Las coplas de la imputada
El pasado sábado, la plaza Mayor de Valladolid, abarrotada por más de 15.000 personas, vivió un acto musical irrepetible, a mitad de camino entre una concentración de desagravio y un concierto con más morbo que música. Isabel Pantoja, imputada por el juez en la Operación Malaya contra la corrupción urbanística, con casi 1,2 millones de ingresos sin justificar, con su pareja Julián Muñoz, ex alcalde de Marbella, en la cárcel por presunto delito de blanqueo de capitales, ofreció su primer recital después de la acusación del juez que sacudió los cimientos de la España de la copla y la bata de cola.
Se suponía que su primer recital después del contratiempo judicial sería un crispado plebiscito en favor de la cantante de las esencias patrias. Pero hubo de todo, desde acendradas muestras de fervor hacia la reina de la tonadilla hasta frías protestas de alguna de las asistentes que manifestaron su repugnancia a que con su dinero -el que pagó a la cantante el ayuntamiento de Valladolid- "se financie a mangantes y a chorizos". Isabel Pantoja manejó hábilmente los resortes sentimentales del público, con canciones alusivas a su presente zozobra (Ay pena, penita, pena) y sentidos agradecimientos a público en su nombre y en el de su familia.
Sobre el caso Pantoja sobrevuela el peligro de una interpretación política manipulada de la justicia. Consiste en neutralizar las responsabilidades supuestamente delictivas de una figura pública poniéndolas en torcida relación con casos de lectura política controvertida, como el de De Juan Chaos. Todos los chorizos y mangantes, como decía la indignada vallisoletana, querrán escurrir el bulto tras la infame muletilla de que los etarras pasean libres por las calles mientras la gente de bien es encarcelada.
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