El rastro del fraude conduce a China
La falta de garantías de calidad amenaza la imagen del país como 'fábrica del mundo'
El made in China empieza a verse como una marca peligrosa. Los medios de comunicación de todo el mundo lanzan a menudo terribles alertas para un consumidor acostumbrado a dormir a gusto pensando que los alimentos, las medicinas, la pasta de dientes o los juguetes de sus hijos han pasado los controles precisos antes de llegar a sus casas. Pero el caos industrial del gigante asiático se está llevando por delante el prestigio de multinacionales occidentales y la confianza de los consumidores. En mayo, reporteros de The New York Times publicaron la reconstrucción de un viaje mortal: el que había llevado por medio mundo barriles de dietilenglicol sin que en ningún puerto se detectara el fraude. Aquel veneno almibarado, útil para anticongelante, mató a cientos de personas, muchas de ellas en Centroamérica, que lo incorporaron a su organismo a través de medicinas. La fabricación del tóxico, que se hizo pasar por glicerina, conducía a China, pero su Gobierno se desentendió del asunto y no se abrió investigación criminal.
Otras veces los castigos ponen los pelos de punta. El 10 de julio fue ejecutado en el país asiático el director de la Administración Estatal de Alimentos y Medicinas, por aprobar medicamentos que no habían pasado los ensayos obligatorios a cambio de dinero. La corrupción le salió cara a Zheng Xiaoyu, cuya muerte fue la ejemplarizante y desproporcionada medida que el Gobierno tomó ante la ola de escándalos por la falta de seguridad en las industrias alimentaria y farmacéutica, en un país que organiza unos juegos olímpicos para 2008 que han de ser el espejo de la modernidad.
En 2005, la policía intervino en España 100.000 unidades de productos fraudulentos. Son copias de cosméticos, alimentos, fármacos y artículos higiénicos de los que se pierde el rastro de su origen, pero la OCDE no duda de que proceden de Asia, en su mayoría de China. Solventes y asentadas multinacionales occidentales tratan de frenar impotentes el pirateo. Pero los consumidores los adquieren sin pensar que esos artículos que estuvieron en la casa toda la vida, ahora no son más que copias fraudulentas y, a veces, peligrosas para la salud. El pasado mes de julio saltó el escándalo de los tubos dentífricos. Apareció el dietilenglicol y se inmovilizaron miles de unidades. Después, China prohibió el uso de esta sustancia en la fabricación de la pasta de dientes.
Luego fueron los juguetes con pintura que contenía plomo, hace apenas unos días, que ha llevado al suicidio al responsable de la fábrica, y obligado a la empresa Mattel a retirar del mercado casi un millón de unidades. Como ayer. Y ayer también, la empresa Gilchrist & Soames, uno de los mayores suministradores mundiales de productos de aseo para hoteles de lujo, anunció la retirada de una pasta dentífrica de fabricación china, al observarse en ella sustancias potencialmente tóxicas.
Y antes, el mes de mayo, la policía decomisó en un polígono madrileño 20.000 kilos de alimentos en mal estado que iban a ser vendidos en restaurantes y tiendas. Todo ello, made in China.
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