El tratamiento antisida choca con los sanadores tradicionales africanos
El modelo ugandés de lucha contra el sida ha encontrado un inesperado obstáculo. Estudios recientes han demostrado que los sanadores tradicionales tienen un papel fundamental para que las personas sigan o abandonen el tratamiento. Y esto último es lo que está ocurriendo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que alrededor del 70% de los africanos acude antes a un sanador tradicional que a un médico propiamente dicho. El coste, la confianza, la tradición y, sobre todo, la proximidad, hacen que este recurso sea el primero, cuando no el único, al que recurren cuando están enfermos. Por eso su papel es clave para combatir la epidemia.
Pero un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad de Makerere, en Uganda, ha encontrado que la probabilidad de que un paciente deje de tomar los antivirales es el doble si acude a un sanador que si sólo ve a un médico.
Uganda se ha considerado ejemplo en la lucha contra el sida al conseguir una reducción en la tasa de población adulta infectada del 15% al 8% en 10 años. Pero este progreso -que algunas ONG ponen en duda por la falta de calidad de los datos- se ha visto frenado en los últimos años.
Aunque los científicos no le atribuyen este declive a los sanadores (el coste y los efectos secundarios de los medicamentos son las primeras causas para abandonar el tratamiento), señalan que es imprescindible contar con su participación para frenar la epidemia. Ellos son los primeros asesores de gran parte de la población, y el objetivo debe ser integrarlos en las campañas de prevención de la transmisión del VIH, dicen los investigadores, que ha dirigido Ronald Kiguba.
Los sanadores tienen un papel clave en otra de las políticas contra el VIH. Tras el anuncio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de que avala la circuncisión como medio para evitar la transmisión del virus, muchas organizaciones han insistido en que esta práctica debe realizarse con un estricto control sanitario. En los países donde esta práctica es ritual, son precisamente los sanadores los encargados de hacerla. Por eso, antes de iniciar campañas que animen a los hombres a someterse la operación, hay que asegurarse que no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad. Aunque la circuncisión no es, habitualmente, una intervención peligrosa, si se utilizan cuchillas mal esterilizadas o no se limpian después de cada operación, pueden convertirse en un vehículo de transmisión del VIH, y agravar la epidemia.
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