Contra inquinas y amiguismos
Cabe soñar, aun cayendo en los brazos de la siempre bienintencionada ingenuidad, con que un día las cosas cambien. Cabe pensar, aun pecando de candor, que el plan de modernización de las instituciones culturales del Estado puesto en marcha por el Ministerio de Cultura eche por tierra de una vez la política de tierra quemada que a lo largo de los años ha venido definiendo la gestión cultural de este país. Una política tradicionalmente más parecida a un crucigrama de inquinas personales y guerras de partido que a una práctica responsable en la administración pública de la cultura.
El código impulsado por el ministro César Antonio Molina y apoyado sin condiciones desde Presidencia del Gobierno abre nuevos horizontes. Cabe soñar con que el consumidor español de cultura -que haberlo, haylo, porque hace tiempo que este país es algo más que pan, fútbol y toros- no sea maltratado como lo ha sido. La convocatoria de un concurso público para elegir a la nueva cabeza del Reina Sofía puede resultar el primer peldaño de lo que aspira a ser una filosofía seria de acción política en lo cultural, lejos de amiguismos y dedismos. Ojalá.
Ni el PP ni el PSOE han estado históricamente a la altura de sus colegas europeos. En París y en Londres saben bien que ganar unas elecciones no tiene por qué suponer cargarse todo lo anterior, así que se respetan los cargos culturales aunque no sean del mismo signo político. La llegada al poder de Aznar en 2000 y el subsiguiente aterrizaje en Educación y Cultura de Esperanza Aguirre ilustró a la perfección esta práctica intransferiblemente española del "ahora te vas a enterar".
Llegó Aguirre a la plaza del Rey, y con ella Miguel Ángel Cortés a la Secretaría de Estado. Como por casualidad, Elena Salgado abandonó su puesto de directora gerente del Teatro Real. Y Stéphane Lissner salió catapultado de su sillón de director artístico. Aguirre le argumentó así a Salgado su cese: "Mira, Elena, odio tener que decirte esto porque nuestros niños van al mismo colegio, pero el secretario de Estado no te quiere ver por aquí ni un minuto más".
Babelia
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