Los gallos del rock defienden su corral
Los Rolling Stones comienzan hoy en Barcelona la gira española, con un montaje espectacular
Desde que la revista Esquire publicara su célebre reportaje sobre la logística y las maquinaciones del funeral de Robert Kennedy, sabemos que la gran historia de cualquier acontecimiento masivo está bajo la superficie. En el caso de los Rolling Stones, que hoy comienza en Barcelona su gira por España, eso deriva en frustración: estamos ante una banda que ha convertido la opacidad en estilo de vida.
En los setenta, los Stones concedieron acceso completo a periodistas y cineastas para que les acompañaran en sus turbulentos recorridos. De ahí salieron espléndidos libros de Robert Greenfield o Stanley Booth. Pero nunca se estrenó oficialmente Cocksucker blues, el documental de Robert Frank. Comprendieron que no era prudente que salieran esas crónicas desde la intimidad. El veto se mantiene, a pesar de que las giras actuales no incluyan los excesos babilónicos de los buenos tiempos.
Así que ahora sueltan montañas de datos: los 70 camiones, los dos escenarios que se montan y desmontan alternativamente, los 11 técnicos responsables de la mezcla del sonido, los focos, los cañones de aire, bla, bla, bla. Información que llena espacio en los medios pero que poco revela. Sabemos lo que ellos quieren que se sepa: que la Bigger Bang Tour terminará convocando a casi cinco millones de paganos (no cuentan las multitudes que acudieron al show gratuito de Copacabana) y que los ingresos finales superaran los 500 millones de dólares.
El resultado de taquilla es vital. Ya que no pueden competir en ventas de discos -a pesar de su brillantez, su último lanzamiento ha despachado menos que los anteriores-, se trata de demostrar a U2 y compañía quiénes son los verdaderos gallos del corral del rock. A eso aspira la voluntad colectiva del grupo. Recuerden que, caso único, la banda carece de manager. Rupert Lowenstein, el príncipe crápula de leyenda, se ocupa de sus finanzas pero apenas aparece por los conciertos.
Sólo Keith Richards tiene una manager oficial, Jene Rose, y funciona como paraguas que aísla al guitarrista del mundo exterior. Mick Jagger da la cara cuando hay que tomar decisiones, aunque férreamente marcado. Todavía surgen conflictos: en el inicio de la gira, en Boston, Richards amenazó con marcharse si Jagger sacaba a un batallón de bailarinas. Los otros dos miembros con voz y voto, Ron Wood y Charlie Watts, le apoyaron y las chicas se fueron a casa con un cheque en el bolsillo pero sin poder mostrar sus habilidades.
En contra de la idea romántica de pandilla unida en perfecta complicidad, cada uno viaja por su cuenta y se aleja en los días sin concierto. Cuando acuden al estadio de turno, los cuatro lo hacen con su gente y se relajan en su recinto particular. Si el protocolo exige recibir a VIP locales, los papeles se invierten: las fieras contemplan con curiosidad a los nerviosos intrusos, se hacen las fotos y vuelven al billar, a las transmisiones deportivas, a los discos ancestrales.
Lo que no significa que la música sea accesoria. Contra la rutina, Keith insiste en que toquen Bob Wills is still the king, El Paso, Wichita lineman u otras canciones vaqueras. Mick prefiere rescatar temas de sus maestros negros, Otis Redding (Mr. Pitiful) o los Temptations (Ain't too proud to beg). La máquina necesita grasa nueva para no recalentarse.
Los Rolling Stones no suelen actuar solos, excepto cuando tocan en teatros y clubes ("muy estimulante", asegura Jagger, "pero perdemos un montón de dinero cada vez que nos permitimos el capricho"). Antes, aprovechaban esa prerrogativa para dar un empujón a amigos (J. Geils Band, Living Colour) o grupos negros admirados (The Meters, Ike & Tina Turner). Ahora, la elección de compañeros de cartel obedece al deseo de ampliar el arco demográfico de los asistentes o pagar esas deudas que se contraen inevitablemente en el negocio. No pasan el testigo a nuevos rollingstones, como se pensó cuando llamaron a esa diminuta banda de blues-rock que son The White Stripes. De hecho, rara vez algún stone acude a verlos en acción. Da lo mismo: por muy cínicos que sean, los invitados quedan noqueados por la experiencia, conscientes de que han respirado el aire del Olimpo, que es verdad lo de que no hay nada como los Rolling Stones y cuánto camino nos queda por recorrer.
Los Rolling Stones actúan hoy en Barcelona, el sábado en San Sebastián, el día 28 en Madrid y el 30 en El Ejido.
Babelia
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