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Mujeres resignadas y empresas machistas

Rosa Montero

Hace unas semanas, mientras esperaba la llegada de una amiga en un restaurante, escuché una conversación en una mesa vecina que me dejó pasmada. Se trataba de un grupo de cuatro treintañeros, dos hombres y dos mujeres, probablemente compañeros de trabajo, porque era la hora de la comida en una zona de oficinas. Una de las chicas, la que me daba la espalda, era el centro de atención. La otra mujer le hablaba con un aire pretencioso de sabelotodo; más que decirle algo, se lo estaba comunicando, como quien emite una sentencia inapelable: "Te digo que lo peor que puedes hacer es quedarte embarazada. Tener un hijo acaba con tu carrera profesional. Tú verás lo que quieres, pero te aseguro que, si te quedas embarazada, se acabó tu futuro en esta empresa". Lo decía con cierta violencia soterrada, con una buena dosis de acritud residual, como si ella hubiera tenido que hacer antes esa elección y aún le escociera. Los dos hombres intervenían de tanto en tanto para corroborar lo que la otra afirmaba, aunque se podían permitir mostrarse más empáticos: "Sí, ella tiene razón. Es injusto y es una pena, pero desde luego las cosas son así". No conseguí entender lo que respondía la víctima de este machaque verbal, porque estaba de espaldas y hablaba muy bajito, sin duda abrumada ante la unánime convencionalidad del resto de la mesa. Luego llegó mi amiga y ya no escuché más. Sin embargo, me quedé bastante inquieta: ¿pero de verdad sucedía eso, era de verdad la situación laboral tan retrógrada, tan injusta y tan sexista?

"Cuanto más jóvenes y mayor nivel de estudios, más miedo tienen a embarazarse"

Pocos días después, con ese extraño tino con que el azar va trenzando casualidades en la vida, los periódicos publicaron un informe del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) en donde se corroboraban estos temores. Casi la mitad de las mujeres directivas piensan que el permiso de maternidad repercute negativamente en su carrera, y un 18% renuncia a tomarlo justamente por eso. Y según Nuria Chinchilla, directora del Centro Internacional de Trabajo y Familia del IESE, una de cada cuatro mujeres pierde el empleo al quedarse embarazada: "En muchos casos son despidos improcedentes en los que hay que indemnizar a la trabajadora. En otros casos, la relegan y someten a acoso laboral y es ella la que acaba abandonando". Según las encuestas, cuanto más jóvenes son las chicas y mayor es su nivel de estudios, más miedo tienen a quedarse embarazadas por las repercusiones que ello puede tener en su profesión. Un 33% de las universitarias, por ejemplo, piensan que ser madre puede arruinar su futuro.

No tengo hijos, y desde luego no creo que tenerlos sea la culminación de la vida de una mujer ni una condición indispensable para alcanzar la plenitud. Pero me deja atónita e indignada que en pleno siglo XXI, en un país industrializado, rico y supuestamente moderno como el nuestro, sigan existiendo usos tan machistas. A decir verdad, resulta incluso chocante, porque, por otro lado, lo cierto es que la sociedad está cambiando mucho; que las familias, por más que se encolericen los obispos, han adquirido una enorme y flexible variedad; que los hombres, en fin, están empezando a reivindicar su faceta de cuidadores y de padres. Según este mismo informe del IESE, un 12% de los directivos cogieron la baja paternal. No parece suficiente y desde luego no es mucho, pero al menos uno de cada diez usó ese derecho. Entonces, si objetivamente hay algunos datos alentadores, ¿por qué no apoyarse en ellos? ¿Por qué resignarse a una discriminación tan burda y obsoleta?

Hablo de resignación y tal vez sea esa la palabra clave. Pertenezco a una generación de mujeres que creció a finales del franquismo, sufriendo un nivel de machismo cavernario. Recordemos que, hasta mayo de 1975, la mujer española casada no podía abrir una cuenta en el banco, sacarse el pasaporte o comprarse un coche si no se lo permitía el marido; que ni siquiera podía trabajar sin la autorización de su cónyuge, el cual, además, podía cobrar el sueldo de su esposa. Millones de mujeres, en España y en el mundo, nos hemos tenido que pelear día tras día para poder respirar, para ser respetadas, para ser personas. Muchas amigas de mi edad tuvieron hijos en condiciones sociales durísimas, y eso no les impidió salir adelante. El otro día, en el restaurante, estuve a punto de levantarme y acercarme a la mesa. Estuve a punto de decirle a esa chica a la que los demás tenían acogotada: No les hagas caso, no te rindas, no te sometas tan dócilmente a las convenciones más reaccionarias. Lucha por tus derechos, maldita sea.

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