, que siguen estando a la intemperie y que siguen primando las firmas sobre las ideas y sobre los encuentros.

Claro, en Madrid, por ejemplo, no se dan algunas circunstancias que acaso echen de menos los que entre nosotros trabajan para que la feria sea diferente: la indiferencia estatal, local, e incluso mediática, hacia ese pulmón de la sociedad que es el libro, y su divulgación requiere un pensamiento que en este momento, y en el mundo editorial de nuestra lengua, pasa por el ejemplo de Guadalajara.

Un último apunte: hasta aquí trajeron Santos Juliá y José Álvarez Junco los siete tomos de la obra completa de Manuel Azaña. Tantos años después del enorme esfuerzo llevado a cabo por Juan Marichal, la presencia en la Feria del Libro de Guadalajara de esta nueva edición entera recupera para el sentimiento del exilio la sensación que deja una herida cuando se va reparando.

Visitantes de la Feria de Guadalajara pasean ante un panel con fotografías de escritores.
Visitantes de la Feria de Guadalajara pasean ante un panel con fotografías de escritores.EFE

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