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Columna
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Europa, la gran derrotada

Al cabo de la última reunión del Consejo Europeo, siguiendo el ritual, se mostraron satisfechos tanto los partidarios del no, puesto que el nuevo Tratado resolvería las cuestiones pendientes sin dar gato por liebre al pasar una simple codificación por constitución, como los que se apresuraron a ratificar el , en algo habría que ser los primeros, ya que se habría salvado lo esencial. Para Sarkozy, el nuevo mago de la dialéctica, el acuerdo tendría incluso la virtud de reconciliar el y el no, dando la razón a ambas partes. Después de una presidencia cortísima, pues nada podía emprenderse mientras no se conociera quién iba a ser el presidente de Francia, el resultado del último Consejo, pese a no haber avanzado en los otros dos pilares de la presidencia alemana, las relaciones transatlánticas y los vínculos con Rusia, ha afianzado la posición nacional e internacional de la señora Merkel, que es la persona que más razones tiene para sentirse satisfecha.

Los grandes perdedores han sido otra vez esa minoría residual que, como colofón de la integración económica, todavía aspira a una Unión Política. Se acuerda un Tratado "simplificado" que es "muy complicado", como bien dice Juncker, el presidente del Gobierno luxemburgués, incluso "ilegible", añade Guy Verhofstadt, el presidente saliente de Bélgica. Para evitar sorpresas, el mandato a la Conferencia Intergubernamental, que deberá terminar su trabajo durante la presidencia portuguesa, es muy detallado y de difícil comprensión, incluso para los técnicos. No hay ya que ganarse a los pueblos, como se intentó con la falsa constitución, sino que ahora cuanto más alejados se mantengan, mejor. En las elecciones al Parlamento europeo en 2009, los índices de participación serán bajísimos, confirmando lo que se ha buscado, que Europa no es un proyecto político, sino un acuerdo económico entre Gobiernos soberanos, en el que los pueblos nada tendrían que decir. Se comprende que la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión quede fuera del Tratado, con la opción de que incluso el Reino Unido no la reconozca, posición a la que podrían sumarse otros países.

Se mantiene el principio de unanimidad, el talón de Aquiles de la Unión, en política exterior, fiscal, social, recursos financieros de la Unión, así como en la revisión de los tratados. En la misma línea, para evitar la menor aproximación a una posible Unión Política, se suprime el título de ministro de Asuntos Exteriores, que pasa a llamarse alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, aunque se conserva la función prevista y el modo de elección. En fin, para que no haya el menor malentendido respecto a que la Unión no es más que una organización de Estados soberanos, que se han integrado económicamente, en los tratados modificados no se incluye ningún artículo que haga mención a los símbolos de la Unión, bandera e himno.

Romano Prodi, el último europeísta aún en el poder, ha manifestado "la tristeza enorme por el espectáculo al que ha asistido" en un Consejo dominado por el nuevo bloque de poder que forman Gran Bretaña, Polonia, República Checa y Holanda. Su única esperanza es que con la Europa de las dos velocidades empiece una nueva época en la que al menos avancen los países dispuestos a superar la soberanía nacional. Ante las difíciles relaciones con algunos países del Este, en los que Alemania está muy implicada por las inversiones y el comercio, Angela Merkel ya ha advertido de que su país rechaza el modelo de las dos velocidades. El panorama no es muy halagüeño para los que han creído en Europa.

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