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Reportaje:

La misión de paz más larga

Quince años después del comienzo de la operación internacional más importante de España, cuando los militares recogen sus campamentos, llega la hora de los médicos, los jueces o los economistas. Hablamos con los españoles que ayudan en la posguerra de Bosnia.

Miguel Ángel Villena

Quince años después del comienzo de la operación internacional más importante de España, cuando los militares recogen sus campamentos, llega la hora de los médicos, los jueces o los economistas. Hablamos con los españoles que ayudan en la posguerra de Bosnia.

"Estas misiones han roto muchos clichés sobre la Guardia Civil"
"A los españoles nos ven como sus iguales, y no como colonizadores"
"Ahora, Bosnia debe mirar sólo hacia adelante, no hacia atrás"
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La misión de paz más larga: FOTOGALERÍA

Entonces coronel y hoy general retirado, Francisco Javier Zorzo evoca el interés, las dudas y la preocupación que suscitó el despliegue de centenares de soldados españoles con el casco azul de la ONU para escoltar convoyes de ayuda humanitaria entre Mostar y Sarajevo, en el entonces trágicamente famoso corredor del río Neretva. Se trataba de la primera misión de paz a gran escala que abordaba el Ejército español, y aquella prueba de fuego se convirtió en un termómetro de muchas cosas. "Recuerdo la enorme expectación que rodeó nuestro despliegue", comenta Zorzo, "y el valor de desafío, de reto que tenía aquella operación. Muchos políticos, bastantes medios de comunicación e incluso algunos mandos militares albergaban recelos sobre nuestra capacidad para llevar a cabo la tarea. Con el paso del tiempo y de las distintas agrupaciones militares que se han turnado en Bosnia, la opinión pública ya sabe que cuenta con unas Fuerzas Armadas en condiciones. La misión ha sido positiva y el trabajo se cumplió con éxito".

La trayectoria de este militar segoviano, nacido en La Granja en 1941, ilustra a la perfección la evolución del Ejército en el último medio siglo. Desde sus tiempos de teniente legionario en Ifni (Marruecos), en pleno franquismo, hasta su último destino como director del Instituto de Historia y Cultura Militar, la hoja de servicios de este afable y culto general atraviesa por cursos de la OTAN, experiencia internacional en América Central y en Bosnia y el puesto de jefe de tropas en Tenerife, en 2003, ya al final de su carrera. Al igual que el resto de sus hombres, todos ellos profesionales o voluntarios, Zorzo fue elegido con lupa en aquel otoño de 1992 por el Gobierno de Felipe González. No en vano, España tenía que demostrar su rango de potencia media y su capacidad de desplegar tropas en el exterior bajo el paraguas de organismos internacionales. Se trataba de la misión de paz más importante que nuestro país ha abordado en su historia reciente. Hace 15 años, una generación completa, muy pocos españoles acertaban a situar Bosnia-Herzegovina en un mapa mudo de Europa. Por eso, aquellos primeros centenares de soldados españoles tuvieron que asistir a un cursillo intensivo de historia, geografía y cultura de la antigua Yugoslavia antes de desembarcar en la ciudad costera de Split, en Croacia, para adentrarse poco después en el horror de la guerra en los Balcanes. Todavía recuerda Zorzo con espanto la brutalidad de aquel conflicto, donde los distintos bandos (serbios, croatas y musulmanes) "eran capaces de parar ambulancias, abrir sus puertas y ejecutar a los enemigos heridos".

Mario Torre tenía apenas 20 años cuando las televisiones y los periódicos difundían las imágenes de los camiones de ayuda humanitaria que transitaban por las bellísimas y escarpadas carreteras del Neretva, escoltados por tanquetas de los legionarios que mandaba Zorzo. Los ciudadanos siguieron con el alma en un puño aquellos terribles viajes entre un paisaje de guerra, mientras Mario barajaba la posibilidad de entrar en la Guardia Civil. Hoy sonríe, con una expresión franca, cuando piensa en las vueltas que da la vida, cuando suspira y exclama: "¿Quién me iba a decir a mí que en 2007 iba a estar destinado en Sarajevo, casado con una bosnia y levantando en brazos a un precioso niño de siete meses nacido en esta capital?". Las peripecias de este picoleto leonés, que ha cumplido misiones en Bosnia, Israel y Afganistán en los últimos años, también reflejan los inmensos cambios vividos por el instituto armado a partir de su presencia en operaciones internacionales. Más allá de todo eso, la pareja de Mario Torre y Dzemila Tukulj, una intérprete que se cruzó en el camino del guardia civil, simboliza la implicación de una nueva generación de españoles en el conflicto de Bosnia. "Me enamoré de la gente", señala Mario Torre, "de su carácter, y me conmovió el drama que habían sufrido. Luego descubrí a mi mujer y, más tarde, decidimos que nuestro hijo Mirsha naciera en Sarajevo, y no en España".

Con un plato de arroz en la mesa y con algunas nubes cubriendo las muy verdes colinas de la capital bosnia, ella asiente satisfecha: "Nunca tuve ningún choque cultural ni con Mario ni con su familia, durante la temporada que vivimos en Zaragoza. Los dos países tenemos muchas cosas en común, y una fundamental es que no vivimos para trabajar, sino que trabajamos para vivir". No son los únicos que han llevado hasta el compromiso sentimental esas relaciones entre Bosnia y España, ya que docenas de militares y de civiles han formado parejas mixtas a lo largo de estos años. La charla con este matrimonio, que habla indistintamente en inglés, castellano o bosnio, según los interlocutores, muestra la proyección de unos jóvenes españoles políglotas, abiertos, viajeros e internacionalistas. Incluso si se trata de guardias civiles como Mario, muy lejanos en el espacio y en el tiempo de aquel estereotipo de un picoleto sesteando a la puerta de una casa-cuartel en un pueblo perdido de la meseta. "Sobre nosotros", apunta Mario Torre, "pesan todavía muchos tópicos, pero estas misiones han roto clichés".

Tampoco podía imaginar Cristina Gutiérrez, médica especialista en microbiología, que su temporada como cooperante en Mostar a finales de 1996 iba a durar tanto e iba a cambiarle la vida por completo. Más de una década después, cuando acaba de cumplir 40 años, dirige la oficina técnica para los Balcanes de la Agencia Española de Cooperación, la única de estas características que funciona en Europa.

Con una mezcla de nostalgia y de satisfacción contempló Cristina la marcha de las tropas españolas del aeropuerto de Mostar tras una muy larga presencia que comenzó en 1992. La repatriación, una especie de gigantesca mudanza que ha incluido la retirada de las tropas y el transporte de cientos de contenedores y de vehículos y que concluyó el pasado mes de junio, significa que el país se normaliza y que ha llegado la hora de incrementar la ayuda civil. El teniente coronel Juan Pons, que ha dirigido la repatriación, es muy consciente de que ha estado al mando de los que califica como "los últimos de Mostar", y al trazar un balance no duda en señalar que ha habido un antes y un después de Bosnia para las Fuerzas Armadas. "La imagen del Ejército mejoró mucho en España a raíz del despliegue en la antigua Yugoslavia, los medios de comunicación se ocuparon mucho de nosotros y la ayuda que hemos prestado la han visto los bosnios, la ONU y, sobre todo, nuestros compatriotas. En Bosnia se ha demostrado que unos ejércitos disciplinados y democráticos crean un entorno de seguridad. Y tras el Ejército vinieron los cooperantes".

Como subraya José María Castroviejo, embajador en Sarajevo, "los militares han firmado en la antigua Yugoslavia una de las páginas que se pueden exhibir con más orgullo de la historia de las Fuerzas Armadas españolas". "Todo el mundo remarca aquí", prosigue el diplomático, "que la empatía de los españoles con la gente ha contribuido a que nos consideren como sus iguales, y no como colonizadores, a diferencia de los nacionales de otros países". Castroviejo recuerda los datos que, en esta ocasión, resultan muy reveladores: por Bosnia-Herzegovina han pasado unos 35.000 españoles (la mayoría militares, pero también centenares de civiles), nuestro país ha dedicado 2.000 millones de euros de inversiones en esta antigua república yugoslava, y 22 compatriotas (20 uniformados más la cooperante de Médicos del Mundo Mercedes Navarro y el fotógrafo independiente Jordi Pujol Puente) han perdido aquí la vida. Lo que encontraron aquellos españoles que llegaron en plena guerra, entre 1992 y 1995, fue un paisaje de devastación, con pueblos incendiados por el odio del enemigo, niños y mujeres vagando por las carreteras en busca de un lugar seguro, francotiradores apostados en los edificios altos de las ciudades y campos de concentración que no se habían visto en suelo europeo desde la II Guerra Mundial. La crueldad de un conflicto civil entre tres etnias, donde los soldados que luchaban en los distintos bandos habían sido antes vecinos, amigos o incluso familiares, costó unos 200.000 muertos y obligó a dejar sus hogares a cerca de dos millones de personas.

Tercer mayor contribuyente a la reconstrucción del país, tanto el embajador Castroviejo como la responsable de cooperación insisten en la necesidad de que el empresariado español se implique más en la posguerra balcánica. Fue una queja que ya expresaron algunos responsables políticos españoles que ocuparon altos cargos en Bosnia, como Carlos Westendorp, que fue alto representante de la ONU en 1997, o Ricard Pérez Casado, administrador de la Unión Europea en Mostar en 1996. "La ayuda económica", opina Cristina Gutiérrez, "puede ser muy rentable en la actualidad para los inversores, al margen del empuje que significa para el desarrollo de Bosnia. Los Gobiernos españoles han apostado siempre por formar parte de los países implicados en la guerra y en la posguerra, y esa actitud se traduce en un respaldo a la cooperación. Nuestros objetivos ahora apuntan al fortalecimiento institucional de Bosnia, a la reactivación económica y a la prevención de conflictos". Casada con un comerciante de Mostar, con un hijo de cinco años que juguetea cerca de su casa de Sarajevo, junto a los puentes del río Miljacka, esta amable doctora sonríe complacida cuando le explican los avances del proyecto de una extensa zona de regadíos en el valle del Popovo, al sur del país, o cuando le cuentan que unos ingenieros españoles están recorriendo las presas del Neretva para elaborar informes técnicos destinados a las autoridades bosnias.

"Es el momento de que Bosnia mire hacia delante y no hacia atrás", señala el economista Santiago Fernández de Lis, director del área internacional del Banco de España y asesor durante unos meses del Banco de Bosnia, uno de los pocos organismos estatales de este país dividido en dos entidades (la Federación croata-musulmana y la República serbia) y muchos niveles de diferentes administraciones. "El país debe sacudirse las inercias de un periodo histórico muy prolongado en el que ha vivido de un modo u otro de los subsidios o de la ayuda exterior, bien fuera durante la etapa comunista de Tito, en la guerra o en este protectorado indefinido en el que se encuentra. Está claro que el único horizonte deseable para Bosnia pasa por ingresar en la Unión Europea y, en esa línea, la ayuda prestada por muchas naciones e instituciones ha sido muy grande. No obstante, cabe decir que los acuerdos de paz de Dayton de 1995 sirvieron para terminar con la guerra y para permitir la reconstrucción material, pero no se han revelado tan útiles para construir un país desde el punto de vista de sus instituciones".

Con un paro declarado cercano al 40%, que en realidad es un desempleo de un 20%, la economía bosnia intenta recomponer un tejido industrial, al tiempo que apuesta por el turismo como una de sus principales fuentes de ingresos, un sector que ya comenzaba a ser próspero antes del estallido de la guerra en 1992. Los grupos de turistas, incluidos jubilados españoles, que comienzan a recorrer los centros históricos de Sarajevo o de Mostar, como excursiones opcionales desde la vecina costa croata, suponen una inmensa alegría en un país que vivió una inesperada pesadilla en la primera mitad de los noventa, después de haber organizado los Juegos Olímpicos de Invierno en 1984. Cuando se le pregunta a Fernández de Lis por las razones que le llevaron, a sus 48 años, a cambiar durante una temporada un puesto ejecutivo en el Banco de España por un destino en Sarajevo, contesta de un modo muy similar a muchos otros españoles que han vivido en Bosnia. "Aquella guerra me desgarró, fue de algún modo el conflicto que marcó a nuestra generación y creí que valía la pena echar una mano en la posguerra. Junto a este motivo sentimental, me interesaba también comprender las causas que derivaron en el espanto, en el horror; sentía una curiosidad intelectual por intentar comprender lo que sucedió aquí".

Esa pasión por un país

bellísimo, poblado por gentes mestizas, en una frontera de siglos entre el cristianismo y el islam, entre los eslavos y los mediterráneos, con un pasado tan turbulento que Winston Churchill llegó a decir que los Balcanes generaban más historia de la que eran capaces de digerir, se halla en la raíz del deseo de muchos españoles de colaborar con Bosnia. Desde las siete mujeres que integran la Agencia Española de Cooperación en Sarajevo hasta el juez José Ricardo de Prada, destinado en un tribunal internacional de crímenes de guerra, pasando por los profesores de español o por los militares y guardias civiles que se han casado con bosnias, una línea de generosidad recorre el espíritu que ha animado a estos compatriotas a levantar un país que hace unos años les resultaba totalmente ajeno. España ha protagonizado en Bosnia-Herzegovina su más arriesgada y ambiciosa misión internacional, la que ha servido además de ensayo para posteriores despliegues en Kosovo, en Afganistán o en Líbano. Por otra parte, las características de los conflictos balcánicos y un tipo de presencia tan diversa han creado unas curiosas relaciones entre esta generación de españoles en Bosnia y han alumbrado extraños compañeros de viaje unidos por un peculiar patriotismo. Casos de objetores de conciencia que terminaron trabajando para organismos internacionales o amistades entre oficiales de la Legión y médicos de ONG no han sido fenómenos extraños.

Después de 15 años de

trabajo en la Audiencia Nacional, el juez José Ricardo de Prada, con una arraigada vocación internacionalista, decidió que iba a optar a una plaza en la Corte de Estado de Bosnia-Herzegovina, una institución reciente que incluye la presencia de algunos magistrados extranjeros. En la sala dedicada a crímenes de guerra presta sus servicios este juez locuaz e irónico que llegó "por el deseo de una experiencia nueva, de vivir en un país que sufrió una guerra inesperada e inexplicable, de querer ayudar y comprender". Para De Prada, "la reconstrucción física y económica del país ha recibido un impulso extraordinario en los últimos años, pero la normalización política aún deja mucho que desear".

Apasionado, como tantos otros españoles que han vivido en Bosnia, por la tormentosa y fascinante historia yugoslava, el juez se pregunta: "¿Es sostenible un país donde todo es tripartito entre bosniomusulmanes, croatas y serbios? ¿Hasta cuándo podrán mantener la ONU y la UE un protectorado en el que los bosnios han terminado por sentirse cómodos? Los ingredientes que desencadenaron la guerra de 1992 siguen presentes, lo que ha desaparecido son los detonantes. Entre todos hemos desactivado el conflicto, pero las causas siguen latentes".

La carretera entre Sarajevo y Mostar serpentea a lo largo de 150 kilómetros, paralela al río Neretva y flanqueada por montañas escarpadas que han sido testigos de tres guerras durante el siglo XX. A mitad de camino, el pueblo de Jablanica, escenario de batallas de los partisanos contra los alemanes en la II Guerra Mundial y del fuego cruzado entre croatas y musulmanes en el conflicto de los años noventa, representa una parábola de todo el país. Y un recuerdo para las tropas españolas, que levantaron un improvisado cuartel en el campo de fútbol y perdieron aquí a algunos de sus hombres en 1993.

Montse Zamorano era

todavía una niña cuando uno de sus familiares recorrió esta ruta escoltando convoyes de ayuda humanitaria. Poco podía imaginar esta licenciada en Filología Hispánica y especialista en enseñanza de español para extranjeros que a sus 26 años iba a impartir clases en la Universidad de Mostar Este, la zona de mayoría musulmana. "Desde que llegué, en el otoño de 2005, he notado cambios graduales en la reconstrucción de la ciudad, aunque es bien cierto que la gente cruza poco los puentes que separan a los croatas de los musulmanes. En parte son los recuerdos de la guerra, y en parte, que cada cual se siente más a gusto en su barrio. Para los jóvenes universitarios, la guerra significa un recuerdo lejano, y aquello que les preocupa de verdad son las modas de la ropa y los éxitos musicales del momento". Esta lectora de español ha visto ya una Mostar muy rehabilitada, gracias a la ayuda de muchos países, entre ellos España. Sin embargo, todavía se aprecian las terribles huellas de los combates más fieros que se libraron en la guerra de Bosnia, barrio a barrio, casa a casa, en una lucha que destruyó en una brutal metáfora todos los puentes, incluido el bellísimo Stari Most (el puente viejo), construido en 1566 por arquitectos turcos. Antiguo destino turístico, Mostar recupera su atractivo para los visitantes, y sus jóvenes saltadores, que fueron famosos en la antigua Yugoslavia, se lanzan a las brillantes y verdes aguas del Neretva por unas monedas.

A pocos kilómetros de Mostar, junto al aeropuerto y la fábrica de helicópteros que fueron línea de confrontación, se llega al nacimiento del río Buna, una deslumbrante cascada de agua que surge de una cueva en un paisaje idílico. Resulta muy difícil imaginar que la gente se matara con saña en un entorno tan hermoso. Pero así fue. Tres restaurantes se asoman al bravo río y uno de ellos exhibe un rótulo que lo dice todo: "La Vida". Sus dueños son Jesús Galindo, de 32 años, y Amra Askraba, de 21, que espera un hijo. La biografía de este hostelero, cónsul honorario de España en Mostar, puede convertirse en ejemplo de la implicación de nuestro país en su misión de paz más larga. Jesús llegó aquí como encargado del suministro de comida para las tropas españolas en Mostar, y ahora apuesta por quedarse como empresario. "Los ejércitos se marchan y los bosnios han de aprender a generar nuevos recursos, a terminar con la cultura de la subvención. Estoy convencido de que Bosnia-Herzegovina progresará, y por eso he decidido instalarme aquí con mi mujer". Inquieta y emprendedora, esta pareja no se conforma sólo con su restaurante, y ha montado una firma de importación y exportación y una agencia de viajes. Cuando se pierden en el precioso casco antiguo de Mostar, camino de su casa, la alegría de las terrazas llenas de gente borra de algún modo las todavía visibles huellas de la guerra. "Este país saldrá adelante", proclama Jesús.

Enseñar español en Bosnia

Montse Zamorano. Profesora de español en la Universidad de Mostar Este desde 2005. Nació en Lleida en 1981.

Poco después de obtener su titulación en Filología Hispánica, se especializó en enseñanza de español para extranjeros y comenzó a buscar alguna plaza de lectora en alguna universidad de Europa central u oriental. Pidió destino en Sarajevo, pero la plaza de Mostar se quedó libre antes. Da clases a una treintena de alumnos que se interesan por el castellano, bien porque vivieron como refugiados en ciudades españolas o bien porque están entusiasmados con los culebrones latinoamericanos que emiten las televisiones bosnias. "Sería muy importante que el Instituto Cervantes abriera un centro en Sarajevo para consolidar la presencia cultural española en Bosnia", comenta.

Romance de amor

Mario Torre, nacido en León hace 35 años, está casado con Dzemila Tukulj, de 32, a la que conoció en una oficina de la ONU en la ciudad bosnia de Tuzla. Mirsha, de siete meses, nació en Sarajevo.

Mario Torre pertenece a esa nueva generación de la Guardia Civil que participa en misiones en el extranjero, jóvenes que hablan idiomas y que buscan horizontes vitales más amplios. Como escolta de Carlos Westendorp, en Bosnia; o de Francesc Vendrell, en Afganistán, ambos, altos cargos de la ONU, Mario Torre conoció de cerca esos conflictos. "Es guapo el guardia español", le dijo una amiga a Dzemila, intérprete bosnia, cuando contrataron a Mario en una sede de la ONU. "Me gustó el carácter de la gente de Bosnia", recuerda Mario, que hoy está destinado en Sarajevo. Se casaron y nació su hijo Mirsha.

La reconstrucción económica

Directivo del Banco de España, Santiago Fernández de Lis, madrileño de 48 años, asesora al Banco Central de Bosnia.

Este economista ilustrado y de vocación internacionalista decidió un día que le apetecía ayudar a la recuperación de un país "que había sufrido mucho durante los años de la guerra". Como todos los expertos, opina que el futuro de Bosnia-Herzegovina pasa por el ingreso en la UE, aunque es consciente de que hay un largo camino por delante. "Los bosnios contemplan como un modelo la integración de España en Europa y han valorado mucho la ayuda prestada por nuestro país". Fernández de Lis anima a las empresas españolas a invertir en un lugar que "antes o después, tendrá que dejar de ser un protectorado, que deberá mirar hacia delante y no hacia atrás".

Perseguir a los criminales de guerra

José Ricardo de Prada (Madrid, 1957). Juez de la Audiencia Nacional destinado en un tribunal internacional en Bosnia.

Este magistrado pasea por Sarajevo como si fuera su casa. Su implicación con la causa de la justicia en la posguerra lo ha llevado a amar Bosnia más allá de las motivaciones profesionales. "La guerra está todavía muy presente en este país, como no podía ser de otro modo después de un conflicto tan brutal que costó decenas de miles de vidas y alcanzó grados de crueldad desconocidos en Europa desde la II Guerra Mundial". Se felicita el juez de la cooperación española, que "ha dedicado mucho dinero y mucha gente a ayudar a un país destrozado en la primera operación de mantenimiento de la paz a gran escala que se ha desarrollado en el mundo".

Los últimos de Mostar

Teniente coronel Juan Pons. Nacido en Massanassa (Valencia) en 1955, ha dirigido la repatriación del último contingente de tropas.

Después de 15 años de presencia en Bosnia-Herzegovina, primero bajo mandato de la ONU y más tarde de la OTAN, los últimos soldados españoles abandonaron la base multinacional del aeropuerto de Mostar a finales del pasado mes de junio. El teniente coronel Pons dirigió la repatriación de "los últimos de Mostar" satisfecho de la tarea desarrollada por unos 35.000 soldados españoles integrados en 32 agrupaciones que se han relevado desde 1992. "Bosnia siempre estará en nuestro corazón. Ha sido la escuela para las misiones de paz que vinieron después y aquí murieron 20 compañeros nuestros. El Ejército se implicó en la tarea y eso mejoró nuestra imagen".

Cooperación con nombre de mujer

De izquierda a derecha: Marta Ballestero, Eva Suárez, Isabel Lorenzo, Aitziber Echeverría, Cristina Gutiérrez y Blanca Yáñez, técnicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), junto a la Embajada en Sarajevo.

Abogadas, médicas o periodistas, las seis españolas que integran la oficina técnica en los Balcanes de la AECI sucumbieron a la atracción por esta región de Europa oriental, convulsa y misteriosa. Ninguna de ellas vivió en Bosnia durante la guerra, pero todas se sintieron sacudidas por aquella tragedia desde sus confortables vidas en Valladolid, Barcelona o Granada. Optimistas sin llegar a ser ilusas; volcadas en el trabajo, pero amantes de la fiesta; nostálgicas de su tierra, pero internacionalistas convencidas, estas mujeres representan la voluntad de la sociedad española de seguir colaborando con su país de acogida.

Apuesta empresarial

Jesús Galindo, de 32 años, y Amra Askraba, de 21. Empresarios. Son dueños de un restaurante y una agencia de viajes.

Cursó Biológicas y más tarde Tecnología de Alimentos, de manera que, como dice con mucho humor, este joven empresario manchego estudió primero cómo eran los bichos y más tarde aprendió a comérselos. Después de una temporada dedicado a organizar el catering para las tropas españolas, se enamoró de Amra y ambos decidieron apostar por el futuro de Bosnia. Un restaurante junto al nacimiento del río Buna, una agencia de viajes en Mostar y una firma de importación y exportación de productos bosnios y españoles demuestran que están dispuestos a que su próximo hijo crezca en el país de su madre.

Una cuestión de Estado

José María Castroviejo. Embajador de España en Bosnia. Gallego de 65 años. Estuvo destinado en Turquía y Tanzania.

No duda este veterano diplomático en calificar de "cuestión de Estado" la actuación de España en los Balcanes desde comienzos de los noventa, desde el estallido de las guerras. Los Gobiernos se han sucedido en Madrid, han mandado los socialistas y los populares, pero el compromiso de colaboración con Bosnia y más tarde con Kosovo se ha mantenido. "La inmensa mayoría de los españoles ha respaldado y respalda esta misión, que ha sido la operación internacional más importante de nuestro país en las últimas décadas", señala el embajador, que ha logrado fondos españoles para la rehabilitación de la Biblioteca de Sarajevo.

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