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Lunáticos y cenizos

Javier Marías

Es sabido que la locura es uno de los males más contagiosos que existen, y por eso el combate contra un demente es particularmente peligroso, porque en él uno puede acabar tan grillado como su adversario. El anterior Gobierno, el de Aznar, enloqueció poco después de ganar por mayoría absoluta, y desde entonces su partido no se ha apeado del disparate agresivo. El Gobierno actual, el de Zapatero, tiene ya toda la pinta de estarse chiflando, antes de tiempo. Comprendo que en su confrontación permanente con el tronado PP (pasa de tres años) ha estado muy expuesto al contagio, pero sería de desear que alguien se diera cuenta de la infección galopante y procediera, al menos, a relevar a los lunáticos más conspicuos, que dan muy mala imagen y asustan.

Cada vez que alguien me reprocha que fume, le pregunto si tiene coche, y si me dice que sí (el 95% de las veces), le contesto que me deje en paz entonces, que él atenta contra la salud mucho más de lo que mi humo pueda hacerlo. Ni conduzco ni tengo automóvil ni lo he tenido nunca, así que en principio cuanto afecta al tráfico me debería traer sin cuidado, o importarme como peatón tan sólo. Sin embargo vengo observando, hace ya tiempo, que al frente de la Dirección General de Tráfico está un verdadero fanático, el señor Pere Navarro, y me parece preocupante que un asunto de importancia esté en manos de un desaforado sacerdotal y faltón, cuando no grosero. Sus campañas publicitarias resultan intolerables incluso para quienes nunca nos ponemos al volante. ¿Por qué tengo que soportar que en mi televisión se aparezcan unos tipos bordes que me tutean y me llaman "tío"? "Te vas a matar, ¿te enteras?", me espeta un chulo de diseño (ni siquiera han imitado bien el modelo). "O peor aún. Vas a matar a tus colegas, a tu novia, a los hijos que aún no has tenido". (Dicho sea de paso, ¿se puede imaginar mayor mentecatez, curil del todo, que esta última frase? ¿Cómo va uno a matar a quien ni siquiera ha sido engendrado?) O bien aparece un cenizo y me suelta: "Te acaban pillando, tío. Y te van a quitar seis puntos, seiscientos euros, el carnet". El señor Navarro quizá crea que se puede permitir tantas confianzas porque sus cenizos y chulos se dirigen a los jóvenes, y no a un caballero. Pero entonces cada anuncio debería decir al principio: "Hablo sólo a los menores de veinte años", o algo así. Porque lo cierto es que su pandilla de gafes me está largando impertinencias y llamándome de tú también a mí, sin venir a cuento y sin mi consentimiento.

Ahora bien, lo que ya es de completos trastornados es esa penúltima iniciativa, contra la que no veo que casi nadie proteste, consistente en que, en los controles de alcoholemia, los agentes vayan acompañados de un ciudadano en silla de ruedas por causa de lesiones medulares padecidas en accidentes de tráfico. Ojo, ni siquiera es que el respetable señor parapléjico vaya a mostrarse y a darles la murga a quienes hayan infringido las normas y den positivo (que ya sería bastante abusivo: pónganme la multa y no me sermoneen), sino a cualquiera a quien vayan a hacer soplar por el tubo. El propio señor Navarro es un cenizo de campeonato, y sus métodos, a mi juicio, de lo más contraproducentes. Si yo tuviera coche, estaría tan profundamente irritado con él que me darían ganas de llevarle la contraria en todo, del mismo modo que los chicos del Retrato del artista adolescente, de Joyce (bueno, algunos, los menos pusilánimes), cuanto más oían a sus profesores curas describir con regodeo los suplicios del infierno para alejarlos de él, más inclinados se sentían a jugar con fuego. Los métodos del señor Navarro son idénticos a los de esos sacerdotes de antaño (¿de antaño?): "¡Mira lo que te va a pasar, si no me obedeces!", tronaban. Pues Navarro lo mismo, con esa cara tan simpática que además tiene el jodío. ¿Por qué a un conductor cualquiera se le planta a un pobre señor en silla de ruedas para amargarle el día, cuando ese conductor podría acabar de la misma manera pero lo más probable es que no ocurra? ¿Con qué derecho Navarro impone su carácter agorero a la población entera? Mala sombra, se llamaba eso siempre.

Es más o menos como si a todo bañista se le enseñara en la orilla el cadáver de un ahogado, por si acaso; a todo alpinista, a media escalada, los pies sin dedos de aquel famoso montañero al que se le helaron y hubo que amputárselos; a toda joven que salga de noche, fotos de las desdichadas niñas de Alcàsser o de tantas otras; a todo el que vaya a beberse una copa, a un alcohólico con delirium tremens para que aquél vea lo mal que se pasa; a quien vaya a un restaurante, a un obeso de los que no pueden dar un paso; y a quien se disponga a echar un polvo, a un enfermo terminal de sida, para que aprenda y se entere de lo que puede pasarle. Pero, ¿qué es todo esto? ¿Nos estamos contagiando todos de la locura primigenia, la de Aznar, Trillo, Rajoy, Ana Palacio y Acebes? ¿A nadie le parece anómalo que se aterrorice a los ciudadanos con lo que podría pasarles pero no tiene por qué ocurrirles? ¿Qué mundo de idiotas groseros es este? O el Gobierno de Zapatero cae en la cuenta de las mamarrachadas abusivas de sus representantes más obsesos y turbios, o acabará tan chinado como el de sus predecesores. Francamente, no le arriendo la ganancia.

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