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O que yo pueda asesinar un día en mi alma

Javier Marías

Quienes tenemos gusto por la literatura, la pintura, la música o el cine nos vamos encontrando, cada día más, con un extraño y engorroso problema causado por lo que podríamos llamar la sobreexplotación, algo en modo alguno nuevo, pero que hoy, con tanto bombardeo de diarios, revistas, anuncios, canales de televisión, conmemoraciones artificiales, páginas de Internet -exhaustividad, en suma-, se hace en verdad abrumador. Hay citas literarias, piezas musicales, fragmentos de diálogos de películas, imágenes de éstas, fotografías, cuadros, tan excesivamente repetidos y utilizados que, cada vez que reaparecen, nos producen una mezcla de hastío y de vergüenza ajena: "A buenas horas", pensamos. O bien: "¿Otra vez más? Déjenlo ya, por favor". Lo peor es que lo que la reiteración convierte en tópico o lugar común suele ser algo maravilloso ? si pudiéramos oírlo, verlo, leerlo de nuevo como lo que un día fue, cuando aún no había sido sometido al manoseo y a la monotonía, también a la trivialización. Hay cosas que ya no las aguanta uno ?injustamente? por su insistencia, es decir, por la enorme pereza de quienes recurren a ellas una y otra vez. Recientemente se nos ha dado tanto la lata con la enésima beatificación de García Márquez que volver a ver citado el magnífico arranque de Cien años de soledad casi provoca náuseas. Lo mismo sucede con el aún más extraordinario del Quijote, o con el de Lolita, o con el inicio del monólogo de Hamlet, o con frases como "El corazón tiene razones que la razón no comprende", o "El infierno son los otros", o "Abril es el mes más cruel", o "Todo ángel es terrible", o las "ruinas de mi inteligencia" de Gil de Biedma. No digamos ya con los textos inanes que sin embargo hacen fortuna, como el ya insoportable cuentecillo del dinosaurio de Monterroso, que encima ha dado lugar a toda una corriente imitativa aún más insoportable, la de los llamados "microrrelatos" o algo así, con los que muchos escritores chistosos se sienten ufanos y cómodos. Cuestan tan poco ?

Y no hablemos de algunas frases cinematográficas: cada vez que alguien dice o escribe "Nadie es perfecto", o "Siempre nos quedará París", o "Francamente, querida, me importa un bledo", confieso que me sonrojo por quienes las sueltan y exclamo para mis adentros: "¡Por favor!" Lo mismo me ocurre cuando en una película o un anuncio se recurre al pobre Adagio de Albinoni, al desdichado Canon de Pachelbel, a las malhadadas Estaciones de Vivaldi o al desgraciadísimo último movimiento de la Novena de Beethoven, que ya mucha gente cree que es sólo el himno de la Unión Europea o una canción de Miguel Ríos. Otro tanto le sucedió en su día al arranque del Te Deum de Charpentier (pieza deslumbrante hasta su final), que se convirtió simplemente en la sintonía de Eurovisión. O a un movimiento del Kaiserquartett de Haydn, asimismo sublime en su versión original para cuerda, y que hace ya mucho que ha quedado reducido a ser "el himno alemán". Y cuando son los anuncios los que se apoderan de algo, entonces más vale olvidarlo. Una de mis piezas favoritas de toda la vida, La musica notturna di Madrid de Boccherini, fue rescatada con acierto por la película Master and Commander hace unos años. Pero de ahí ha pasado a más de un spot televisivo, y éstos llevan camino de reventármela. Si al menos indicaran qué es lo que suena ? Pero no, siempre ocultan celosamente la procedencia de lo que utilizan.

Pensaba en todo esto hace unos días, con motivo de la celebración del centenario de la llegada de Antonio Machado a Soria. La ciudad se ha esmerado y ha organizado muy dignas exposiciones y ceremonias. Hay palabras suyas, sin embargo, que llevan ya el estigma de la sobreexplotación. ¿Quién soporta que le citen una vez más "Caminante, no hay camino ?"? "¡Basta, basta!", grita uno con el pensamiento. "¿Es que no pueden buscar otras citas?" Hay docenas de ellas menos manidas y más admirables. Yo reconozco que con este poeta, además, lo he tenido particularmente difícil: mi madre me leía sus versos desde que era niño y mi padre me los recitaba, con su prodigiosa memoria para la poesía, lo cual me llevó a darlo por sabido o consabido, a no oírlo cuando lo oía y a no leerlo de veras cuando lo leía. Aún me hicieron hastiarme más las versiones "musicadas" (qué palabra penosa) de Serrat y otros cantautores, y cuando el antaño influyente Alfonso Guerra lo exhibió como poco menos que el "poeta oficial", santo cielo, empecé a cogerle manía a quien es sin duda no ya uno de los mejores, sino quizá también, como personaje, el que más conmueve. Con estas cosas tan gastadas como excelentes, no obstante, por suerte, se produce el reencuentro alguna vez. Hace ya muchos años logré oír las Estaciones de Vivaldi, en la versión de Nikolaus Harnoncourt, como si las oyera por primera vez. Y ahora, no sé bien por qué, me he reconciliado plenamente con Machado, cuyos versos consigo leer de nuevo desprovistos de tanto manoseo y manipulación. Ojalá fuera posible volver a todos como a estos, no tan trillados, que me permito citar aquí: "O que yo pueda asesinar un día, en mi alma, al despertar, esa persona que me hizo el mundo mientras yo dormía". Aún tienen misterio, ¿no es verdad?

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